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Si está leyendo esta crónica desde su casa mire a derecha e izquierda. Piense en todo lo que hay en los cajones. En el lugar donde guarda los papeles o en las fotos enmarcadas sobre la mesita de noche. En lo que tiene en los ... armarios. En su coche, tal vez aparcado en el garaje o en la acera, a pocos metros del portal. Piense, por un momento, que se va a dormir y que, al rato, descubre que ha perdido todo. Porque justo eso es lo que le pasó a Marta Gutiérrez, en el número 15 de la avenida La Naval. «Esta es mi casa. Bueno, era». O a Jesús Amo y Luz Divina Fernández, que ayer, a media mañana, se calentaban junto a una estufa en la cafetería del hotel Vejo. Tienen 91 años. Ella no dejaba de llorar y él, de repetir, «que buena es, que buena es». Viven –vivían, porque allí ahora no se puede vivir– en el número 31. Sus historias son las de la noche más fría en Reinosa. Fría, sí. Porque aquí están más acostumbrados a la nieve que en ninguna parte. Pero lo visto con la riada, con el Híjar y el Ebro desbordados y arrasando las calles a base de agua y barro, dejó helado el corazón del municipio. «Como esta vez yo no lo había visto nunca». Esa fue, posiblemente, la frase más repetida ayer en la capital de Campoo.
Para entender lo ocurrido hay que saber que buena parte del casco urbano de Reinosa está entre dos cauces. También que el viento sur y la lluvia, juntos, son una quitanieves perfecta. Se juntó todo. Mucho de todo. El Híjar, alimentado por la nieve derretida y las trombas de agua permanentes, alcanzó la mayor altura conocida desde que hay datos. Llegó, durante la noche, a los 3,59 metros. La corriente, en el punto en el que sus aguas desembocan en las del Ebro, hizo de tapón, de muro. Así que los dos cauces acabaron desparramándose.
3,59
metros de altura alcanzó el río Híjar, el máximo en la serie desde que hay registros de medición.
Según los expertos, la frecuencia teórica en la que podría repetirse un episodio similar es de trescientos años. Como no vivimos tanto, en Reinosa nadie recuerda una noche como la del jueves. La calle Duque y Merino o la zona de la Vidriera (y todas las transversales de ese entorno) pagaron los efectos del embudo. Incluso, más arriba, en la calle Mayor, frente al Teatro Principal –posiblemente el edificio más emblemático de la ciudad–, varios locales comerciales quedaron destrozados. Con todo, las escenas más dantescas, las imágenes que han saltado en forma de vídeo de teléfono en teléfono por toda España fueron las de la avenida La Naval. Allí desde las diez de la noche hasta casi el amanecer se pasó miedo. Primero susto (porque el río ya se había desbordado durante el día), pero durante la madrugada miedo de verdad.
Por suerte, y más allá de un cálculo de daños materiales que habrá que empezar a hacer desde ahora, no hubo heridos. El Plan Especial de Inundaciones (Inuncant) estuvo activo durante doce horas. Unas ochenta personas y diez embarcaciones trabajaron sin parar. El balance fue de una docena de personas evacuadas de sus coches por el peligro de que fueran arrastrados y más de ochenta confinadas en las zonas altas, en los pisos de los vecinos de arriba de sus edificios. Hasta las siete de la mañana, en la centralita del 112 se recibieron trescientas llamadas (traducidas en 108 incidencias, según informaron desde el servicio). Al Vejo, convertido en refugio, llevaron a los que necesitaban un lugar en el que quedarse.
Lorena GómezBar Tajahierro
A eso hay que añadir las consecuencias en varias carreteras autonómicas. La CA-731 (Requejada-Bolmir) o la CA-894 (Dobres-Cucayo), cortada en Vega de Liébana. Además, se cortó también la línea ferroviaria de ADIF que une Reinosa con Lantueno y Renfe anunció un Plan Alternativo de Transporte con transbordos en autobús desde Los Corrales en los cercanías y entre Santander y Palencia en los trenes de larga distancia –se anunció que los problemas pueden prolongarse durante cuatro días–. Hubo que emplearse a fondo por los daños en la Depuradora de Requejo y los vecinos sufrieron un corte de luz que a muchos les resultó eterno. «Llevamos así desde las doce de la noche».
Ese, en resumen, es el balance de datos y de daños. El listado de consecuencias sobre el papel. Pero, como siempre, el efecto, el golpe, se palpó sobre el terreno desde el amanecer. «Pusimos sacos de arena, pero nada. Tuvimos que evacuar por la ventana porque nos llegaba el agua hasta la cintura. Fue horrible», comentaba Lorena Gómez en el bar Tajahierro (el Teatro Principal está allí al lado). Siempre hay escenas que llaman la atención, que impactan. Dos vecinos de la calle Ebro invitaban a los periodistas a entrar a su portal mientras achicaban agua a ras de suelo. Les acompañaban hasta una escalera que descendía, cortada por el agua. «Mira, pero no se te ocurra pisar. Hazte a la idea, por ahí se baja al garaje y a los trasteros y son dos pisos hacia abajo». Dos plantas inferiores totalmente llenas de agua. Y de ahí, en adelante, un álbum de fotos de las desgracias. La de la vecina ante su portal repitiendo una y otra vez «qué impotencia, qué desesperación» o la de la chica con la cara desencajada frente al local encharcado de la pescadería Álvarez. También el coche volcado en mitad de una enorme poza y los restos de las señales de tráfico y los contenedores en la calle Medina del Campo. «Es que Reinosa está rodeada por ríos. Ha sido horrible. A mi suegra anoche, cuando hablamos, le costaba hasta llorar».
Será la pregunta de los próximos días, pero ayer muchos, entre tareas de limpieza y lamentos, empezaban a plantearla. ¿Ahora qué hay que hacer? El problema de los que habían perdido todo lo que tenían en sus casas era, precisamente, la falta de papeles (que también se perdieron con las riadas). Los dirigentes políticos (Miguel Ángel Revilla y Pablo Zuloaga visitaron Reinosa) hablaron ya de la petición de ayudas al Estado para este tipo de casos y los más informados hablaban ya de las reclamaciones al Consorcio de Compensación de Seguros (siempre, en el caso de tener un seguro contratado). Esos serán los pasos siguientes: cálculo de daños, peritos y reclamaciones.
Puede, en ese repaso a imágenes que a uno se le quedan grabadas en estas cosas, que una de las más llamativas fuese la de un bebé saliendo del portal en brazos de un Guardia Civil o el desguace en el que se convirtió el espacio que queda delante de las puertas del Hiper Li, uno de esos bazares orientales que tienen de todo. Allí, como fondo de la avenida La Naval, fueron a parar un puñado de los coches que surcaron la calle. Reventados, inservibles, apelotonados unos contra otros... Esos pararon allí. Porque el agua tuvo fuerzas para hacer que otros rompieran un murete de altura media y quedaran salpicando morro arriba la laguna que se formó aún más al fondo. «Esa es una vega que suele inundarse, pero claro, nunca hay coches. Los que están allí, al final, no tengo ni idea de cómo han podido llegar y desde dónde».
Tal vez La Naval –con respeto a todos los que sufrieron daños, que a cada uno lo suyo le parece que es lo más grave– fuese una especie de zona cero si uno busca ponerle este nombre a un punto concreto del mapa de desperfectos (esta avenida y la calle Duque y Merino tienen por medio las vías del tren). La casa de Marta Gutiérrez, en la parte baja del número 15, era un revoltijo de muebles y trastos destrozados. Con el aspecto reblandecido que deja en todo el agua. Su padre contaba cómo veía desde la acera del otro lado cómo iba creciendo el nivel sin poder pasar. Angustiado. Ella acabó en casa de los vecinos del cuarto.
–Todo ha quedado destrozado. Lo hemos perdido todo, todo.
–Tranquilo, al menos están bien. Eso es lo que importa.
«Es que no tengo ni ropa para ponerme», comentaba ella con la risa floja y la lágrima fácil abriendo un cajón de una cómoda de esas que pesan una tonelada y que acabó boca arriba y lejos de su sitio.
En los portales, en los bajos comerciales. La estampa era muy similar. Dos o tres personas con los escobones sacando agua y barro y un montón de enseres apilados junto a las puertas. Y, también en todos, alguien señalando el punto hasta el que llegó el agua (bien alto) o pegados a coches inservibles, como esperando que otro pudiera hacerlos volver a andar. Golpeó tan fuerte la corriente que quebró el asfalto. Los operarios, algunos con pala, otros cerca de alguna máquina, se esforzaban por retirar los restos entre charcos aún bien profundos y lodazales en los que no era conveniente pisar. Por allí, de hecho, pululaba un ejército de uniformes. Bomberos, voluntarios de protección civil, técnicos de la Dirección General de Biodiversidad, agentes de la Guardia Civil, de la Policía Local, operarios de Cruz Roja...
«Una santísima catástrofe. No sé cómo llamarlo». Eso decía, en mitad de la escena, Edgar Sangiao, junto al número 11. Contaba que andaban limpiando entre todos o que los niños del edificio se refugiaron en los pisos más altos (es innegable que ayer muchos reinosanos ofrecieron una lección de solidaridad vecinal). «Pasamos una noche de miedo. Fue todo de repente. No nos enteramos de nada y nos llamó una chica para preguntar si sabíamos algo. Al abrir la puerta para enterarnos todo entró de golpe. No hemos salvado nada. Dinero, joyas, dos coches... Las cosas que teníamos en casa. Y tenemos un niño de diez años que está en casa de los vecinos y que no quiere bajar a la calle porque tiene mucho miedo». La de Nadia Zouita era otra más de las historias de los que se quedaron sin nada.
La jornada
Mariña Álvarez Álvaro Machín
Mariña Álvarez Álvaro Machín Gonzalo Sellers
Y así todo. Por la calle Julióbriga, limpiando en el bar 'La Bombilla' o achicando agua de un portal entre el estanco y 'La campurriana', con su anuncio de comidas caseras. Con el sonido ensordecedor de una bomba sacando agua de un garaje inundado en Duque y Merino, justo a pocos metros de una zona en la que el barro, como un chocolate denso, formaba una capa hasta casi la rodilla.
«Te pondré algo provisional», le decía la cristalera mientras tomaba medidas en la panadería de la calle Mayor (destrozada). Igual que el local comercial de la firma Arsán. Todo, en pleno centro. En la arteria más reconocible de Reinosa, entre el teatro, la fuente que hay allí mismo y el Ayuntamiento. «Toma la escoba, toma», bromeaban (por decir algo) en la puerta de la popular cafetería Vejo, también afectada (ayer no era fácil encontrar un sitio para tomar café por el centro).
Así transcurrió la jornada. Entre tareas de limpieza y miradas de reojo a los ríos, que bajaban amenazantes con el color turbio de los días difíciles y las riberas llenas de maleza. También al cielo, para ver si amenazaba lluvia otra vez. Y todos, absolutamente todos, con la misma conversación en algún momento del día.
–¿Qué?
–Yo como esto no lo había visto.
Las inundaciones
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