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JAVIER GARAY
Castro Urdiales
Martes, 28 de enero 2020, 18:50
Desde hace un siglo se vienen discutiendo acuerdos para terminar con la matanza de ballenas, pero sigue habiendo muchísimos intereses. El primer defensor de esta calamidad fue el doctor Charcot, quien al volver de su expedición en el Atlántico llamó la atención pública sobre ... la desaparición que a corto plazo amenazaba a los grandes cetáceos si se continuaba exterminando. Subrayaba en un informe al ministro francés de las Colonias la necesidad de un acuerdo internacional de cómo asegurar la protección de los cetáceos y la creación de ciertas zonas de reserva y una utilización industrial completa de todas las partes del animal capturado. A su llamada, la Academia de Ciencias de París emitió el deseo de que una comisión internacional examinase el problema de la caza desde el punto de vista de una mejor explotación y de la conservación de las especies. El gobierno francés tomó la iniciativa de medidas destinadas a limitar las destrucciones de ballenas en las aguas vecinas de sus posesiones. Por un decreto de 1924, erigió las islas Kerguelen, Saint-Paul y Amsterdam en parques nacionales, donde la pesca se puede ejercer en virtud de autorizaciones especiales. Pero como ya no hay balleneros franceses y las islas en cuestión son desiertas y alejadas de toda vigilancia, estas decisiones no podían tener mucha consecuencia práctica.
Para poder reglamentar la pesca de la ballena, y según declaraciones oficiales, asegurar la protección de la especie, Gran-Bretaña anexionó sucesivamente los archipiélagos de Georgia del Sur, de Shetland del Sur y de Sandwich, que los balleneros tomaban por centros de sus operaciones y donde se construyeron desguazaderos. Fueron exigidas licencias de pesca, así como el pago de cánones sobre los productos y se consiguieron ganancias de cierta importancia para el presupuesto de Nueva Zelanda, pero las destrucciones de cetáceos no frenaron, al contrario. Fue la Sociedad de las Naciones la que estudió el tema en 1925, después de la proposición Argentina que apuntaba la protección de las riquezas del mar en general. Los estados consultados acordaron sobre el interés que presentaba, pero también sobre la dificultad de promulgar medidas eficaces para determinar zonas o épocas de prohibición, había que conocer las reglas de migración de diversas especies y las de su reproducción y la prohibición de matar hembras en estado de gestación. Era imposible de resolver. Pero la bajada del precio del aceite de ballena, cuarenta libras por tonelada en 1924, treinta y en 1928, quince en 1931, hizo más que todos los razonamientos para convencer a los armadores de la necesidad de una limitación de presas.
Un primer acuerdo, cuya iniciativa tomaron las compañías noruegas y que obtuvo la adhesión de casi todas las compañías extranjeras trabajando en el Antártico, fijó el número de ballenas que cada expedición podría matar durante la campaña 1932-1933. Este acuerdo fue renovado y extendido a lo largo de los años siguientes, así que los gobiernos ingleses y noruegos juzgaron llegado el momento de convocar una conferencia internacional que se hizo en Londres en la primavera de 1937. Además de las dos potencias anfitrionas, estaban representados Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda, Alemania Argentina y los Estados Unidos. El objetivo era buscar medios de asegurar la prosperidad de la industria ballenera y mantener el stock de las ballenas a su efectivo actual. La International Whaling Agreement del 8 de junio de 1937, que fue el resultado de la conferencia, se aplicaba a todos los barcos-fábricas, cazadores, estaciones en tierra y a todos los mares del globo y prohibe absolutamente matar las ballenas francas y las ballenas grises que casi han desaparecido. Prohibe coger o matar hembras acompañadas de su cría, y fija larguras mínimas para los individuos de cada especie; autoriza la pesca únicamente entre el 2 de diciembre y el 7 de marzo; limita a seis meses por año la acción de las estaciones terrestres y de los barcos cazadores que dependen de ellas; determina en el Atlántico y el Océano Índico zonas donde los barcos-fábricas y sus cazadores no tienen autorización para trabajar. Precisa las condiciones de trato de las ballenas de manera a sacar de ellas el rendimiento máximo. Promulga reglas para el compromiso del personal de los barcos-fábricas y organiza un control para garantizar la aplicación del acuerdo.
Ningún tratado había limitado tan estrechamente la libertad de una categoría de pescadores. Sin embargo, seguía difícil alcanzar el objetivo que se proponían, ya que el número de ballenas matadas en 1938 superaba, como ya dijimos, el de todos los años anteriores. Hizo falta la guerra de 1939 para detener este progreso asesino. Cuando empezó la guerra, la flota ballenera contaba con casi cuarenta barcos fábrica. Al final de las hostilidades sólo quedaban doce, con un total de doscientos diecisiete mil toneladas. Los de los alemanes y de los japoneses se dividieron entre los vencedores y la campaña de 1945-1946 pudo empezar con siete navíos noruegos, tres británicos, un holandés y un ruso y hoy, ahora, se siguen cazando ballenas.
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