![La reina Urraca en Anievas](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202106/25/media/cortadas/urraca-kfSB-U140834939939mHF-1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
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La espadaña de la iglesia de San Andrés, en Cotillo de Anievas, es alta, muy alta, para el tamaño del templo. Tampoco es nada del otro mundo; un campanario desproporcionado. Lo llamativo es que al parecer se construyó así solo por tocar las narices a ... la reina Urraca. La leyenda, urbana o no, porque ha sobrevivido casi un milenio, la cuenta Amós de Escalante en 'Costas y montañas. Diario de un caminante': «Pasó doña Urraca viniendo peregrina al santuario –de Rumoroso–, y en él –Cotillo– dejó su comitiva, caballerías y fajarde (...). Al volver hallose descolados caballos y acémilas: tan mal guardados estuvieron por palafreneros y caballerizos, o tan amañada tenían los de Cotillo su venganza, y tan diestros anduvieron en ejecutarla. ¿De qué se vengaban? (...) Calla en ello la tradición, pero dice que a su vez la reina castigó la ofensa, estableciendo por pública escritura y mandamiento real que a nadie de los necios en Cotillo, o que de Cotillo tengan su linaje, se diera en tiempo alguno el priorato de Rumoroso».
¿La espadaña? Pues resulta que esa iglesia románica, y aquí comienza a confundirse la realidad con el mito, estaba al parecer en construcción a principios del siglo XII, cuando en 1111 apareció por allí nada menos que la reina de León, Urraca I, con todo su séquito y en plena campaña contra su segundo marido –y primo–, Alfonso I de Aragón, apodado el Batallador y que probablemente la maltrataba. Su matrimonio había sido el primer intento de unir los reinos cristianos ibéricos cuando los almorávides andaban pegando duro, pero se llevaron regular tirando a mal y el asunto acabó con cada uno por su lado, en su reino, al principio. Y en guerra después. Ella tuvo otras parejas; él no. De acuerdo con la documentación del musulmán Ibn al-Athir, se especula con que fuera una especie de monje guerrero o gay.
Al parecer, y siempre según la tradición oral, la visita de nada menos que la reina provocó la reacción esperada en la villa, improvisando un homenaje y haciendo tañer las campanas de la iglesia, que ya estaban en funcionamiento. La historia se bifurca en una versión alternativa en la que se confunde al séquito con una razia musulmana, para real enojo hasta que se aclaró la confusión.
El caso es que la reina no llegaba de buen humor. Acababa de perder la batalla de Candespina contra su marido, y que terminó con la leonesa emprendiendo la huida hacia Galicia. Y así fue como llegó a Anievas, al parecer de no muy buen humor, y ordenó que cesara todo ese jaleo, vocerío y repicar de las campanas. No estaba su majestad para alharacas.
También se ha transformado la versión asegurando que Urraca I había aparecido por el pueblo desterrada por su padre –aunque no hay constancia de tal destierro– o en peregrinación o con destino al Monasterio de Rumoroso, pero el caso es que no se debió mostrar muy halagada con el estruendo, para el malestar de los habitantes de la villa, que molestos con la prepotencia de la reina y su séquito –tampoco cuesta imaginar las ínfulas con las que llegarían los visitantes–, se vengaron cortando a escondidas las crines de sus caballos.
Por la mañana, al descubrirse lo que había pasado, el juez del concejo, tal vez el alcalde o cualquier otro tipo de regidor ordenó tocar las campanas para convocar a los vecinos y descubrir qué había ocurrido._Y, claro, solo le faltaba eso a la reina, que convencida de que se la había desobedecido apareció iracunda por el lugar para encontrarse además con la afrenta de los caballos. Así que muy airada, optó por el desaire y debió decir algo así como: «Me marcho lo más lejos posible de este pueblo, hasta que no se vea ni se oiga el campanario de la iglesia».
Y, claro, la ofensa se convirtió en una invitación. Qué mejor que elevar mucho más la espadaña, para que la reina furiosa estuviera lo más lejos posible. Y colocar no un vano, sino dos, para que el sonido de las campanas fuera mucho mejor y la invitara aún más a alejarse. Lo hizo hasta el Monasterio de Moroso, del que ha llegado a nuestros días la ermita de San Román de Moroso. Muy rápido debían construir los de Anievas en el siglo XII para que la historia fuera verdad. Y por eso, además, se dice que no pueden tener propiedades en Romoroso, en venganza de Urraca I.
La leyenda tiene un buen puñado de datos históricos salpimentados con misoginia. Urraca fue la primera reina no consorte europea a la muerte en 1109 de su padre, Alfonso VI de León y de Castilla –por cierto es el de la historia del Cid–. Y tales eran sus ovarios que para que quedara claro que no era consorte del otro Alfonso, el de Aragón, firmaba en ocasiones como 'Urraca Rex Legionis' (Urraca, rey de León). Rex, y no regina.
Así que la leyenda puede tener mucho de machismo histórico al presentar a una reina irascible, voluble y caprichosa. Que tal vez lo fuera, pero más allá de eso la suya fue una biografía fascinante. Puede incluso que la tradición oral hablara solo de un rey y Amós de Escalante tratara de cuadrar fechas con ella.
También sobrevivió la leyenda de que la reina Urraca I fue enterrada en la cercana ermita de Rumoroso, pero lo único que queda allí de ella es la ruta turística que se ofrece en el Alto Besaya, recreando su figurado camino en lo que en la actividad se presenta como un retiro espiritual, obligando todo el jaleo bélico. Porque aunque su sepultura está ya desaparecida, la reina Urraca fue enterrada en el panteón de San Isidoro de León, donde con la excepción de su padre Alfonso VI era tradición dar sepultura a los reyes leoneses.
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