Viola y mata a su vecina en Hinojedo
Regreso al lugar del crimen (08) ·
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Regreso al lugar del crimen (08) ·
Se cumplen 25 años del asesinato de Pilar Pechero a manos de un joven del puebloDomingo, once de la noche. El último bus que va de Torrelavega a Suances deja en la esquina del bar La Caraba a dos mujeres y a un joven de Hinojedo. Una llega a su casa y se despide de su amiga, que sigue a pie el camino hacia su vivienda junto al otro muchacho. A la casa de él se llega antes. Pero no para. Sigue andando tras ella. Le pone la mano en la cintura. Huye despavorida por los prados. Él la coge. Ella chilla. Escapa. La alcanza. Se desencadena un trágico forcejeo que deriva en el peor de los finales: una sádica violación y la muerte por asfixia de la chica. Han pasado 25 años de este crimen que sumió en la tristeza y el miedo a la gente de Hinojedo, que después hizo frente común para evitar que el condenado por aquellos hechos regresara a la localidad una vez libre. Nadie olvidará jamás a la víctima. El camino hacia el barrio La Cosaatada, donde ella vivía con su familia, ahora lleva su nombre: calle Pilar Pechero. La placa está clavada en la que era la casa de su asesino.
Ocurrió la noche del 30 de enero de 1994. Pilar, de 35 años, volvía de pasar el domingo en Torrelavega con su novio, con el que planeaba casarse ese verano. En el autobús, ella y su amiga coincidieron con un vecino suyo de 23 años, que también regresaba tras tomar unas copas. No entablaron conversación hasta que se apearon y, ya solos, emprendieron el camino hacia sus casas por la calle San José. Pero la supuesta cordialidad se torció en cuanto él hizo ese gesto de tocarle la cintura.
Según el relato que consta en la sentencia, ella, asustada, echa a correr hacia su casa, situada en la parte más alta. Él, nervioso y alterado por su reacción, corre detrás mientras Pilar le suplica que la deje en paz. Consigue alcanzarla y la sujeta por los brazos. Pide auxilio, pero nadie la escucha. Él la saca del camino y la mete por la fuerza a un prado aledaño. Ella sigue corriendo campo a través para intentar llegar a un grupo de viviendas. Pero él la alcanza otra vez al llegar a una gran cagiga situada al borde del camino, a pocos metros de esas casas en las que ella pretendía salvarse. Chillaba y chillaba, y se defendió como pudo. Pero él la mató al impedirle respirar, se ensañó mordiéndole la cara y la violó allí mismo cuando, ya asfixiada, dejó de moverse. El cadáver semidesnudo y herido de la mujer fue encontrado a las cinco de la madrugada del lunes 31 de enero.
Es la parte menos escabrosa del crudo relato de los hechos probados de una sentencia de la Sección Segunda de la Audiencia Provincial, fechada en enero de 1996, en la que se condenó al autor a 18 años de prisión por un delito de violación y otro de homicidio doloso, con la atenuante de arrepentimiento espontáneo. Cumplió su pena y se reinsertó en la sociedad.
«Iba a acostarme, pero escuché ruidos fuera. Me asomé al balcón y alumbré con una linterna. Vi algo blanco, oí pisadas de hojas y un sonido: '¡mmmm!'. Pensé que era un animal. Esos días decían que había zorros (...). Luego supe que en esos momentos, ese sonido lo emitía ella cuando él la estaba ahogando». Han pasado 25 años pero el vecino que ofrece este testimonio no puede quitarse el terrible recuerdo de la cabeza. Ni el de los gritos a las cinco de la madrugada cuando las personas que estaban buscando a Pilar encontraron su cuerpo bajo los árboles que había frente a su casa.
Ya de noche, cuando salieron a buscarla y supieron por el chófer del autobús quiénes habían sido las últimas personas que habían visto a Pilar, sus familiares acudieron a la casa de ese joven que vivía con sus padres y hermanos en una vivienda habilitada en la planta superior del actual centro cívico de San José, un edificio cedido al pueblo por el patronato de Azsa. En ese momento, él no contó la verdad. Admitió que sí la había visto y hablado con ella, caminando un rato juntos hacia sus domicilios, pero nada más. Pero lo dijo mostrando una «actitud nerviosa y dubitativa», describe la sentencia. En ese momento la desaparición de Pilar fue denunciada ante la Guardia Civil, donde se dio cuenta de la sospechosa actitud de ese vecino. Sobre las seis de la mañana del lunes 31, tras el descubrimiento del cadáver de Pilar, varios agentes regresaron al domicilio del sospechoso y lo llevaron al cuartel «como testigo». Ya en la patrulla, confesó «voluntaria y libremente los hechos».
Francisco Javier Gómez Blanco | exalcalde de suances
«Fue un drama. Yo vivía con mi familia en la casa de mis abuelos, dentro de aquella finca en la que apareció el cuerpo. Pero no me enteré hasta la mañana siguiente, con la luz del día, el revuelo (...)», rememora el que era alcalde de Suances en aquel momento, Francisco Javier Gómez Blanco (actual director general de Vivienda y Arquitectura), que guarda un vivo recuerdo de la víctima: «un cielo, un encanto de muchacha, que no levantaba la mirada del suelo, muy, muy tímida».
Su descripción coincide con la que aportan otras personas que la conocieron y lamentaron su muerte, «una joven clásica, formal, muy buena chica y tan tímida… Cada día la oíamos caminar hacia su casa. Su taconeo característico, a pasitos cortos y rápidos. Mira, ya pasa Pili, nos decíamos en casa. Esa noche no la oí (...)», cuenta otra mujer, que también compareció como testigo en el juicio. Porque poco antes de la medianoche vio algo crucial: «salí de casa al contenedor de basura, y me crucé con … (el autor), que pasaba tranquilamente, fumando». Venía de la zona en la que horas después encontraron el cadáver.
Hinojedo no superó fácilmente la dramática pérdida de su vecina. Años después de despedir a Pilar en un multitudinario funeral, los vecinos se enfrentaron a tener que convivir otra vez con el ya condenado por el homicidio, que consiguió la libertad condicional en 2003. «Los que lo vivimos de cerca podemos decir que marcó al pueblo, por el miedo que se pasó… El tiempo lo va borrando, pero vivíamos acojonados. Todas las madres que teníamos críos íbamos a buscarlos: del autobús a casa». En aquel otoño de 2003 los vecinos se reunieron en el Centro Cultural San Saturnino para ver la manera de exigir su marcha del pueblo. Enfrentó esta alarma social el que entonces era alcalde pedáneo de Hinojedo, Iván Sáez, que con solo 25 años de edad tuvo que tranquilizar al vecindario, cuenta. «Es que su casa, a la que él volvió, estaba a menos de cien metros de la casa de la familia de Pilar», recuerda Sáez.
El clamor popular pudo atenderse con la intervención del Ayuntamiento de Suances y la mediación del párroco, a través de otro cura dedicado a labores de reinserción. Mientras se buscaba una solución para alejar al condenado de Hinojedo, se recogieron 1.500 firmas pidiendo su 'destierro'. «Su vuelta se vivió con mucha tensión; se reunió al vecindario para tranquilizar los ánimos y explicarles que él ya había cumplido con la justicia. Que si no le habían impuesto una orden de alejamiento no podíamos imponer un Fuenteovejuna», recuerda el exregidor de Suances. Al final, se le buscó trabajo y casa en otro lugar. De manera voluntaria, «y con una actitud colaboradora», remarca el exalcalde, aceptó el ofrecimiento y se marchó.
La detención de ese joven sorprendió al vecindario, que no le atribuían un carácter violento ni tenía antecedentes conflictivos. «Lo veíamos inconcebible, cómo va aser, si a él le conocíamos todos y era un chico normal, aunque viniera de una familia peculiar…», cuenta la actual alcaldesa pedánea, Zaida Báscones.
Él mismo declaró que no pretendía matarla, pero «perdió el control» cuando la víctima chilló. Pero esa 'pérdida de control' no supuso ningún atenuante para su pena, ya que los forenses y psiquiatras que lo examinaron determinaron que no presentaba «ningún tipo de anormalidad mental ni trastorno psicopatológico de la personalidad (...)». El tribunal no aceptó, por tanto, el trastorno mental transitorio como justificación, así que la única circunstancia atenuante que se le aplicó fue la de 'arrepentimiento espontáneo' porque a la mañana siguiente «confiesa los hechos voluntariamente y sin coacción externa alguna».
Han pasado 25 años y por la calle Pilar Pechero ya no se va a la casa donde ella vivía con su familia. Allí ya residen otros. La placa con su nombre está clavada en un lateral del centro cívico San José, que antiguamente albergaba las escuelas y que en el piso superior tenía una vivienda cedida por el patronato de Azsa a la junta vecinal que, a su vez, alquilaba a personas que necesitaban vivienda pública por algún motivo. Tampoco queda nadie allí de la familia del condenado.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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