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Lo más sorprendente de la factoría de Gullón en Aguilar de Campoo es que no huele a galleta, síntoma evidente del grado de modernización ... del proceso productivo que ha alcanzado una industria que cada año continúa invirtiendo buena parte de los beneficios en I+D+i. Dicen los expertos que es la causa principal del éxito de esta fábrica que esta semana ha superado la barrera de los 2.000 puestos de trabajo y que lleva años convertida en el principal motor de la comarca. En total, 600 cántabros trabajan en esta fábrica que vende sus productos en 120 países y que en 2022, en su 130 aniversario, aumentó su facturación y superó los 531 millones de euros.
Las puertas del complejo industrial de Aguilar de Campoo se convierten todos los días en un hervidero de coches que entran y salen. Muchos vienen cargados de trabajadores que comparten el transporte desde diversos puntos de la comarca y hasta de las provincias limítrofes. «Hay gente que incluso va y viene desde Santander y Torrelavega todos los días», comenta Carla Cuevas, que tiene sólo 25 años y ya ha logrado un contrato en el departamento comercial. Es reinosana de nacimiento y después de un tiempo en Santander, las raíces le han vuelto a llamar. «Tengo a mi pareja trabajando también aquí y eso pesa. Al final tienes ganas de estar con la familia», cuenta después de seis meses en el puesto. Ella protagoniza una de las cientos de historias humanas que hay detrás del día a día de este gigante productivo.
La de Paolo Moreira es otra. A sus 44 años ha pasado dos en Madrid después de migrar desde su Nicaragua natal, donde «ya no podíamos seguir viviendo porque estábamos sufriendo persecución política», cuenta casi emocionado. Hace seis meses que viajó al norte con su mujer y su hija de un año para comenzar a trabajar en el área de producción de la fábrica gracias al proyecto 'Arraigo', promovido por Cáritas Diocesana. Son dos ejemplos de vida que comparten otros tantos empleados de una comarca que existe por y para la fábrica.
«Hemos encontrado un piso de alquiler por 650 euros y estamos muy felices. En mi país no había futuro porque tanto yo como mi familia estábamos comenzando a temer por nuestra seguridad y por eso tuvimos que migrar», revela Moreira, que, con voz temblorosa, recuerda que a su suegro lo mataron los partidarios del régimen de Daniel Ortega.
Por eso, cuando cada mañana sube a un coche compartido con unos cuantos compañeros y llega a su puesto de trabajo en un lugar en el que próximamente será contratada también su mujer, «creo estar viviendo un sueño». «Hemos pasado de no tener nada, porque nos lo habían quitado todo, a tener un plan de vida, un futuro. Ahora creemos en lo que está por venir», dice. Ya está planeando comprar un coche para el año próximo, irse de vacaciones, etc. Todo lo que hace cualquier familia normal. «Nosotros no teníamos una vida normal», afirma.
La de Carla sí lo era, pero no encajaba en el plan de futuro que ella misma ha diseñado. «Estuve trabajando un tiempo en Santander en el departamento de contabilidad y estaba bien;pero estaba lejos de casa», confirma. Para ella la familia es lo más importante, por eso estar junto a los suyos ha sido el objetivo que ha guiado su vida profesional. «Quería volver a Reinosa, donde viven mis padres, donde nací. Y aquí, en Gullón, he encontrado la manera de fraguarme un futuro porque además aquí también trabaja mi pareja».
Los dos son unos enamorados de la comarca. En un caso porque aquí ha encontrado una vida digna, y en otro porque responde a la llamada de la sangre. «Lo bueno que tiene esto es que los horarios permiten conciliar la vida profesional y la vida personal. Es algo en lo que piensa la empresa y se agradece», confiesa Moreira, que trabaja a turnos. Cuevas tiene un horario más convencional y ha sido ella la que lo ha modelado. «Entro a las ocho y media. Lo he retrasado media hora porque lo prefiero y lo que hago luego es parar una hora para comer cuando lo normal es tener una hora y media», cuenta. Como ella, otros trabajadores –los que no se encuentran en el área de producción–, pueden hacer la misma operación.
«Estuve trabajando en Santander, pero soy de Reinosa y por eso estoy más cómoda aquí. En Gullón trabaja mi novio y ahora yo también. Aquí está mi futuro»
«En Nicaragua me quitaron todo y aquí he logrado un piso, un trabajo y un futuro para mi familia. Ahora tengo una vida normal y me parece estar viviendo un sueño»
El desafío de ambos ahora es consolidarse en su puesto de trabajo. Ella trata cada día por correo electrónico con decenas de distribuidores. «Hay que organizar pedidos y la logística a veces es complicada porque es muy grande», afirma. También le toca tratar con muchos comerciales que están en la calle. «Con ellos muchas veces ya sí que trato por teléfono porque la urgencia manda». Yasí, entre correos electrónicos y llamadas, pasa su jornada laboral.
Más rutinario es el papel de Paolo, que está aprendiendo todo el proceso de producción del área de bizcochos y tortitas. «Está todo muy, pero que muy mecanizado, pero nosotros todavía tenemos muchas cosas que hacer y somos necesarios», cuenta entre risas. «He tenido la suerte de que me han acogido muy bien. Hay un compañero algo mayor que me ha apadrinado y me está enseñando todo el trabajo de maravilla. La verdad es que estoy muy cómodo aquí y cada vez más».
Sus casos son dos de los últimos en formar parte de la gran familia de Gullón; pero hay otros tantos que aún están por llegar, porque la factoría continúa creciendo al mismo tiempo que su nivel de negocio y según las previsiones continuará haciéndolo durante los próximos años.
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Ana del Castillo
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