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El pequeño Santuario de Nuestra Señora de La Cuesta, en Los Corrales de Buelna, guarda entre sus prebendas la posibilidad de conceder indulgencia plenaria o la concesión de gracias para evitar epidemias como la del cólera, que arrasó en el siglo XIX España. La primera ... se basa en una bula a perpetuidad concedida en el siglo XVIII por el Papa Pío VI, que otorgó la identidad propia de la Diócesis de Santander y, poco después, a petición del que era párroco de Los Corrales, Pedro González Bustamante, un Jubileo Perpetuo coincidiendo con dos fiestas señaladas, Nuestra Señora de la Candelaria, el 2 de febrero, y Santa Ana, el 26 de julio. La primera se celebra este domingo a las ocho de la mañana.
El párroco actual, Francisco Lledías, recuerda siempre la «divina gracia» concedida por Pío VI. La historia de este privilegio parte de la petición que el párroco Pedro González cursó a través del nuevo Obispado de Santander a Su Santidad. El Santo Padre vio con agrado la petición y concedió y emitió una bula que reza lo siguiente: «A las personas que de uno y otro sexo que, habiendo confesado y comulgado, visitaren devotamente el Santuario de Santa María de La Cuesta desde las primera vísperas hasta el día siguiente puesto el sol en los días de la Purificación de Nuestra Señora y Santa Ana ganan indulgencia plenaria y remisión de todos los pecados pidiendo la paz y concordia entre los príncipes cristianos, buen estado y aumento de nuestra Santa Madre Iglesia. Siendo párroco Pedro González Bustamante».
En la misma bula, que se guarda en el Santuario, reza que «así mismo, concede Su Santidad, en todos los días de las festividades de Nuestra Señora, siete años y siete cuarentenas de perdón, rogando a Dios Nuestro Señor por las necesidades de nuestra Santa Madre Iglesia».
El agradecimiento
Pero hay algo más. En cuanto a las gracias, un escrito relata que entre agosto y septiembre de 1854 «hallándose Sevilla invadida por el cólera, los naturales de Los Corrales residentes en Sevilla ofrecieron a Santa María de La Cuesta, si se dignaba librarles del mal, un presente que recordara el evento y como muestra de gratitud».
Así fue, y los fieles, agradecidos por el gesto, regalaron «un manto de rico terciopelo con oro, corona de plata y otra para diario, ramo de plata para la mano y vestido completo para el niño». De esos obsequios, aún hoy se conserva la corona de plata 'de diario'.
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