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El Carmen se rodea de sus incondicionales en su celebración más «atípica»

La patrona de Camargo convocó a decenas de devotos frente a la ermita de Revilla en una edición de las fiestas «triste» aunque «esperanzadora»

Javier Gangoiti

Santander

Jueves, 16 de julio 2020, 11:41

«Siempre me cojo las vacaciones en julio para poder estar aquí, y este año no iba a ser una excepción». A María Eugenia Revuelta, nacida en Muriedas aunque recién llegada de Madrid, se le escurrían algunas lágrimas a través de la mascarilla al hablar de lo importante que es para ella acudir a la virgen de El Carmen. Igual que la veintena de personas que rodeó la ermita de Revilla poco antes de las cinco de la mañana, sus ojos delataban el entusiasmo incondicional de visitar a la patrona de Camargo en un año tan atípico, sí, pero sobre todo la emoción de rendir homenaje a los suyos, los que siguen aquí o los que la acompañan desde otro lugar.

María Eugenia encarna ese sentimiento tan personal, tan de dentro, que ha movido a cada fiel hasta la virgen. Los pies, descalzos; la mirada, vidriosa; y, el corazón, en un puño. Para todos será un año inolvidable. De no ser por el coronavirus, esta madrugada habría sido una fiesta por todo lo alto, de esas que Camargo -y toda Cantabria- recuerda hoy con tanta añoranza. Amigos, abrazos, diversión… Y la imagen de El Carmen, en la calle. Lo de hoy ha sido otra cosa. Ni rastro de ese olor a churros o a la cera de las velas -apenas dos decenas acurrucadas frente a la ermita, vallada-. En suma, casi tantos policías y guardias civiles -atentos a cualquier incidencia, que no la hubo- como devotos. Silencio, mucho silencio, y el primer «¡Viva la virgen de El Carmen!» sonó a gloria bendita. Y de repente las campanas, aturdiendo hasta a los grillos del barrio y haciendo que más de uno, aunque no lo tuviera pensado, rompiera a llorar. Mucha emoción.

Muchos de esos 'vivas' vibraron desde una verja a un costado del santuario. Ainhoa Sancho, Paula Cuerno, y Cristina Canales estaban ahí, pegadas a la reja, compartiendo el sabor que estaba dejando esta edición tan atípica. «Muy triste», dijeron las tres amigas, casi al unísono. No serían las únicas que se quedaron con esa sensación. «Esto suele estar lleno, y verlo así da mucha pena», declaró Sancho, enfermera en el Hospital de Sierrapando: «Que haya tan poca gente es lo mejor que puede ser, pero verlo en directo es una sensación muy triste».

Es verdad que para muchos la jornada quedó un tanto descafeinada, pero, para otros tantos, El Carmen de 2020 ha sido una cita especialmente solemne. Javier Arnaiz, de Liérganes, permaneció sentado todo el amanecer y más frente a la ermita. «Vengo todos los años desde que era niño. Asistir hoy me da esperanza. Incluso cuando tenemos barreras podemos ver que hay personas que buscan la fe. No están todos los que son, pero sí son todos los que están», declaró.

Habían dado las seis y, en el interior de la ermita, tanto el cura de Revilla, Óscar Lavín, como la pedánea local, Raquel Cuerno, ultimaban los preparativos de la misa de las ocho con ese sentimiento a caballo entre la tristeza, la resignación y el orgullo de ver cada vez más velas a los pies de la iglesia. «Es un año histórico. La imagen es tan distinta a la que solemos tener aquí…», coincidían ambos a cada rato, cuando no miraban la imagen de la virgen, que cumplirá 100 años como patrona de Camargo el año que viene.

Con el sol, las columnas de fieles en dirección a Revilla se hicieron más largas. Ya eran casi las ocho, hora de la misa, cuando Esther Berasategui y Carmen Rojero, recién llegadas desde Santander, se miraron entre sí y medio susurraron «qué silencio». Pronto se levantaron del banco y fueron formando poco a poco lo que luego sería una hilera perfecta de personas para acceder a la casa de El Carmen. Fue despacio, pero todo estaba bien preparado para evitar cualquier problema. Gel, guías para mantener la distancia, mascarilla y mucha fe. Encender una vela y saludar a la patrona. Bastó con eso para que muchos, no ellas, salieran entre lágrimas. A la salida, unos 40 minutos después, Esther abandonaba la ermita: «Bien, un poco triste, pero bueno. Falta que alguien grite otra vez un viva». Unos minutos después, ya serían las nueve, Esther y Carmen ya se habían ido pero, desde la hilera -aún alargada- alguien soltó a viva voz: «¡Viva la virgen de El Carmen!» Revilla, aunque fuera a través de la voz de unos pocos, respondió: «¡Viva!». No están todos los que son, pero sí son todos los que están.

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