Imanol Vilella
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Imanol Vilella
A sus 25 años, Imanol Vilella se meterá en la piel de Cristo en la Pasión Viviente de Castro Urdiales, que como es habitual se representará en la mañana de Viernes Santo. Confiado y dispuesto a vivir intensamente cada escena, este joven, periodista de profesión, ... encara la recta final para ser el centro de las miradas de este emocionante acontecimiento. «Tengo muchas ganas», confiesa.
–¿Cómo está viviendo los últimos ensayos antes del gran día?
–Está siendo todo muy bonito. En agosto me dieron el guion y lo he ido leyendo para memorizarlo y luego grabarlo. Oficialmente, los ensayos empezaron en enero. El primer mes me tuve que acostumbrar a llevar el madero, a contemporizar los movimientos con la alocución... Despreocupado ya de eso, ahora me encuentro en la etapa de vivir absolutamente todo. Eso sí, cuando sales a la calle ya sientes la cuenta atrás. Todos los días hay ensayos de tambores, se respira en el ambiente la Pasión y me voy mimetizando con el pueblo.
–¿Cómo afronta el reto de interpretar a Jesucristo?
–Con mucha tranquilidad y mucha confianza. Los ensayos están saliendo bien. Estoy arropado por un montón de gente. Por familia, por amigos que también actúan en la representación. Estoy recibiendo consejos de gente que conoce la Pasión desde dentro. Lo más importante es que en los ensayos he notado que, más allá de representar el papel, lo estoy sintiendo. Llevo ya semanas llorando cuando interpreto y estoy muy metido en el personaje. El hecho de sentirme conectado con la representación, me hace confiar en que va a salir bien. Es muy difícil, hay que trabajar mucho..., pero vuelvo a casa de los ensayos súper feliz. Lo estoy viviendo intensamente y disfrutándolo mucho.
–El día de la representación ¿intentará controlar la emoción o se dejará llevar?
–Al final hay que dejarse llevar porque no somos máquinas. Estoy encarnando el papel de una persona normal, de carne y hueso, que tenía sentimientos, emociones y, en un momento dado, las tenía que expresar porque era lo que sentía. No creo que pueda contenerme a llorar cuando vea a mi novia en el encuentro con Magdalena, ni a mi madre en el encuentro con María, ni cuando vea a mis amigos en los leprosos, ni a mi amigo Asier, que es de las personas que más me está apoyando, en la escena del Cirineo, ni cuando mi hermana me recoja en la tercera caída... No sé si la frase es que si no lloras no estas metido en el papel, pero soy una persona muy pasional, que lo vive todo muy intensamente, y para mí, es un buen termómetro el hecho de emocionarme y dejarme llevar.
–¿Desde cuándo forma parte de La Pasión Viviente?
–Desde muy pequeño. Es curioso que a los 7 u 8 años le tenía mucho miedo a la Pasión. A esa edad empiezas a ser consciente de que es un sufrimiento real y por mucho que sea una representación, los golpes, las caídas y la dureza es real. Me daba tanto miedo, que ese día mi familia me llevaba fuera de Castro. Me volví a reenganchar tres años después, con 11 años, junto a mis amigos. He hecho el papel de arquero, de herodiano, después pasé a romano... El único papel de niño que no hice fue el de leproso. El quinto año que iba a salir de romano llegó la pandemia y ya después del confinamiento, actué de apóstol en la Última Cena, el año pasado de Juan y este de Cristo.
–¿Su meta cuando empezó era encarnar a Jesús de Nazaret o lo veía inalcanzable?
–Ni me lo planteaba. Empecé a salir de niño porque lo hacían mis amigos del colegio y para pasármelo bien. Estos días el pueblo está lleno de niños con tambores, lanzas y escudos y yo era uno más. Cuando pase la etapa de miedo que he comentado antes y volví, entrando a formar parte de la tropa romana, ya rellené la ficha para hacer de Jesús. Llevo algo más de una década queriendo hacer el papel.
–Su madre, su hermana y su novia también actúan. ¿Cómo lleva estar rodeado de su familia?
–Mi madre empezó a salir porque yo quería participar y los menores tienen que estar acompañados de un adulto. Luego, se apuntó mi hermana. Arrastré a toda la familia. Lo estoy viviendo bien porque es más real, más bonito y más sentido. Para mí es mucho más fácil. Entiendo que para ellas no. Aunque yo esté sufriendo, llorando, y los latigazos duelan, en el fondo estoy mejor de lo que represento por fuera. Tengo cierto temor a que se hagan una imagen de la situación que sea peor de la que es en realidad y no lo disfruten. Mi madre en el primer ensayo de la Atalaya lo pasó fatal en el momento de La Piedad, cuando me bajan de la cruz y me ponen encima de ella. Estoy representando que estoy muerto, no me puedo mover y son momentos duros para ella. En cambio, yo estaba disfrutando una barbaridad.
–La escena de la flagelación es la más dura. ¿Cómo se prepara?
–Sé que son cuatro minutos y medio, que tengo que cerrar los ojos, quedarme quieto, apretar los dientes y que se termine cuanto antes. Los latigazos duelen una barbaridad. Tengo la piel muy sensible. Al principio, cuando me pegaban en los ensayos, me duraban las marcas como diez días. Ya voy haciendo callo y me queda menos marca. Llego a casa dolorido y me doy crema para que baje la inflamación. El dolor se cura con el tiempo, pero las sensaciones y emociones de ese día van a durar siempre. Es un peaje que hay que pagar.
–¿Ha pedido consejo a los más veteranos de la Pasión?
–He pedido un millón de consejos, pero el que más me ha servido y con el que me quedo es que sea yo mismo. No soy igual que los Jesús que me han precedido, ni el que venga el año que viene va a ser como yo. Estaríamos jugando a imitar a otra persona y nadie lo va hacer mejor que esa persona. Tengo que darle al personaje los matices que sean acordes a mí. Siendo yo mismo me han garantizado que va a salir bien y voy a seguirlo a pies juntillas.
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