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JAVIER GARAY
Castro Urdiales
Lunes, 3 de diciembre 2018, 08:45
Pronto los pescadores de Castro se prepararán para la pesca del verdel. Es una pesca muy fructífera, pero muy limitada a unas bases muy restrictivas que redundan en perjuicio de nuestros pescadores y en beneficio de otros. Les imponen unas cuotas ridículas que, ... a veces, casi da risa y esta gran masa de pesca que pasa cerca de nuestro puerto tenemos que dejarla pasar para beneficio de otros puertos. Este popular pez se puede reconocer por la inmensa cantidad de pínulas que siguen a la segunda dorsal y a la aleta anal. El verdel, así nombrado en Castro en la actualidad, antiguamente lo llamábamos macarel y viene de makro en inglés: «Que macarel más hermoso tengo para cenar», decían los viejos pescadores. En otros lugares sienta confusión al llamarlos caballa o estornino y es un pez gregario que entra en los meses de febrero y marzo, navegando desde el oeste en grandes cardúmenes o sardas. Al principio de su recalada, se aleja raramente de la plataforma continental y se diferencia sobre todo de la cuerva, a la que le une una gran similitud en que la cuerva o caballa en Castro tiene vejiga natatoria y el verdel no, facultad que le posibilita calarse para alimentarse rápidamente hasta los 300 metros de profundidad. Sus migraciones tróficas y genéticas son larguísimas, completando su periplo náutico sin descanso. Siempre están activos y actúan según las inclemencias del tiempo que a veces traen de cabeza al pescador. Su alimento o comestina es de lo más variopinto, alimentándose sobre todo del plancton de la mar, piejillo o crustáceo minúsculo y si hay esquila mejor, que es nuestro krill cántabro muy abundante. Desova entre abril y junio y su hueva es apreciadísima.
Al alevín del verdel se le llama en Castro pericato y de ahí el que a la gente de baja estatura se las moteje como pericatos en el entorno portuario. Tiene un gran interés económico y se encuentra entre las diez especies más pescadas de los océanos. Los pescadores castreños fundamentan buena parte de su economía en esta costera de verdel que, a pesar de ser barata y su pesca muy sufrida, se ven compensados por copiosas capturas durante los primeros meses de la primavera. Su carne es grasa y muy sabrosa, pudiéndose preparar en más de una docena de recetas, siendo la de verdel a la prevé la más popular. En albóndigas, al vapor, en marmita, frito o como se quiera, es riquísimo. Aparte de la pesca al cerco, el verdel se pesca al anzuelo con un sistema de pesca de lo más curioso. Este aparejo para unos yoyo y para otros pancheras, se compone de la línea o sedal, socala, champeles, con los anzuelos maquilados o forrados para que no lo rumien los peces. No lleva cebo, el verdel se tira al brillo del anzuelo. Amarrado al sedal del que penden hasta treinta anzuelos y un chombo o plomo de dos kilos, se lanza al agua cuando con el sónar se han localizado los peces. Ese peso hace que el aparejo baje a una velocidad endiablada hacia el fondo de la mar, pues bien, los verdeles no dejan que el aparejo baje al fondo, lo suspenden a media a gua, pues en segundos en cada anzuelo está preso un verdel. Es difícil comprender esto, pero estamos hablando del quizás pez, más ágil de la mar. Con un sistema mecánico, el pescador iza a bordo el aparejo, lleno de pesca a veces hasta desde 100 metros de profundidad.
La pesca que se practicaba del verdel hasta bien entrados los años 50 del pasado siglo era muy primitiva y pronto comenzamos a conocer este otro sistema, que venía de los puertos vascos y estos a la vez de Francia, de donde nos llegan todas las innovaciones. Entonces, la pita o línea sintética reinaba por su ausencia y era la sereña laboreada con pelos de la cola y la crin del caballo la que hacía las veces de línea de pesca. En la sereña iban solamente dos anzuelos encarnados y se ponían los botes fondeados y macizaban para atraer los peces y se pescaba lo que se podía. En casa siempre se comentó el orgullo que manifestaron Antonio Garay, mi tío y Pedro Garay, mi padre, por haber pescado entre los dos, allá por los años 40 del pasado siglo a pulso y con sereña, mas de 400 kilos de verdel que fue todo un récord en el puerto. Hoy, con la sofisticación de pesca, un solo pescador se puede hacer con más de una tonelada de verdeles. Ja, ja. En Castro se habla mucho en verdel, tanto como que, entre los pescadores, se hace referencia al miembro masculino y esa otra frase de «al verdel, carnada de él», en alusión a que no hay mejor carnada para pescarle así mismo ya que su piel es durísima y se mantiene en el anzuelo mucho tiempo, pudiendo pescar con la misma carnada hasta dos docenas de peces.
Desde hace años se sabe que se tiran al brillo de los anzuelos. De su voracidad, me dio cuenta Juanito Haya, cuando una vez contaba que le sacó la carnada a un verdel y con el tembleque del pez se le fue de las manos al agua, pero le quedo el pedazo de carne que había cortado. Encarnó el anzuelo y lo largó por la borda y cual no sería su sorpresa, que el verdel que le picó y metió a bordo, era el mismo que había descarnado, o sea, se tragó su propia carne. Tiemblas como un verdel es otra frase que se emplea en Castro para definir, ante un miedo desconocido o una tiritona, lo que se agita este pez, que vibra con su cola, más que el aleteo de un colibrí. También, esta voz ha quedado como singularización para determinados fenómenos sociales, como te comerás este verdel, buen verdel estás hecho, agarra este verdel, buen verdel de novio llevas, esto es una verdelada... Pronto los degustaremos.
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