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«Si la gente de ciudad supiera que en el campo no se vive tan mal, esto estaría lleno». Contundente. Alejandro Valladares expone sus razones: «El jefe me da trabajo, casa y me deja un coche para moverme. Sólo gasto en comida», recalca. Argumentos ... de peso. A sus 24 años, este leonés está plenamente instalado en Ruerrero, adonde llegó en invierno para hacer las prácticas de los estudios que cursó en Heras. Es técnico en producción agroecológica y técnico en producción agropecuaria. «Pero no soy un ermitaño, el fin de semana estuve en Santander de fiesta. Tampoco está tan lejos», afirma. Las nuevas tecnologías no se le dan mal. Se considera «un 'influencer' agropecuario». Tiene más de 2.600 seguidores en Instagram.
Es su pasatiempo. Mientras trabaja, hace fotos y graba vídeos. Incluso tiene un dron para obtener imágenes más espectaculares. «¿Qué pasa, que solo hay postureo en las urbes?», ríe. En Ecolar_sl, su cuenta, relata con imágenes sus quehaceres. Chófer agrícola, trabajos con maquinaria, asesoramiento y artesanía, dice su biografía. «Es mi mejor currículum. Incluso me han llamado para ofrecerme trabajo». De momento, no tiene pensado marcharse. «Aquí estoy a gusto. Lo único que echo en falta es algo más de gente joven. Sobre todo chavalas», ríe. Las imágenes que publica en la red son espectaculares. «Es lo bueno de estar todo el día en la naturaleza, que ves algo, disparas y luego lo cuelgas», añade. Poco a poco va notando que la gente se fija cada vez más en lo que hace. «Vamos a las ferias a ver la maquinaria y grabo vídeos o hago pruebas. Algunas marcas hasta me mandan productos de mercadotecnia».
El ejemplo de Alejandro es la antítesis del principal problema de Valderredible, el municipio más extenso de Cantabria y con una densidad de población de poco más de tres personas por kilómetro cuadrado. El éxodo rural es latente en esta zona. Una herida que no deja de supurar. Por eso, su ejemplo es celebrado. «El chico está contento y nosotros también con él», explica Pedro Gómez Bocos, de Patatas Gómez, la empresa para la que trabaja.
Esta mañana se encuentra faenando en una plantación cercana a Ruerrero. Una vega paralela al Ebro. Se esmera en arrancar plantas de estramonio. «Hay que quitarlas cuanto antes porque se hacen gigantes y, lo peor, quitan la comida a las patatas que ahora están creciendo», explica Alejandro. «Un brote de estos se chupa más de la mitad de los minerales que echamos», sentencia Pedro, que acaba de venir del monte de ver parir a una vaca. Tiene más de ochenta años y sigue cada día ocupado en las labores del campo y de los animales. «No sé estar parado. Tenemos más de doscientos animales y hay que atenderlos», dice.
«El trabajo en sí no es duro. Lo único que le echas muchas horas», relata el joven. «Empiezo temprano y muchas veces es la noche la que me echa para casa», recalca. La maquinaria es otra de sus pasiones. «Es lo que más me gusta, también he estudiado mecánica», cuenta. Gracias a esta ayuda el trabajo rural ha dejado de ser tan duro.
La empresa ha sembrado catorce hectáreas de patatas. Sin la ayuda motorizada sería imposible atenderlas. Las plantaron después de San Isidro, entre la última semana de mayo y la primera de junio, y esperan recogerlas a mediados de noviembre. Las de Valderredible son de las últimas. Las sacan casi un mes después que las de las cercanas tierras de Burgos.
Para esta labor necesitan más mano de obra. Unas ocho personas. «En cada hectárea llenamos unos tres vagones», cuenta Pedro. «A unos 10.000 kilos en cada uno... echa cuentas», dice con una sonrisa. Trescientas toneladas es la cosecha que espera para este año. Luego tienen que preparar las patatas y almacenarlas. Lo tienen todo dispuesto porque el invierno en Valderredible es duro y las temperaturas, a veces, bajo cero. «Si llegan a congelarse pierden peso, se arrugan y su sabor es dulce», explica.
Junto a las plantaciones de patatas, hay otras de cereal. Es cultivo de rotación. Para no quemar demasiado la tierra año a año. Trigo y cebada es lo habitual. Es la manera que tiene el campo para recuperarse antes de volver a albergar en su interior al tubérculo que da fama al municipio.
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