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«Lo que hizo fue absurdo».
– ¿A qué se refiere?
– Es muy poco inteligente conservar la cabeza y ocultar el resto del cuerpo. Otro absurdo: dejársela a una amiga dentro de una caja, ya que la acusada debería haber pensado que los restos ... no iban a resistir el paso del tiempo y todo acabaría descubriéndose.
Habla Vicente Garrido Genovés, catedrático de Psicología en la Universidad de Valencia, experto en psicopatías y uno de los grandes pesos de la criminología internacional. Suyos son el programa para delincuentes sexuales vigente en varias cárceles españolas y la técnica del perfil criminológico, que estableció en nuestro país en 1998. Acaba de regresar de México. A medida que conoce detalles del asesinato y decapitación del jubilado Jesús Mari Baranda supuestamente a manos de su pareja en Castro Urdiales, Vicente Garrido afirma que se trata de un caso «grotesco más que extraño» por la manera de actuar de Carmen Merino, la sospechosa, que aguarda en la prisión de El Dueso el final de la instrucción judicial.
«Parece una obra de Stephen King», sostiene el especialista, que no recuerda un comportamiento parecido en la crónica negra de nuestro país. Y eso avala aún más la incredulidad y el pavor que engrasan esta maquinaria homicida. Garrido ha entrevistado a cientos de psicópatas y asesinos en serie, ayudó a la Policía a capturar a Joaquín Ferrándiz, el empleado de seguros que mató a cinco mujeres en Castellón entre 1995 y 1996, y ha caminado por los círculos del infierno en casos como el de Asunta Basterra, asfixiada por sus padres adoptivos en Galicia, o el de Patrick Nogueira, que acabó con la vida de sus dos tíos y dos primos antes de descuartizarlos en una vivienda en Pioz. Pero lo de Carmen Merino es «insólito».
La extrañeza es lo que mantiene a todo un pueblo bajo una sensación polar. Nadie se explica en Castro por qué esta mujer de 61 años mató aparentemente a su pareja, ni cómo ha logrado mantener durante siete meses –eso sí, de manera muy endeble– el engaño de que Jesús Mari se había marchado de casa, ni mucho menos el motivo de quedarse con su cabeza. ¿Una inteligencia criminal? «No lo creo. Ha obrado siguiendo una idea propia de cómo librarse del asunto, pero muy lista no parece», apunta Garrido con los datos de que dispone.
– ¿Encuentra una explicación a que guardara su cabeza?
– Resulta difícil. Quizá pensó que si encontraban el cuerpo, de esa manera no lo identificarían. Puede que intentara dificultar la investigación. Pero es muy poco inteligente. ¿Por qué no la enterró en el monte?
– Al ser arrestada adujo que alguien dejó el cráneo en la puerta de su casa y que ella lo guardó porque era el único recuerdo que le quedaba de él.
– 'Yo no la corté, me la dejaron en la puerta'... Es una explicación inverosímil. No creo que prospere.
A cientos de kilómetros de Valencia, donde reside el criminólogo, se tramita un atestado judicial que puede cerrar un largo insomnio. Todo apunta a que la instrucción «va para largo», según señalan fuentes judiciales. La investigación está siendo extremadamente minuciosa. El piso continúa precintado. Es muy probable que los responsables de las pesquisas estén revisando todos los movimientos que Carmen Merino realizó desde la desaparición de Jesús Mari en febrero hasta que el cráneo fue descubierto el pasado día 28 por una amiga, a la que la sospechosa le había entregado una caja bien cerrada con los restos para que se la guardara con el argumento de que contenía «juguetes sexuales».
«Tenemos la esperanza de que la Policía sepa mucho y pueda esclarecer muchas cosas», desea Begoña Baranda, prima de la víctima, un exempleado bancario de 67 años. «Ahora estamos nerviosos, pero vamos asimilando poco a poco la falta de Jesús. Los primeros días fueron horribles».
El horror es un fotograma mental clavado detrás de las órbitas. Begoña reconoce haber «soñado mucho con la calavera. Yo sólo veía la cabeza de mi primo dentro de la caja. No me podía quitar esa imagen. Ahora puedo decirlo, pero antes se me ponía un nudo en la garganta. Es tan macabro que por las noches me despertaba con una angustia tremenda». Cuenta que esta misma semana su primo hubiera cumplido 68 años. No recuerda exactamente el día. «Nos reunimos mi marido y yo con su hermano y nos decíamos: 'Su cumpleaños, fíjate...' Cuando falta, y más de esta forma, es muy duro».
Las preguntas, la presión, han disminuido en la calle. Begoña confía en que de la investigación surja la localización de los demás restos. «Mi primo dice que ya sabemos que Juan Mari no está, que tenemos su cráneo, podemos celebrar un oficio y cumplir su última voluntad. Pero a mí sí me gustaría saber dónde está su cuerpo. Estoy convencida de que es un libro que va a decir muchas cosas», remacha, antes de desear que Carmen Merino «no salga jamás de la cárcel». ¿Sabe algo de los hijos de la acusada? A Begoña le asoma la compasión. «No, me imagino que estarán avergonzados; saber que su madre está en la cárcel por lo que ha hecho debe ser horrible».
Lo que sucede en la prisión se queda en la prisión. Debido al secreto de sumario, de los muros de El Dueso no ha salido dato alguno sobre el estado físico o psicológico de la detenida, aunque los funcionarios se sorprendieron los primeros días de su calma. «Es una persona con un buen control de sus emociones. ¿Quién sino puede dormir con la cabeza de su pareja en casa? No va a desmoronarse ahora. Lo importante vendrá con la evaluación psicológica», opina Vicente Garrido.
– ¿Qué puede suceder a efectos de la acusación si no aparece el resto del cuerpo?
–Existe la cabeza. Es lo mismo que si encontraran el cadáver en su casa. Está muy incriminada.
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