El valor de la memoria oral
Castro de ayer y de hoy ·
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Castro de ayer y de hoy ·
Ancianos con largos pelos saliéndoles por las narices y las orejas relataban, como lo hace un libro abierto, historias de nuestro puertoSiendo muy niño, mi abuelo Pedro Garay Casuso, anciano y fornido pescador, héroe de naufragios y hombre muy culto, (decían de él que leía el periódico), nos daba cita todas las tardes a todos sus nietos en el balcón de su casa y nos relataba historias de piratas, guerras y luchas con grandes monstruos marinos. El nos introdujo en ese mundo tan misterioso que los niños nos forjamos con las aventuras y las leyendas. Nos citó a Roberto el Pirata, naves que surcaban los mares para guerrear, pescar y descubrir. Nos habló de naufragios y ballenas.
Poco después, cuando a la edad de 12 años tuve que dejar la escuela para dedicarme a las tareas de pesca de la embarcación de mi padre, el contacto con ancianos pescadores fue diario y prolongado.
Nuestra condición de boteros (grupos familiares y artesanales de pesca) hacía que todos los días nuestras faenas de pescan terminaran muy pronto en el mar. No era así en tierra, donde librar (desenredar) los aparejos y prepararlos para ser largados al otro día nos llevaba muchas horas. Grupos de pescadores jubilados se arrimaban a nosotros con ánimo de charla, mientras nos echaban una mano. Allí, sobre los carros, donde laborábamos, se transmitía la memoria oral que tanto me calaba. Ancianos con largos pelos saliéndoles por las narices y las orejas relataban, como lo hace un libro abierto, cómo las hordas napoleónicas acometían con furia a los castreños aquel 11 de mayo de 1813.
Algunos de ellos habían conocido a sus abuelos, que vivieron los sucesos de la época, relatando casos que a ellos les contaron; como cuando la caballería enemiga acosaba a la población, que huía espantada para tirarse al agua por detrás del Campo Santo, donde las naves del comodoro inglés Boyle los rescataba. Recuerdo con qué interés escuchaba decir, cómo los franceses, en su loca acometida y al no conocer el paso que había en el matadero viejo, se precipitaban al fondo del «callejonillo». Este pasillo de agua dividía el Patio de los Gatos del campo de Santa María y un ancho puente comunicaba las dos orillas. Los franceses, al no saberlo y estando más alta la parte del Patio de los Gatos que la del campo de Santa María, no podían ver su enfrente, precipitándose entre peñas y agua, sufriendo gran descalabro y frenando todo su ímpetu.
JAvier garay
El primero en caer fue aquel llamativo corcel blanco que, montado por un bien uniformado y aguerrido oficial, repartía emocionado estocazos al galope, lo mismo a babor que a estribor. Pronto, las frías aguas del «callejonillo» se llenaron de relinchos e imprecaciones, pues, en su precipitación, unos a otros se empujaban, llenando el pasillo de «malvados mercenarios carniceros».
Decían que Santa María hizo un milagro, pues mientras que relinchos de caballos asustados y gritos de dolor impregnaban el ambiente, los castreños pudieron huir con mayor seguridad. Esta narración, muy común entre las gentes de Castro con raíces de la época, ha sido escuchada en muchas ocasiones. Después de que los invasores fueron vencidos, se hicieron ofrendas en agradecimiento a lo que ellos consideraron una «ayudita» de Santa María.
Disfruté de la memoria oral, única forma de conocer la historia en nuestros ambientes, pues, salvo excepciones, la clase pescadora no poseía libros, ni dónde almacenarlos. Todo esto creó tal curiosidad en mí que, desde entonces hasta ahora mismo, me he dedicado a recopilar por archivos, librerías y bibliotecas todo lo concerniente a nuestra historia que he podido encontrar, y de aquí surge la resolución de escribir el libro 'VII Centenario Hermandad de Las Marismas', que afecta tanto a la historia de nuestro pueblo.
En un momento dado pensé titular el escrito como 'Castro y la Hermandad de Las Marismas', por excesiva alusión a nuestra ciudad, pero, al procurar que todo lo escrito girara en torno a la citada liga, no he creído conveniente el cambio.
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