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El barrio Monte Cerredo, en Castro Urdiales, era este viernes lo más parecido al lejano oeste. Silencio absoluto, nadie por las calles, una urbanización acordonada por la Guardia Civil, como si de un fuerte se tratase, y vecinos que caminan suspicaces, huyendo en la lejanía ... de los medios de comunicación. Todos se esconden porque nadie quiere hablar. Ni los que conocían las riñas frecuentes que se escuchaban en el hogar familiar de la urbanización Paraíso X, ni los que las ignoraban. Los hechos han impactado tanto en el barrio que todo el mundo ha convertido lo sucedido en un tema tabú.
Los agentes solicitan el carné a los residentes. Solo cuando comprueban que son vecinos, retiran el precinto y permiten el acceso. La puerta del garaje en el que el miércoles apareció el cuerpo de Silvia López Gayubas está cerrada después de una jornada de jueves en la que había estado abierta de forma permanente para permitir el trasiego de los especialistas de la división científica del instituto armado. Su trabajo se centró ayer en el interior de la vivienda. En algunos momentos se los veía salir al exterior del balcón y la terraza de la vivienda para tomar fotos y medir objetos que probablemente sean utilizados como prueba para confirmar cada detalle de lo sucedido durante la tarde del pasado miércoles.
Hay un momento en que la vecina que vive en el chalé contiguo al que están rastreando sale al balcón, a tender la colada. Mira de reojo a la calle, comprueba que está poblada de medios de comunicación, y frunce el ceño. Por fuera aparenta frialdad, y una actitud rutinaria, como si la vida continuara sin más; pero es probable que la procesión vaya por dentro. Si en aquella casa había gritos y peleas día sí, día también, ella lo sabe bien.
Entre tanto, solo unos pocos valientes salen a la calle, obligados por las circunstancias. «Bajo porque tengo que pasear al perro, si no, me quedaría en casa. Esto es horrible y no quiero aparecer en ninguna televisión», cuenta una vecina, que prefiere permanecer en el anonimato.
A otros, la Guardia Civil les impide el paso por la vía central de la urbanización, incluso siendo vecinos. Lo cuenta Alfredo, que se ve obligado a dar un rodeo porque «pese a que vivo en la misma urbanización, me han pedido que por favor baje por la otra calle, la que da la vuelta a todo el recinto. En fin, no cuesta nada porque esto va a durar unos pocos días, supongo, y ya está, pero es incómodo».
Solo lejos de ese micromundo dentro de Castro Urdiales, el tema continúa siendo el centro de las conversaciones. En la cafetería Uniko, en la calle Leonardo Rucabado, número 37, justo al final de la carretera que baja de Monte Cerredo, siguen preguntándose cómo ha podido suceder algo así. «La gente está diciendo que esto no es normal. Que este tipo de cosas no suceden en España», expresa el propietario, Luis Alberto Llamosas. «Aquí no se habla de otra cosa. Seguimos todos impactados porque encima ahora comienzan a conocerse más detalles y comentan en los medios que había riñas frecuentes», añade. «Si esto estaba en conocimiento de alguien más, como han comentado, ¿por qué ningún tutor ni nadie hizo nada? No se entiende», reflexiona.
Los rumores se multiplican también en los chats de redes sociales que comparten los padres del colegio Menéndez Pelayo, en La Loma. «La gente comenta que ya se sabía que los chiquillos no estaban bien. Que en esa casa había muchos problemas, pero que nadie decía nada. Pues al final mira lo que ha pasado», revela uno de esos padres que no quiere decir su nombre y que muestra en su teléfono los mensajes que comparten otros progenitores. Lo cuentan en privado, en esas conversaciones cerradas, en la calle es más complicado que nadie confirme estos hechos.
En la inmensa mayoría de los castreños, la gente tiene una opinión compartida sobre lo sucedido y la acompaña de calificativos: «Imposible», «sorprendente», «horroroso», «tristísimo», etc. A medida que a lo largo del día de ayer se iban conociendo más detalles de lo sucedido, las reacciones crecían. Sobre todo entre quienes no entienden que en el colegio nadie hiciera nada si, como cuenta el mayor de los hermanos en su declaración, informó a su tutor sobre los malos tratos que ambos vivían en casa.
En el centro educativo, el Menéndez Pelayo, nadie ayer quiso hacer declaraciones. Mutismo absoluto de la dirección. «No vamos a hacer ningún comentario al respecto». Fue lo que pudo oírse a través del telefonillo de la entrada, porque nadie quiso siquiera salir a la puerta. Solo en el patio, los chavales gritaban a los periodistas afuera, increpándolos, invitándolos con gritos e insultos a que abandonaran la zona.
Donde sí tuvieron palabras, y fueron todas buenas en recuerdo de la fallecida, fue en la iglesia donde impartía clases de catequesis. «Hablar de alguien que ya no está y no se puede defender es muy fácil, pero no se puede hacer caso de todo», señala una persona también vinculada al templo de Santa María de la Asunción. «No los trató de manera agresiva. Los educó bien, lo que pasa es que no les consentía lo que ellos querían», afirma. Allí ayer no había una esquela que recordara a Silvia, tampoco en el Ayuntamiento, donde muchos vecinos se acercaron a preguntar dónde y cuando será el funeral.
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