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Un Modesto descubridor

Un Modesto descubridor

Leyendas de aquí ·

Aunque Marcelino Sanz de Sautuola puso en valor las pinturas, la cueva de Altamira la descubrió Modesto Cubillas

Aser Falagán

Santander

Sábado, 12 de marzo 2022, 07:41

Si hemos leído a Nietzsche –y lo hemos entendido–, sabremos que los acontecimientos no ocurren, sino que se crean; que la verdad es una construcción. Hasta aquí todo bastante claro, ¿no? Pues eso. Ahora vamos con el acontecimiento. En 1879 Marcelino Sanz de Sautuola (Santander, 1831-1888) descubrió las pinturas de Altamira después de que su hija entrara casualmente en la cueva y le hablara unos animales dibujados. Cuando él mismo fue a la gruta para comprobarlo, examinó las pinturas y pronto fue consciente la relevancia del hallazgo. Desde entonces hay debate sobre quién descubrió la cueva: si la niña, la primera en ver los dibujos, o el padre, que fue quien supo interpretarlos.

En realidad la historia es algo diferente y la respuesta a la pregunta, sencilla: Ni el uno ni la otra. La cueva, lo que se dice la cueva, la descubrió un humilde labrador que trabajaba en aquellos tiempos en la finca de Sautuola: Modesto Cubillas Pérez, para más señas, nacido en Celorio en 1820, que al parecer había sido antes tejero. Trabajaba en los terrenos de Sautuola, en los que hacía labores de mantenimiento y jardinería y explotaba una pequeña parcela por la que pagaba una renta.

Un buen día de 1868 andaba cazando y su perro se coló en una cueva. Cubillas, que no tenía constancia de que nadie conociera esa gruta, se lo contó a su jefe, conocedor de su interés por el naturalismo. Y vaya si le interesó. Incluso visitó la cavidad varias veces, pero pasaron unos cuantos años, trece para ser exactos, hasta que María Sanz de Sautuola dijo aquello de: «¡Mira, papá! Bueyes pintados». La frase parece real y creíble, y aunque tampoco está la historia como para dar nada por hecho, démosle presunción de veracidad.

Esa es el relato verdadero, pero que nadie interprete que se resta mérito a Sautuola. Su contribución fue enorme y decisiva. Fue el primero en estudiar las pinturas, suya fue la primera publicación académica y fue él quien puso en valor el hallazgo en su condición de naturalista y, de pronto, sobrevenido prehistoriador. Quién sabe lo que hubieran tardado en descubrirse las bóvedas, su valor y su significado de no haber mediado su trabajo. De hecho, tuvo que hacer frente al escepticismo de parte de la comunidad científica, dado que pese a su afición por el naturalismo y la historia no era profesional de la materia, pero su tenacidad obtuvo recompensa.

Este es un motivo más por el que la figura de Sautuola merece relevancia, pero de ahí a que descubriera las cuevas media un abismo que navega entre el clasismo de la época, con un terrateniente ilustrado como mejor carta de presentación que un labriego pobre, y la construcción del acontecimiento, porque al final fue Sautoula quien descubrió Altamira a la comunidad investigadora europea. En consecuencia, es más correcto, y de paso fiel a los hechos, hablar del primer investigador o descubridor científico de la bóveda.

En cuanto a la niña, ella fue la primera en ver los bisontes. Sí es cierto que Sautuola había entrado en la cueva antes, como el propio Cubillas, pero sin observar nada que le llamara la atención pese a pasar junto a algunas pinturas (no por la emblemática bóveda).Más adelante, dada su formación científica y en historia y tras conocer algunos restos y yacimientos del sur de Francia, cambió su perspectiva y volvió a la cueva en busca de unas evidencias que pudiera ya reconocer con mayor facilidad. Y fue durante una de esas visitas, acompañado por su hija, cuando la niña encontró los bisontes.

Por si no me creen, porque siempre está bien dudar de la verdad en el sentido extramoral, les dejó aquí la explicación del Ministerio de Cultura: «La cavidad fue descubierta por un lugareño, Modesto Cubillas, hacia el año 1868. Acompañado por Cubillas, Marcelino Sanz de Sautuola visitó por primera vez la cueva en 1875 y reconoció algunas líneas que entonces no consideró obra humana. En la Exposición Universal de París conoció de primera mano algunos objetos prehistóricos encontrados en cuevas del sur de Francia. Sautuola, que ya tenía una amplia formación en Ciencias Naturales y en Historia, regresó a España con una perspectiva renovada y decidido a emprender sus propios trabajos en las cuevas de Cantabria. Acompañado por su hija María volvió a Altamira en 1879. Será la niña la primera en ver las figuras en el techo de la cueva».

Después ya llegaron el deterioro, las visitas masivas, las agresiones al ecosistema, las excavaciones para hacer más transitable la gruta y, al final, el deterioro de las pinturas. Pero eso ya es otra historia. No culpen a Modesto, a Marcelino ni a María.

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