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La Vijanera se vistió hoy con su mejor máscara para encandilar a los miles de personas que se acercaron a Silió (Molledo) para celebrar ... una Fiesta de Interés Turístico Nacional enraizada en los ritos ancestrales de Cantabria. La Asociación Cultural de Amigos de La Vijanera quería ofrecer en esta edición una nueva imagen y el resultado fue espectacular, como ratificaron tanto quienes se estrenaron en la mascarada de Silió como los más habituales, que se dejaron sorprender por más personajes que nunca, más trajes, más máscaras y una apuesta decidida por acercarse cada vez más y mejor al origen de la fiesta. Eso sí, se notó la coincidencia con el día de Reyes y fue menos el público que se congregó. Como decían en Silió, «hoy se sabe quiénes son fieles a la fiesta».
Fieles siempre mayoritariamente jóvenes que cumplieron con el rito y siguieron de cerca a la comitiva, aplaudiendo cada parada, riendo con las coplas satíricas, rendidos a una representación única que acaparó su atención hasta que la imponente iglesia románica de Silió impuso la ley divina para que los grandes protagonistas, los zarramacos, dieran muerte al Oso.
Entre los visitantes estuvo la plana mayor del Gobierno regional, Miguel Ángel Revilla y Eva Díaz Tezanos, consejeros como Francisco Mañanes o Francisco Martín, parlamentarios, la alcaldesa de Molledo, Teresa Montero, y alcaldes y concejales de corporaciones de todo el entorno.
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Un poco después de las doce del mediodía comenzó el gran espectáculo en dos lugares distintos. Una pequeña comitiva se dejaba ver en las laderas que bajan de Santa Marina a Silió, mientras el gran grupo salía de las antiguas escuelas, sede de la asociación organizadora. Nadie se quería perder uno de los momentos álgidos del día. Y nadie quedó defraudado. El Oso bajaba de los montes escoltado ya por los zarramacos que se unieron para darle caza al pie de la iglesia. Los guerreros del Bien hicieron su trabajo y pusieron en manos del Húngaro al animal que representa en la fiesta todos los males de la tierra.
Las dos comitivas unidas se dirigieron a la plaza principal entre un pasillo humano donde las cámaras de fotos no paraban, dirigidas muchas hacia uno de los alicientes de los últimos años, los trajes naturales, este año más y mejor si cabe. Sorteando calles estrechas y gente cuerpo a cuerpo con los vijaneros, el grupo se dirigió a la Raya, la frontera entre Silió y Santián, lugar elegido, como es tradición, para pedir Guerra o Paz. Y como es habitual, ganó la fiesta y reinó una paz que, al menos, durará hasta el año que viene.
En ningún momento cesó la danza y, con ella, el sonido de los campanos que portan los zarramacos, cerca de 500 campanos que se dejaron sentir en todo el recorrido. Sonido que marca el ritmo a cuarenta kilos de peso entre metal y cuerdas.
El largo recorrido hasta la Raya permitió disfrutar del centenar largo de integrantes de la comitiva, especialmente de los renovados trajes que recrean la Naturaleza, otra de las apuestas de este año, con mención especial al renovado Árbol, uno de los más fotografiados y el preferido de los niños. Con ellos, el amo, los traperos, la pepona, la madama o el mancebo, la gigante giralda, los danzarines, la preñá, la gorilona o las gilonas, también recuperadas este año. Todos envueltos en trajes de marcado corte rural, hechos con elementos propios de las labores cotidianas y la naturaleza de la zona, sacados de retales de telas viejas y sacos.
La comitiva regresó sobre sus pasos dese la Raya hacia la plaza de Santiago y de ahí a la campa donde se había instalado el escenario que acogió el canto de las secretas coplas. En el mismo escenario tuvo lugar el Parto de la Preñá, premonitorio de un año de bienes.
Y para finalizar, sorteando a los cientos de espectadores que, hombro con hombro, fueron afluyendo a la campa, llególa victoria del Bien sobre el Mal, la culminación de la fiesta con los zarramacos abatiendo al Oso al pie de la iglesia parroquial, recibiendo su bendición, utilizando sus varas como lanzas de purificación, unidas, formando un círculo, sobre el plantígrado, para librar al hombre de malos presagios, que por otra parte, falta hace.
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