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Jonathan Martín es educador infantil. Es un joven que va a preparar oposiciones. Es un chaval que está estudiando inglés y que escribe libros (le gusta mucho la mitología) que cuelga en internet. Y también es autista. Es un castreño que este miércoles llegó con ... su madre a eso de las nueve y media a las inmediaciones del Doctor José Zapatero. Con una par de hojas en la mano. Pequeñas. Una carta. «Me hace ilusión dársela. Quiero transmitirle que los chicos como nosotros tenemos los mismos derechos». Aurora y Anabel son las dos jóvenes que están detrás de la firma de moda Anabel Lee. Ellas llegaron más tarde. Con unas bolsas. Una gabardina, un perfume y unas zapatillas. «Dos pares, porque no sabemos exactamente el número. Hemos mirado en internet y hemos puesto unas del 36 y otras del 37». Movieron Roma con Santiago para ver si le podían dar el obsequio a la reina. En las visitas reales siempre hay historias, anécdotas. Estas dos, en Castro, salieron bien. Doña Letizia se vio con Jonathan. Unos segundos. Se llevó la carta. En su coche viajaron los paquetes de la firma de moda con una nota. «Nos han dicho que siempre contesta».
Algo más de doscientas personas se concentraron a las puertas del instituto. Para entender la variedad de los objetivos con los que fue cada uno, la primera fila. Las primeras que llegaron. Marta iba con una bandera de Palestina y cada dos por tres gritaba «boicot a Israel». Carmen iba con su hijo Jonathan para darle la carta. Julia llevaba una pancarta: «La mía güela asturiana, yo republicana». Un poco de todo. También un grupo con una pancarta en defensa de la Sanidad Pública que en los ratos de espera hasta se atrevió a cantar Viento del Norte.
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La gente se repartió por varias zonas acordonadas. En esto, hay seguridad de sobra y no se puede uno mover un pelo. Lo más llamativo, el grupo que se encaramó a un 'puentuco' sobre el Brazomar. Doña Letizia llegó puntual. A las doce. Saludó a las autoridades que esperaban en la puerta del edificio y se giró brevemente para un saludo en la distancia a los que esperaban (en el gentío, cada uno voceaba lo suyo: de 'viva España' a 'viva la república'). Entre los más emocionados, Ignacio de Barquín. Iba con una amiga y con su perro. Muy señorial, contaba que su bisabuelo fue alcalde de Somorrostro y Alfonso XIII le concedió varias condecoraciones. Él llevaba una en la solapa. «Esta fue por la fidelidad y la nobleza».
Fueron unos segundos y algunos decidieron que ya era suficiente. Se marcharon. Un centenar decidió esperar. Ahí fue cuando se gestó la entrega de la carta y de los paquetes de la firma de moda. Vino gente de protocolo, charlaron, les dijeron que escribieran en una tarjeta todos sus datos... «Creo que no habrá problema, pero tendréis que esperar». Pasó eso y un puñado de pequeñas anécdotas. Desde el grupo que venía jadeando –«cago en... hemos llegado tarde»– hasta la señora fardando por teléfono: «¿Dónde estás? Yo en frente de la puerta por la que entró. En primera fila, que además va a salir ahora. Vente, ¿no tenías tantas ganas de verla?».
Siempre hay despistados.
–¿Y todo esto?
–Que está la reina.
Sobre todo, gente que andaba haciendo deporte. En pantalón corto o en bicicleta. Alucinados con el dispositivo y la aglomeración de vecinos.
Y así, hasta que salió. Esta vez fue distinto. El coche esperaba a la reina en el interior del recinto del instituto, pero no se subió en ese momento. Recorrió andando el camino hasta la puerta, cruzó la calle y empezó a saludar a los que estaban en la zona ubicada justo en frente. Con la seguridad bien cerca, pero dejando hacer. Fotos, vídeos, gritos de «guapa, guapa»... A los cien que se quedaron a esperar se sumaron otros tantos. Fue su momento. El de los vecinos. Con espacio para los que protestaban (Sanidad, república, Palestina...), pero esta vez con más ruido de los emocionados por ver a doña Letizia. Apretones de manos, saludos, fotos con la reina como protagonista que llenarán los muros de las redes sociales y aplausos.
Justo antes de irse, doña Letizia se juntó con Jonathan. El chaval se llevó una alegría. Un grupo de niñas no tuvo tanta suerte. Vieron a los periodistas hablando con alguien. «La reina, la reina...». Pero no. Era el turno de Buruaga.
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