Nuestros peñones y el Padre Henao
Castro de ayer y de hoy ·
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Castro de ayer y de hoy ·
Son una pétrea fortaleza natural y, sin ellos, Castro Urdiales no existiría como talVarios autores los citan como testimonio de nuestra pétrea fortaleza natural y se puede asegurar que sin estos peñones Castro Urdiales no existiría como tal, y sería solo un lugar para tomar olas con tablas de surf.
Es por su condición natural y como peñascos ondeantes, que nos dan salvaguarda a ciertas inclemencias marinas. Castro, por sus condiciones, surge a la historia marina asentado sobre muros naturales que vuelan al cielo y penetran a la mar, haciendo de nuestro rincón un paraje marino obligado. Ya en la villa de Castro Urdiales se contaban en el siglo XIV ciento veinte naves, la mayor parte de 300 toneles, y pasaban de 150 sus balleneras y barcas menores. En el siglo XVI salían de nuestras costas flotas de 50 y 60 buques para ir a pescar a los mares de Groenlandia. Las crónicas en Holanda y otros pueblos del norte dicen que sus primeros maestros fueron los osados marineros de la costa Cantábrica.
Dice el padre Henao en sus 'Averiguaciones de las Antigüedades de Cantabria'sobre el puerto de Castro: «Las calles y edificios son muy buenos: Algunas casas ostentan grandeza de Palacios; otras antigüedades venerables, más de castillos que de casas. Muchas son solares de calificadísima nobleza. En la plaza de la Villa se descuella una alta, fuerte y autorizada torre. Tiene por tradición que el marqués de Santillana D. Diego hurtado de Mendoza la fabricó para Gonzalo de Solórzano, que siendo, vecino y natural de Santander y del linaje de los de La Calleja favoreció contra su patria al marqués, a quien dio entrada en ella (habiéndosela vendido al rey D. Enrique IV) para que tomase posesión. Pero los demás vecinos y otros montañeses que de diversas partes vinieron en favor de la villa echaron de ella al marqués y quemaron las casas de Gonzalo de Solórzano, como refiere López García de Salazar. En pago pues de las casas que le quemaron en Santander a Gonzalo de Solórzano se conserva por fama que el Marqués de Santillana le levantó en Castro la torre dicha; la cual por sucesiones ha venido a parar en los apellidos de Mioño. Antes de que se fabricasen los muelles para el abrigo de los vasos, se pagaba un tanto a los dueños de la torre por el amarrar los barcos a unas peñas llamadas Ýmeas, que son de ella. Pretendieron se continuase este reconocimiento, más fueron vencidas por carta ejecutoria y así la villa gozó como propio el anclaje. Es importante señalar la solidaridad manifestada por las gentes de Castro con los vecinos de la villa de Santander en 1466 que acudieron por mar en su ayuda contra el intento de Diego Hurtado de Mendoza II marqués de Santillana de tomar posesión del señorío de la Villa que había logrado por concesión de Enrique IV».
Son interesantísimas las observaciones del padre Henao, porque son las que dan el primer testimonio de lo que muy bien pudo ser el puerto de Castro, a pesar de que cuando él estuvo aquí, ya los muelles estaban construidos. Pero afirma que hubo un muelle fortísimo, que aguantaba la mar, una concha según parece labrada a mano.
Veamos, cuando el padre Henao llega a Castro en ¿1624?, ya están los muelles hechos. El cay (muelle norte) y el contra cay (muelle sur) y dan por supuesto abrigo a las naves que en pleamar se mantienen amarradas. Pero que si hay grandes resacas, como fue seguro, estos navíos corrían serio peligro en bajamar.
Ya realizados los muelles, se ve por las protestas de los Solórzano que las Ymeas, esas peñas de amarre, aunque siguen gestando algún servicio, han dejado de tener esa impronta centenaria, pero no la parte abierta a la mar, donde sí se puede amarrar a las peñas o motilones de la Ermita de Santa Ana. El padre Henao acierta de lleno, por que confirma lo que no se puede rebatir. La dársena que queda al hacer los cays no es el lugar idóneo de resguardo ni de las armadas, ni de las naves de comercio. Sí que se amarran de forma permanente pequeñas lanchas que se pueden varar en las zonas arenosas y quizá alguna fusta o pinaza. Pero, en invierno, la flota besuguera debe de quedar fuera por muchos motivos: está más segura afuera, amarrada a los mogotes, porque la resaca que entra en la dársena, al arrastrar en bajamar los fondos contra el suelo rocoso, hace rumbos horribles en los fondos de las naves. Luego, hay otra circunstancia que contemplar, y es que lo mismo hasta hace poco, que en los tiempos de que estamos hablando (siglo XVI), teníamos en Castro una considerable flota comercial ballenera y pesquera.
La pesquera se hacía como casi siempre al alba a la mar, porque resulta que los sistemas de pesca así lo aconsejaban, y la flota besuguera no podía quedar en el puerto, porque a la hora de salir a la mar podía estar la marea baja y las lanchas varadas. No quedaba más remedio que sacarlas fuera, como aún se hace en la actualidad. Y no había más fondo entonces, porque la roca no crece y, si no miren, la dársena en bajamar y vean que más de un cincuenta por ciento es piedra firme. En la actualidad ciertas resacas, destrozan pequeñas embarcaciones en la dársena, y eso que el rompeolas ha matado más del setenta por ciento de las mares de fondo que entran a la bahía.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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