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Era el regreso más esperado, la fiesta más deseada, la vuelta a las calles de la algarabía total que supone una de las mascaradas más importantes de toda Europa, la primera en el calendario y, como se comprobó este domingo, en los corazones de miles ... de personas, entregadas a La Vijanera.
Tres años habían pasado desde que los campanos se apagaron, desde un domingo, el primero del año 2020, en el que los gritos y los cánticos, coplas, augurios y tradiciones se fueron a dormir sin saber que no regresarían a las calles de Silió hasta 2023. Mil días para crecer, para ahondar en el pasado, para prepararse para lo que fue este domingo: una simbiosis absoluta entre los vijaneros y un público llegado desde toda España y parte del extranjero, agradecido por poder meterse de lleno en una fiesta sin barreras de ningún tipo. Una de las pocas que gusta de adentrarse entre la gente, de abrirse paso a la antigua usanza, de interactuar, de repartir empujones y suaves latigazos entre los más valientes. Tan cercana que cuesta sobreponerse al embate de la comitiva y no sumarse e involucrarse para sentirse uno más, poseído por la locura de personajes sacados de cualquier sueño o pesadilla.
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Había ganas de volver a encontrarse con La Vijanera pero no de madrugar, más con las malas previsiones y la lluvia de primera hora. Pero el día fue mejorando y la gente fue llegando hasta convertir Silió en un hervidero. Los asiduos sabían del poder de convocatoria de ese regreso y quisieron asegurar su sitio, aparcar cómodamente para disfrutar de una mascarada que hizo su 'rentrée' a mediodía, como antiguamente, con una comitiva que partió desde las antiguas escuelas y otra de los altos de Silió.
Fueron miles las personas que esperaron el gran espectáculo de La Vijanera, muchos junto a la iglesia de San Facundo y San Primitivo, muy cerca del punto de colisión entre los dos grandes cortejos, zarramacos y el oso, que son dos emblemas de la fiesta de Silió y representan el bien y el mal, una de las muchas alegorías de la mascarada.
Cerca de 170 vijaneros mayores y pequeños, estos últimos ansiosos por repetir ante los más veteranos la entrega que desplegaron ya el sábado. 80 trajes distintos, todos documentados siguiendo la tradición, como había adelantado uno de los máximos representantes de la fiesta, César Rodríguez. Y como es habitual, los zarramacos, con sus 40 kilos en campanos entre pecho y espalda, además de los trajes naturales, llamaron poderosamente la atención a los experimentados visitantes y a quienes se estrenaban en la fiesta, que fueron legión. A pesar de los años de bagaje también para La Vijanera era una edición de estreno, la primera en celebrarse como Bien de Interés Cultural Etnográfico Inmaterial, una decisión tomada en 2021 que por fin se pudo sacar a la calle este domingo. Por todo ello, nadie quiso perderse la vuelta de la gran mascarada. Ymenos en el Gobierno regional. Presidente, vicepresidente y consejeros se dejaron ver acompañados de directores generales, alcaldes y concejales.
No habían tocado aún las campanas de mediodía cuando gritos, cohetes y campanos anunciaron el desenfreno que supone la salida en tromba de las comitivas de La Vijanera. Salida, por una parte, de las antiguas escuelas, sede de la asociación organizadora, y, por otra, de los barrios altos para confluir ambas comparsas al pie de la iglesia románica, principio y fin de la fiesta.
Los visitantes se agolpaban en las rutas que tomaban los vijaneros. En la plaza de Santiago, junto al museo de la mascarada, en la raya, donde dos veces pidieron guerra para, a la tercera, declarar la paz con el recuerdo del encuentro de antaño con otras comitivas. Sorteando calles estrechas y gente cuerpo a cuerpo con los vijaneros, el grupo fue mostrando su particular singularidad: el amo, los traperos, la pepona, la madama y el mancebo, la gigante giralda, los danzarines, la preñá, la gorilona y las gilonas, además, por supuesto, del oso y los zarramacos.
De ahí, regreso, paradas incluidas, a la campa donde se concentraron las miles de personas que quisieron llegar al final. Coplas, canciones y parto de un nuevo año hicieron regresar sobre los pasos a unos y otros, protagonistas e invitados, hacia la iglesia, monumento a la divina justicia que empujó a los guerreros del bien, los zarramacos, a acabar con el oso, símbolo del mal.
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