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La noticia ha caído como un jarro de agua fría sobre los vecinos más comprometidos con la inestabilidad del suelo en Camargo. La Confederación Hidrográfica del Cantábrico (CHC) no tomará partido en los soplaos que se encuentren en fincas privadas. La distancia que separe los ... hundimientos de la vía pública, por pequeña que sea o el peligro que supongan estos agujeros para los vecinos, no son razones suficientes para que el organismo público intervenga en el suelo de los particulares. Es una cuestión, dice, que no entra dentro de sus competencias. La negativa de la CHC se suma así a la del Ayuntamiento de Camargo, oficializada la semana pasada, para que se tomen medidas de seguridad ante «un problema que supone un riesgo importante», como declaró entonces el presidente de la Asociación de Afectados por los Soplaos y vecino del pueblo de Camargo, Eduardo Puente.
Pero ninguno de los dos aludidos en sus reclamaciones actuará sobre el terreno de los particulares, ni para tapar ni para señalizar. Apenas una semana después de que la agrupación vecinal anunciara su intención de trasladar un comunicado a las dos entidades, sendas respuestas ya han terminado de confirmar los pensamientos más pesimistas de los afectados. «Con la Administración hemos topado. Ahora ya sabemos que, hasta que alguien se cuele dentro o pase algo realmente grave y que llame la atención de la gente, nadie tomará medidas de verdad», lamentó Puente, consciente de la dimensión que la respuesta de la CHC tiene en el escenario actual. ¿Por qué? La mayoría de soplaos en Camargo, «si no todos», se encuentran en propiedades privadas, la mayoría en el pueblo homónimo, aunque también de manera más discreta en Revilla y Muriedas, según enumera la asociación. Si ninguna institución puede intervenir sobre ellos, el 'mapa de soplaos' muestra un tablero muy difícil de afrontar.
Las administraciones
Esa es fundamentalmente la pregunta que pasa por la cabeza de la cada vez más escueta plantilla de miembros del colectivo. ¿Y ahora qué? Por lo pronto barajan todavía la posibilidad de que el Consistorio pueda encontrar la forma legal de ordenar a los propietarios a mantener sus terrenos en «unos mínimos requisitos». Eso atañe a la lucha contra especies invasoras, al mantenimiento de unas mínimas condiciones de salubridad y también a los soplaos: «Le pedimos al Ayuntamiento que haga algo, que obligue a tapar los soplaos, que concedan subvenciones o lo que haga falta para garantizar cierta seguridad en la zona», aporta el dirigente. A falta de una respuesta que ofrezca algo de luz, o bien entierre su reivindicación de forma definitiva, ni él ni el resto de socios de la plataforma pueden negar la resignación a la que conduce este camino de llamadas, escritos y asambleas, de momento, estériles.
Los afectados
De las que, salvo ellos y su entorno más cercano, nadie quiere hacerse un eco relevante. Hacia fuera, en la calle y en el día a día, la aparición de nuevos agujeros en el verde tampoco ha supuesto un acicate clamoroso más allá de la plataforma y algunos vecinos preocupados por la seguridad. La respuesta institucional equivale más o menos a esa falta de disposición popular por sumarse a las reivindicaciones. Es un problema que se comenta entre los vecinos, sí, pero tampoco ha adquirido una dimensión tan importante como en tiempos pasados, cuando las responsabilidades por paredes agrietadas y accidentes de todo tipo se decidían en los tribunales de justicia.
Entre tanto, el escaso o nulo margen de maniobra del Consistorio y la Confederación Hidrográfica para tomar cartas en el asunto deja la solución en manos de los propios residentes y los ganaderos comprometidos con el peligro. Echan ramas, abono… Cualquier cosa, en realidad. Lo que sea para allanarlos, «aunque deberían ser otros quienes tomaran esa responsabilidad», asegura. La misma autogestión se produce con la señalización, limitada hoy a un contorno de estacas o banderillas en algunos de los hundimientos, no todos, que minan los praos del entorno de las casas. «Y menos mal que todavía hay gente que lo hace», agradecía Puente.
El mapa de los soplaos
La semana pasada, en el barrio Ladredo –en el pueblo de Camargo, a ambos lados de la carretera autonómica CA-240–, zona citada con frecuencia en los últimos días debido a la aparición de nuevos agujeros, el máximo representante de los afectados se reunió alrededor del último hallazgo junto a algunos vecinos de la pedanía. Cada uno compartía una anécdota distinta, un susto, por culpa de la inestabilidad del suelo de la mies. Como cuando Iñaki de la Fuente se encontraba sembrando con su pareja, se giró «y, de repente, no estaba»;o aquella vez que un ganadero encalló con su tractor, sin poder salir, que comentaba el propio Puente. «También se cayó el perro una vez...», insistía. Jesús Gómez zanjaba luego:«Desde las extracciones de agua, este suelo que tenemos aquí es de plastilina».
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