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Un vaso de leche y un sobao

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Juanjo Santamaría

Un vaso de leche y un sobao

Estampas de verano ·

Santillana del Mar es uno de los refugios para los visitantes que buscan qué hacer cuando llueve

Rafa Torre Poo

Santander

Lunes, 19 de agosto 2019, 07:14

Santillana del Mar nunca falla. Es poliédrica. Su capacidad de adaptación es asombrosa. Incluso en los días más crudos de este verano en Cantabria. Esos más propios del otoño en los que no paró de jarrear y las temperaturas no superaron los 17 grados. A la villa más turística de Cantabria no le afecta. Es más, le viene bien. Más visitantes. «Lo bueno es que aquí hay mucha oferta museística», explica Rebeca en la Oficina de Turismo. El rey es el de Altamira, a escasos kilómetros del centro. «Ya en el casco urbano se puede visitar el de La Colegiata, el de La Inquisición, la Torre de don Borja, La Casa del Águila, el Museo Diocesano...», recita de memoria.

Una simple vistazo a la calle permite distinguir a los foráneos de los locales. Los primeros sonríen. Bajo un paraguas o embutidos en un chubasquero su cara refleja felicidad. «No te lo vas a creer. Llevo puesto un anorak. Anoche tuvimos que taparnos con el nórdico para dormir. ¡Qué delicia!», cuenta un joven con marcado acento andaluz mientras habla por el teléfono móvil.

Las gotas rebotan contra el empedrado del suelo con fuerza. Tanto que salpican. David está a resguardo. Un balcón justo detrás del lavadero que da acceso a la plaza de la Colegiata le sirve de techumbre. No es su lugar habitual. «Este año la gente no juega demasiado», se lamenta este vendedor de cupones de la ONCE. «Cuando hace malo o no hay sol, la gente se anima a venir más por la mañana y, si hace para playa, a partir de la ocho de la tarde. Aquí siempre hay movimiento», afirma.

En el rato que ha durado la charla ya son dos los que se han acercado para preguntarle lo mismo: «Perdone, ¿sabe si hay algo cerca, un bar o una confitería, para tomar un vaso de leche y un sobao?». Les responde de forma automática. «Vayan en esa dirección». Es uno de los placeres que se dan los turistas en días como hoy. Y uno de los reclamos de los hosteleros y confiteros.

Vaso de leche, un euro. Con sobao, bizcocho o corbata de Unquera, un euro y medio. Dos euros si se acompaña con una quesada pasiega. Productos de otras zonas de la región que aquí tienen uno de sus mejores escaparates. «Entrar, entra mucha gente. Todo depende de las ofertas que les pongas», explica Blanca que atiende en El Ermitaño. «Pero el producto estrella es la quesada. Es lo que más vendemos», puntualiza.

Otoño en verano

Fuera sigue lloviendo a cántaros. Los más despistados buscan algo con lo que cubrirse. Lo tienen fácil. En todas las tiendas lucen en primer plano. Es lo que más se vende hoy. El paraguas pequeño, a seis euros. Los chubasqueros finos, de esos que plegados ocupan un palmo, un euro y medio.

Juana y Antonio han sido previsores. «Lo primero que metimos en las maletas fueron los paraguas», dicen entre risas. Vienen desde Mérida, en Badajoz, y están encantados. «Esto es precioso, nos recuerda mucho a la zona de La Vera en el norte de Extremadura», explican. Antes han estado en San Sebastián y en Santander. «No nos asusta la lluvia», afirman con una carcajada. Se acerca la hora del blanco, como se dice aquí, o del vermú o el aperitivo, y las calles y los bares se van poblando. Los restaurantes, poco a poco, se desperezan. Lo tienen que preparar todo para cuando las mesas empiecen a llenarse y las comandas vuelen por las cocinas. Que bajen las temperaturas permite a los cocineros elaborar platos más contundentes. De cuchara. El cocido montañés es el que más veces aparece escrito en las pizarras que desgranan el menú del día. Las carnes a la piedra, ya fuera de carta, con sus patatas y pimientos fritos, son otro foco de atención. «Hoy sí. Hoy, con este frío, toca homenaje. Un cocidito para calentar», afirma con entusiasmo un matrimonio que está acodado en la barra mientras hace tiempo para entrar a comer.

Las tiendas de souvenirs rebajan el ritmo mañanero. Aprovechan para ordenar y recolocar los escaparates. «La gente que viene a Santillana del Mar lo hace mentalizada y buscando el fresquito», explica Milagros, de Artesanías González. «Todos nos dicen lo mismo: ¡qué fresquitos hemos dormido esta noche».

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