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Somballe, el pueblo que ya no recuerda cómo tejer avellanos

Etnografía. Una asociación de la localidad ha promovido una exposición con diverso material sobre su historia vinculada a la cestería, que se está perdiendo. Sólo queda un vecino que sepa hacer esta artesanía

Héctor Ruiz

Santander

Domingo, 25 de junio 2023, 07:49

Hay muchos tipos de lenguaje, y en Santiurde de Reinosa durante siglos dominaron con soltura el de la cestería. Hoy ya sólo quedan sus ecos. «Hasta ayer, en cada casa de Somballe había al menos un cestero», deja por escrito uno de los carteles de la exposición que la asociación local cultural La Posadería ha promovido y que se puede visitar este verano en la escuela de la localidad. Cestos, carpanchos y cuévanos fabricados por vecinos hace décadas junto a las herramientas que utilizaban e incluso un glosario de terminología propia de esta artesanía conforman la muestra, que también incluye material fotográfico. Testimonios de una labor que sirvió de sustento a la zona con la que no sólo se dio forma a canastas, también se forjó con ella la esencia del pueblo. Y pese a ello, Somballe ya no recuerda del todo cómo hablar el idioma de los avellanos. Hoy sólo queda un vecino que sepa usar sus manos para este arte.

Las nietas de Ángel Luis González −o como él las llama, sus nietucas− son muy pequeñas para entenderlo. La mayor sólo tiene cinco años y la segunda cumplió ayer dos. Pero su abuelo ya les ha hecho el regalo más valioso que podía hacerles. «Sí, cuando las niñas estaban encargadas les fabriqué a cada una un cestín», dice el hombre. Son los dos últimos a los que dieron forma sus manos, y también los dos últimos cestos que se han fabricado en Somballe. Los que pusieron cierre a una larga tradición en el pueblo. «Por desgracia soy el último que queda que sabe hacerlos aquí, y yo ya no puedo ponerme con ello por problemas de salud», reconoce el paisano.

Como todo idioma, el de la cestería hay que adquirirlo mamándolo desde pequeño. «Es un oficio que no se aprende en dos días, yo lo aprendí de mi padre», rememora Ángel, que pese a tener 76 años al contarlo parece que haya pasado solo un suspiro desde que diera forma a su primer cesto de chaval, con sólo 14. Y es que si hoy en día es casi indispensable saber inglés para moverte por el mundo, para andar por Somballe había que dominar la cestería. «Era un sobresueldo que se sacaban todas las casas. Por el día se iba al campo a cuidar al ganado y por la noche se hacían cestos», explica Ángel, que también destaca que «era una tarea de hombres porque era necesaria mucha fuerza», y que generalmente se desempeñaba en soledad, aunque también era habitual que «varios se reunieran, había tres bodegas que servían de lugar de encuentro».

¿Y por qué hacer tanto cesto? Porque era como fabricar dinero, aunque vivir de ello exclusivamente «era imposible». Un cesto podía convertirse, a través del rudimentario sistema del trueque, en comida u otros productos. Se llevaban a Santiurde de Reinosa, y de ahí regresaban generalmente con aceite, garbanzos y especias. También con carretas se iban hasta Burgos y otros puntos de Castilla e incluso, antes de la Guerra Civil, «se llegó a formar una cooperativa», recuerdan los vecinos, para su venta en Bilbao. Gracias a esos viajes se intercambió por trigo, alubias, maíz... Con lo que los cestos alimentaron durante generaciones a Somballe.

Un pasado que se apaga

«Aquello se acabó», resume con resignación Ángel. Y es que ya después de él nadie en el pueblo ha adquirido este oficio artesanal. José Luis Robles, de 65 años y oriundo de Somballe, detalla que «tanto mi abuelo como mi padre −Arturo Robles− sabían hacer cestos, pero yo ya no aprendí y después de mí en mi familia nadie lo ha hecho». Y eso que ha visto tejer avellanos una y mil veces, por lo que «teóricamente sé todo el proceso, pero hay que dedicarle mucho tiempo». Y es que, como cualquier idioma, es necesario practicarlo para hablar en propiedad y escribirlo sin faltas de ortografía. «Aquí en el pueblo todo el mundo dice que sería capaz de hacerlo, pero yo no lo he visto. Creo que sería necesario mucho fallo y error hasta conseguir hacer un cesto en condiciones», confiesa.

José Luis, además, es uno de los promotores de la exposición etnográfica de cestería que ha promovido la Asociación La Posadería, una agrupación de 60 personas que se formó hace un año con el objetivo de salvaguardar le identidad cultural de la localidad, al tiempo que promueven actividades en el pueblo. «Aquí el invierno es muy largo y frío, y hay que intentar dinamizarlo todo lo que se pueda», explica el portavoz del grupo. La asociación ha coordinado esta muestra, que podrá visitarse durante todo el verano. «Hemos empezado a cañón con esta iniciativa», comenta José Luis, aunque adelanta que «tenemos muchas otras ideas». Incluso se ha llegado a plantear sacar adelante algún tipo de escuela de cestería, aunque no niega que ese es un proyecto «difícil». «Es una pena que se esté perdiendo esa tradición, porque es uno de esos oficios que a día de hoy tienen que seguir siendo artesanales porque a máquina se perdería mucha madera»; pero para eso hacen falta manos que sepan tejer avellanos, y de eso ya no se encuentra en Somballe.

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