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Foto antigua del puerto castreño y sus gentes. Colección particular Jesús Garay
Gremio de mareantes, una gran odisea

Gremio de mareantes, una gran odisea

Castro de ayer y de hoy ·

Urdiales y su dársena y la franja costera de esa zona a la que llamamos Ostende fue el primer puerto de Castro

Javier Garay

Castro Urdiales

Viernes, 20 de noviembre 2020, 18:10

Sin las «tres gracias» con que he bautizado desde hace tiempo a la comarca marítimo-castreña, sin ninguna duda, no tendríamos historia. Urdiales y su dársena y la franja costera de esa zona a la que llamamos Ostende fue el primer puerto de Castro e, incluso, en sus altos se erigió la ermita de San Andrés, hecho que denota la importancia de esta zona para los pescadores castreños. Brazo de mar, hasta las campas de San Pelayo fueron territorio del gremio de pescadores y lugar donde se invernaban sus lanchas, hasta que a mediados del siglo pasado las especulaciones se lo arrebataron. Aquí, hasta hace poco se celebraban las romerías en honor a este otro santo de la mar. Y nuestro puerto central de Castro Urdiales, auténtica reliquia portuaria. Así encontró esto Roma y esas tres gracias hicieron grande a Castro, ya que una sin otra no hubiera hecho esa gran entidad marítima que se creó foralmente en 1163

Va para ocho siglos según los estatutos ordenados para la Cofradía de Pescadores de Castro Urdiales por Felipe II, en el año 1548, la fundación de la primera cofradía marítima pesquera en Castro Urdiales se otorgó por ese año. Que se fundó lo que se ha dado en llamar el más antiguo gremio de mareantes, al menos en el norte de España. Una gran riqueza comenzó a gestarse a partir de 1163. Gentes de otros lugares, viendo la posibilidad de negocio ante una actitud tan abierta de realengo y unos fueros tan libres que dejaban en manos de la villa gran parte de su administración y antojo hicieron que el comercio se unificara durante años en nuestro puerto.

Tanta riqueza lo manifiesta el poderío de la villa y como ejemplo valga que, en 1208, en una de las visitas acostumbradas de Alfonso VIII, comenzase posiblemente «nuestro» rey, su gran obra en Castro Urdiales, y desde sus célebres palacios reales (residencia real), contemplase el gran monarca los comienzos de las obras de la Iglesia de Santa María, (Nuestra Señora de la Asunción). Cuatro años después, consiguió el monarca la épica victoria de las Navas de Tolosa. El Magno vencedor se acordó de su parroquia de Castro Urdiales y le envió la gran «cruz gamada» que había presidido la victoria. Alfonso fomentó las costumbres navales y contribuyó al progreso y desarrollo comercial y marítimo.

De esa época data también el Gremio con su nombre de pila Cabildo de Navegantes y Mareantes del Señor Santo Andrés. Su antigüedad llamó la atención del rey Felipe II para reorganizarle y confirmarle. Y reconoce el Monarca que aquellas reglas tenían ya más de trescientos años de existencia, o sea, con el comienzo de la iglesia fueron los dos primeros poderes que el Monarca ofreció a Castro después de darle fueros, iglesia y cabildo, una conjunción poderosa que haría a Castro grande, donde la gente de mar, tanto comerciantes, como pescadores convertirían nuestra villa en una auténtica escuela de marina que llenaría de gloria las páginas de la historia de la Marina de Castilla.

Es impresionante el leer estas reglas por su espíritu caritativo con los pobres, los náufragos, peregrinos y extranjeros y que sin duda correspondían a la nobleza y sabiduría de nuestro rey fundador. Fue noble el afán de este Rey por ensalzar los horizontes de la España que nacía, fundando paralelamente a la de Castro nuevas villas costeras, buscando protección económica ya para anchar los caminos marítimos de España por la mar y abrir nuevos rumbos, indispensables para la vida económica y mercantil, ya militar a la vez para protegerse contra osadas invasiones y robustecer sus costas para la defensa de su pueblo y súbditos.

La elección del Procurador General del cabildo y la de alcalde de la Mar se hacia el 1 de enero en los arcos de Santa Ana. La de Mayordomos, en el mismo sitio el primer día de Cuaresma. El nombramiento de atalayeros, vendedores y sorteo de ancianos, en la iglesia de Santa Catalina. La fiesta de San Andrés, en la Iglesia del Hospital de San Nicolás. No hubo a partir de entonces empresa naval a la que no llevase Castro un contingente de naves y tropas bañando los océanos con su sangre (ver mi libro 'La Hermandad de Las Marismas').

Imagen principal - Gremio de mareantes, una gran odisea
Imagen secundaria 1 - Gremio de mareantes, una gran odisea
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Muchos privilegios ofrecieron con sus hazañas los castreños y uno de los más sonados y único en toda España fue el de la jurisdicción privativa que se le reconoció para administrar justicia entre los agremiados, lo mismo en lo civil que en lo penal. Y, sobre todo, para contribuir al alistamiento y formación de los contingentes o cuerpos para el servicio naval. Potestad jurisdiccional privilegiada, perpetuada hasta bien entrado el siglo XIX, como majestuosa ruina de la grandeza del Gremio en remotos tiempos.

Poco más de una centuria (1296) después, y cuando Castro se encuentra en su máximo esplendor, surge la Confederación de Castro, con varios puertos de la costa convirtiéndose en su capital confederativa. Se unan frente a las ambiciones de los nobles, para defensa de las villas con su rey. Era un símil de las celebradas en el interior el año anterior: en Burgos, los concejos de Castilla; en Valladolid, los de León y de Galicia; y en Murcia, los de Levante. Su finalidad es conservar las libertades de los Concejos en unión con los monarcas frente a las ambiciones de la nobleza. Señalan a Castro residencia de la junta directiva compuesta por los castreños Lope Pérez, Pascual Ochanarren y Bernalt. Su sello es un castillo con olas al pie.

En Sevilla, Jerez, La Rochela, Guerney, Brasil, Las Terceras… se paseó el nombre de nuestra villa. Los comienzos del siglo XIV en el que las Marinas de las Cuatro Villas se encuentran en su máxima exposición náutica se ve envuelta en continuas escaramuzas protagonizadas por estos cuatro puertos (Castro Urdiales, Santander, Laredo, San Vicente de la Barquera) con Inglaterra, que dominaba la Gascuña, y durante medio siglo el hostigamiento fue mutuo. Hay cartas de Eduardo I y Eduardo III, haciendo reclamaciones a los Reyes de España. Pero después del daño que se ocasionaran con actos de piratería entre ellos, las cosas llegaron a ser tan serias que Eduardo III se dirigió a los obispos ingleses en Canterbury y York pidiendo oraciones para contener a la escuadra montañesa que los acorralaba en la mar.

«No creemos ignoráis como los españoles invadieron hostilmente a muchos mercaderes de nuestra nación destruyendo no poca parte de nuestras naves. Es tanta su soberbia que, habiendo reunido en la parte de Flandes una inmensa escuadra, no solamente se jactan de destruir todos nuestros navíos y dominar el mar anglicano, sino también de invadir nuestro reino y exterminar el pueblo sometido a nos. Dispuestos a marchar prontamente, bajo la confianza de la divina misericordia os rogamos hagáis reunir las acostumbradas procesiones y ofrecer procesiones para que Dios abata la soberbia de nuestros enemigos y nos conceda a nos y al pueblo el triunfo de la victoria», testigo el Rey en Retherlith, a 10 de Agosto de 1350.

Quince días después, las naves del Cantábrico se sitúan en frente de las costas inglesas, en aguas de Winchelsea, donde se encuentra la escuadra inglesa mandada por el mismo Rey Eduardo III. Dicen las crónicas que la batalla fue encarnizadísima y la marina del Cantábrico ante el valor desesperado de los ingleses nada pudo hacer, que con su rey en cubierta luchaba por la supremacía de los mares del Norte y su propia independencia, mancillada por los marinos de la Hermandad. Veintiséis naves montañesas y vascas fueron tomadas por los ingleses. Las demás fueron quemadas o hundidas a excepción de algunas que pudieron dar proa a la península. Fue tan importante este triunfo en Inglaterra que el rey mandó acuñar medallas en memoria del primer gran triunfo naval Inglés contra naves del Norte de España.

Nuestros marinos del Cantábrico no cejan en sus pretensiones de dominio marino y pronto organizan una gran armada para ir contra Inglaterra. El Rey Eduardo no se sentía triunfador del todo y diez días después de la batalla el día 8 de Septiembre escribía desde Westminster a sus súbditos de Bayona: «Grandes armadas de buques e ingente muchedumbre armada volverá sobre las aguas para hacerse así con el dominio de la mar. Por lo tanto, queden por disueltas sus treguas y se preparen para la lucha». El triunfo inglés en Winchelsea no había sido tan demoledor por lo que se veía, sino que, como el Rey indica, seguía poderoso y desafiante a tenor de lo tratado de treguas que poco tiempo después se celebró.

El día 11 de Noviembre del año de la batalla, nombró Eduardo III cuatro emisarios para estudiar las bases de un tratado de paz a tantos años de luchas «con los maestres y Marinos del Cantábrico residentes en Flandes, como más próximo a Inglaterra». Poco tiempo después, para foralizar lo tratado en Flandes, gente de los puertos del Cantábrico enviaron tres apoderados a Londres para recompletar los tratados de paz con los comisionados ingleses y con el mismo Eduardo III. Entre los mensajeros plenipotenciarios que representaba a los puertos de la Hermandad se encontraba Juan López de Salcedo de Castro Urdiales.

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