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La Guardia Civil considera una de sus principales prioridades el hallazgo de los restos de Jesús María Baranda, el jubilado vizcaíno de 67 años ... cuya cabeza apareció el sábado dentro de una caja en Castro Urdiales. La búsqueda que este miércoles les llevó a rastrear unos terrenos de Sámano propiedad del fallecido y aledaños a otro solar de un familiar, resulta tan crucial como la plantilla de un puzle donde abunda la oscuridad.
Los familiares de la víctima recibieron este miércoles la confirmación forense de que el cráneo pertenece al pensionista, un exempleado de banca que residía desde hace años en el municipio cántabro. Un hombre «del pueblo, afable». La identificación se realizó a través de la dentadura. Ahora, la localización de su cuerpo permitiría aportar luz a dos de las incógnitas fundamentales que rodean el macabro asesinato: las circunstancias en que se produjo y cómo su pareja, Carmen Merino, de 61 años, pudo supuestamente decapitar y deshacerse del resto del cadáver tratándose de un hombre de notable corpulencia. Todo ello de un modo tan minucioso y discreto que sólo el hedor del cráneo ha hecho aflorar el crimen siete meses después de que la víctima desapareciera y su vida fuera aparentemente segada.
Carmen Merino trabajó durante años en la hostelería. Está vinculada con Vizcaya, donde su padre, policía nacional, participó en la lucha contra ETA en los duros años 80 de sangre y funerales. Son seis hermanos en la familia. Aunque Carmen nació de Utrera, vivían en Cádiz, de donde se trasladó con una hermana a Castro.
A falta de que se levante el secreto de sumario decretado por el Juzgado de Instrucción número 3, cuyo titular podría efectuar esta operación con algunas piezas del caso a principios de la próxima semana, la decapitación de Jesús Mari Baranda es un terreno plagado de teorías y de rumores. Como en todos los crímenes dantescos, la primera murmuración es el móvil sentimental, aunque fuentes próximas al caso lo descartan y se decantan por el económico. De las cuentas del fallecido, su novia había sacado algunas cantidades de dinero. Y se especula con que arrastra un historial con dos antiguas estafas de escasa cuantía, aunque no está acreditado.
Esta es, por ahora, una historia de hilos que se resisten a ser anudados. Si hay algún material probado o confeso, es algo que queda entre el juzgado, los investigadores y la detenida. Desde su arresto en la mañana del sábado -horas después del hallazgo de la cabeza-, Carmen ha sido interrogada por la Guardia Civil, se ha entrevistado con un abogado y el martes permaneció más de cuatro horas en el juzgado antes de que su titular ordenase su ingreso en la prisión de El Dueso, donde el miércoles ya pasó su primera noche. Allí, delante de la playa de Berria, donde más de un verano acudió con Jesús Mari a disfrutar de una jornada de sol.
¿Qué pudo pensar Carmen esa primera madrugada? De ser culpable, cuestión que deberá probar la investigación, quizás en qué parte del mecanismo descuidó para resultar descubierta desde que desapareció su pareja en febrero hasta que la amiga, a la que posteriormente entregó la cabeza dentro de una caja, decidiera abrir el paquete el sábado ante el insoportable olor de su contenido. En medio queda un prolongado juego de ajedrez por WhatsApp con los familiares y amigos de Juan Mari, a quienes se intentó distraer mediante falsos mensajes del fallecido donde comunicaba que se había ido de viaje y a «vivir su vida».
A los agentes que la detuvieron Carmen les dijo: «Alguien me la dejó (la cabeza de su pareja) en la puerta de casa; la guardé porque era el único recuerdo que tenía de él». Como argumento exculpatorio, funciona poco. Más bien abona la idea contraria. Un relato inverosímil que marcaría también un perfil conductual sobre esta mujer que distintas fuentes recuerdan por su carácter «un poco depresivo». Las primeras hipótesis apuntan a que hirvió la cabeza de su novio y luego la trató con algún producto químico antes de envolverla en plástico y papel de regalo y entregársela a su amiga dentro de una caja con la excusa de que eran unos juguetes sexuales. Leído así, asusta.
Carmen iba una palabra por detrás de Jesús Mari. Alternaban juntos y era la guardiana de los silencios de la pareja. Más reservada que él, un libro abierto para sus amigos. Por eso tampoco extrañó que, tras la desaparición, ella redujera su relación con el entorno aunque, eso sí, acudió al menos un par de veces a bailar a la Casa de Andalucía con sus compañeras del cuadro flamenco: en la fiesta de primavera y en las locales. Se presume que viajó a Cádiz a visitar a su hija mientras Juan Mari estaba ya muerto. Carmen tiene dos vástagos. Al parecer, se casó dos veces. De su primer marido enviudó. Del segundo se separó. Aunque algunas fuentes citan que pudo ser porque la maltrataba, no hay ninguna constancia de ello. A Juan Mari -también divorciado y con dos hijos- le conoció hace siete años en un bar en Castro. Se gustaron y empezaron a salir. Luego ella se trasladó al domicilio de él, en el número 12 de Padre Basabe.
Pero a veces las puertas del infierno se abren y convierten un hogar aparentemente normal en una matanza espeluznante mientras fuera sigue brillando el sol. La Policía Científica cumplió este miércoles su tercera jornada de inspección en el piso en busca de indicios. De momento, la actividad ha sido rutinaria; nada apunta a que se haya dado con una pista fundamental. La prioridad es el cuerpo. Luego, el delirio.
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