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Aunque parezca reiterativo, escribiré sobre Santiago hasta el siguiente Jacobeo porque, sin duda, en 2021 se producirá uno de los acontecimientos religiosos más grandes que nunca haya existido y debemos de prepararnos para tal historia y más en Castro, donde tenemos gran contemplación romera, ... ya que según las crónicas franciscanas, al llegar a Castro, en su viaje a Santiago, San Francisco mandó construir un convento. Los historiadores cristianos, en su mayor parte, aseguran que Santiago, después que hubo predicado el evangelio en Judea, vino a España, llegando hasta Galicia, donde permaneció siete años. Continúo por tierras de Aragón, donde gozó de la aparición de la Virgen, y pasó también por tierras castellanas y andaluzas para retornar a Jerusalén. Allí le degolló Herodes Agripa en el año 44, sus discípulos recogieron su cuerpo y cabeza, llevando los sagrados restos a Jaffa; los embalsamaron y por mar arribaron al puerto de Iría Flavio, cerca de Santiago. Los discípulos del Apóstol conocido como Hijo del Trueno le dieron sepultura en sus inmediaciones, construyeron un altar y como dice Calle Iturrino «dieron los discípulos honrosa sepultura a los venerados restos, construyeron un hipogeo similar a los mástabas faraónicos y sobre el pusieron el altar».
Antes de que Vespasiano prohibiera las reuniones de los cristianos cerca del sepulcro, el del apóstol fue muy frecuentado, pero entonces el culto desapareció, en tiempo de Diocleciano se le olvidó completamente y la tumba quedó perdida. Pasaron cientos de años hasta que un anacoreta que decía misa a los escasos doscientos moradores en la iglesia de San Fiz de Solivio se admiró de ver, en noches sucesivas, una estrella que persistentemente radiaba sobre un alto y solitario roble, el suceso se notificó al obispo de Iría, que quiso comprobar el fenómeno por sí mismo y el Obispo Teodomiro dio fe de aquel lugar. Se pusieron a orar, limpiaron los dos robles que caían en cascada los ramajes y llegaron a la Santa Coba y vieron que dentro estaba labrada en dos arcos y debajo de un altar pequeño que estaba encima de una piedra, hallaron el sepulcro: «e puseronse en orañon e jajuou todo o pobo e abriron o do meu por inspirazón de Deus, e viron ser o Santo Corpo de Apostolo que tiña a cabeza courtada, e o Bordón dentro o un letreiro que decía: Aquí jaz Jacobo Filho de Zebedeo e Salomé, Hirmao de san Juan, que matou herodes en Jerusalén e veo por mar co os seus discípulos de fasta Iria Flavio de Galicia, e veo nun carro e bois de Lupa».
Hago este pequeño análisis porque, sin duda, este suceso influiría muy mucho en el desarrollo de nuestra pequeña comunidad y más tarde en la villa, con las concesiones únicas de reyes y la fundación de ermitas, hospitales y conventos, en parte para animar a emprender el camino a los peregrinos y potenciar esa gran riada cultural- económica- europea, parecido a las condiciones favorables que promocionan las agencias turísticas. Más tarde, cuando se fundan las iglesias de San Andrés, San Pedro, La Magdalena y San Juan Evangelistas entre otras, al «campo de las estrellas» se iba guiado como flecha. Se recorrían los litorales cantábricos de este a oeste, descubriendo que la naturaleza ya había trazado en el cielo el otro camino, la Vía Láctea, el «Camino Celestial, la guía divina a la orientación de Santiago», que tomaría ese nombre entre el peregrinaje del Camino de Santiago. La Vía Láctea, que casi corre paralela a nuestros paralelos terrestres y es observada con facilidad y noches claras en nuestro litoral cantábrico, hará manifestación chispeante de ilusión cuando se vea en las despejadas noches cantábricas, y obrará hechizo mágico, en la conciencia y el corazón del peregrino nocturno.
Uno de los más grandes fenómenos de la Edad Media es la peregrinación a Santiago. Es un río inmenso que, aumentando con otros menores nacidos en las regiones más apartadas de Europa, va a desembocar al mar por Santiago. El misterio del siglo XII en las artes y la literatura y en su difusión por todas partes está en las peregrinaciones y es ese movimiento de peregrinos en gran parte achacable al Monasterio de Cluny. El origen de la gran devoción al Apóstol en Europa es, sin duda, el milagroso hallazgo de sus restos, con los prodigios que le acompañaron, pero el encauzamiento, la dirección y el fomento del fervor ardiente de los peregrinos del Hijo del Trueno es obra del mencionado y fervoroso Monasterio, con lo que realizó una de las obras sociales más grandes. De esta indirecta influencia de Cluny surgen las rutas del peregrinaje en general. Los peregrinos se debían a grandes instituciones de caridad, hijas o afectas a Cluny, donde se encontraban con hospitales, posadas, santuarios y reliquias. Las oleadas de peregrinos, que lo fueron, mandaron una fecundidad global a las tierras que atravesaban, que aún hoy persiste en la memoria ancestral. Cluny tuvo interés en propagar la devoción al Santo de Galicia, ya que tenía unos puntos estratégicos en aquel mar de influencias. Dio a la peregrinación una popularidad inimaginable, poniendo ante el viajero todo cuanto pudiera satisfacerle: Reliquias, arte, comodidades, cantares de gestas, y un sinfín de bendiciones que animaban a dulcificar aquellas largas caminatas llenas de imaginaciones como aventuras caballerescas, milagros, leyendas de santos, calamidades etc.
Durante todo el siglo XV y XVI el número de peregrinos alcanza cotas que incluso perturban la concurrencia, habiendo cronistas que elevan el numero de peregrinos ingleses en un año de 7000, ya el padre sarmiento cita la cifra de que 20.000 romeros recibieron comunión en un año durante la festividad de Santiago, estimando que llegaban entre 30.000 y 40.000 peregrinos durante la Edad Media y en los comienzos de la Moderna. El aval o prueba de su meta será, cuando al regreso, presenten el cordaje de conchas cosidos a las ropas y de esta forma se dará por cumplida la condena y su posterior perdón. No solo los peregrinos en su ruta hacia Santiago usaban las antiguas calzadas romanas y las abruptas sendas que cruzaban nuestras tierras, pues muchos de ellos realizaban el viaje por mar, haciendo arriesgadas travesías hasta desembarcar en Castro Urdiales, centro de recalada de los peregrinos hanseáticos.
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