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J. I. ARMINIO y Nacho cavia
Cieza
Jueves, 9 de diciembre 2021, 07:03
«Nos merecemos encontrarle para darle descanso», afirma Emilio Noriega, que busca el cuerpo de su único hijo, Daniel, de 28 años, desde que desapareció en Cieza hace doce días. Lo hace en compañía de otros familiares, amigos y voluntarios, que se reúnen cada jornada, ... a las nueve de la mañana, junto al negocio de Emilio: la taberna El Peli, de Pomaluengo (Castañeda). Él se ha convertido en un 'padre coraje', no quiere abandonar la búsqueda pese al mal tiempo y rechaza que los especialistas en emergencias «sí lo hayan hecho en pleno puente festivo». Fuentes de la Delegación del Gobierno en Cantabria lo desmienten y aseguran que la Guardia Civil sigue trabajando sobre el terreno, a la vez que investiga el caso.
La «pesadilla» comenzó a las cuatro de la madrugada del pasado 28 de noviembre, domingo, cuando la Guardia Civil llamó a la madre de Daniel para comunicarle que un coche a su nombre había aparecido abandonado en el viaducto de la A-67 en Cieza. Era el vehículo que conducía su hijo. «Lo primero que pensé es que se había quedado sin gasolina», dice Emilio, pero los agentes indicaron que era un lugar «sospechoso», en el que se suele registrar suicidios.
«Lo primero que hicimos -recuerda el padre- fue llamarle por teléfono. No me entraba en la cabeza que intentara quitarse la vida. Era un chico sano, deportista, que estaba terminando sus estudios de Robótica». Daniel vivía en casa de su abuela, en Torrelavega, desde que se separaron sus padres. Esa noche había cenado con sus amigos en la zona de vinos de la capital del Besaya para festejar el cumpleaños de uno de ellos. Casi todos son «futboleros». Él era el segundo entrenador del Estrella Roja, equipo del barrio Nueva Ciudad.
Preguntado por el posible motivo de su desaparición, Emilio apunta a dos cortes de voz que Daniel envió por WhatsApp desde su coche a la compañera de clase con la que salía desde hace un mes y con la que acababa de hablar en un pub. «Por lo visto, él quería una relación seria y ella sólo de amigos», apunta el padre, muy afectado por lo ocurrido.
La búsqueda de Daniel se inició ese mismo domingo en el río Cieza, que bajaba muy crecido por las fuertes lluvias. Pese a ello, el dispositivo de emergencias que se desplegó fue «amplio». Ese día se encontraron posibles restos del cuerpo de Daniel, pero «todavía estamos esperando los resultados del análisis de ADN». El lunes continuaron las labores de rastreo y a partir de ese día Emilio empezó a quejase a la Guardia Civil porque «cada vez eran menos y el río ya había bajado mucho su nivel».
Familiares, amigos y voluntarios encontraron entonces restos del pantalón de Daniel enganchados en un árbol. En su cartera estaba la documentación y «algo de dinero». «Sé que es muy difícil encontrarle, pero si no le buscamos no lo vamos a conseguir. Puede estar en un arenero, en un montón de troncos, en cualquier parte entre Cieza y la desembocadura del Besaya en Suances», reconoce Emilio, que no cesa de hacer llamamientos para que la gente se sume a la búsqueda del cuerpo de su hijo.
Mientras tanto, ayer, seguían sobre el terreno las miradas serias, de preocupación, de dolor en algunos casos y, sobre todo, de firme convicción de que tendrán éxito. Eran 40 personas que bajo un auténtico aguacero continuaban con el rastreo de las orillas de los ríos Cieza y Besaya.
Están implicados en una tarea que se ha visto dificultada por las fuertes lluvias y el estado de los cauces fluviales, todo un peligro para los voluntarios, entre los que se encuentran, a título personal, profesionales de distintos sectores, como bomberos, miembros de Protección Civil o Cruz Roja, incluso personas con perros y drones. Hasta ahora ese afán por no dejar ni un centímetro de ribera por levantar ha tenido como mayor fruto el hallazgo del pantalón de Daniel. Lo cuentan Patricia Chaves y Joel Rodríguez, que ejercen de portavoces de los grupos que este miércoles buscaban en las orillas del Cieza y el Besaya, aprovechando para acercarse, con sumo cuidado, la senda fluvial que comunica el valle con Los Corrales de Buelna.
Los integrantes del dispositivo dicen que llevan desde el pasado sábado buscando por su cuenta. Algunos echan en falta «un poco más de apoyo» de los cuerpos profesionales, pero sin acritud, pensando más en el siguiente paso que darán. Paul y Borja estaban cansados al mediodía. Habían bordeado el río y el peligro, aprovechando árboles caídos que cruzaban el cauce para pasar de un lado a otro con «esfuerzo y dolor». Borja había sufrido la maleza, los arbustos de las orillas. Ambos, como los demás, sin preocuparse de las heridas, concentrados en encontrar un mínimo resquicio de esperanza. Carlos estaba en el mismo grupo, llevaba su perro, por si detectaba algo que le llamara la atención. Todo vale en un operativo en el que todos son novatos, excepto los profesionales que les acompañan y dirigen como voluntarios. Las caminatas que se hacen, arriba y abajo de los ríos, son agotadoras, y la mayoría tampoco están preparados para ese esfuerzo, pero les da igual.
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