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jesús maría rivas
El astillero
Domingo, 14 de febrero 2021, 15:15
La Playuca era bullicio, chapoteo, diversión, risas y lucha enconada por un espacio donde dar las primeras brazadas intentando nadar. Era la pasarela de las calzonetas de baño caseras bien hiladas, las novedades de los trajebaños de tejidos sintéticos llenos de colores, los atrevidos bikinis ... de las niñas más modernas y la tortilla del mediodía o el bocata de Nocilla por la tarde. Las primeras inmersiones bajo el agua al grito de «mamá mira como buceo» al tiempo que se tomaba buena nota de lo desagradable que eran los primeros tragos bajo agua. Todo el esfuerzo se encaminaba a ganar la confianza suficiente, para que, sin tardar mucho, pudiéramos pasar a la zona de baños del muelle, donde los más avezados adolescentes lucían su dominio de la natación y los saltos acrobáticos.
Durante los años 60 y 70 del anterior siglo se convirtió en un hervidero de madres con sus chiquillos y chiquillas que abarrotaban la arena de nuestra playa artificial. Incluso los espectadores llenaban las barandillas de la parte superior de la pared bajo La Fondona. Venían de todos los pueblos de alrededor: Guarnizo, Maliaño, Liaño, San Salvador, etc… Cuando la marea subía con alto coeficiente se amontonaba el personal contra la pared; eso sí, poniendo a buen recaudo la ropa, los pertrechos, las vituallas y los calderos y palitas de hacer castillos en la arena.
Precisamente los concursos de castillos en la arena se convirtieron una de la actividades estrellas del verano. Se hacían coincidir con las fiestas de Nuestra Señora, en agosto. Los primeros los organizó Fermín Rivas, mi padre, con la colaboración de Cocacola, en los primeros años 60, y continuaron hasta el cierre de La Playuca. Se parcelaba convenientemente la arena aprovechando la marea baja y los atrevidos constructores de castillos saltaban a la arena, cual gladiadores, rodeados de una enorme expectación. Algunos de los ganadores de estos concursos de castillos fueron Alfonso Nárdiz, Carlos Cortina o Ricardo Cavada que, si no recuerdo mal, algunos años se alternaron en los puestos de cabeza.
La reducción del espacio original de La Playuca con la construcción de una zona ajardinada y duchas, la anulación del pasaje de entrada natural del agua por un pequeño túnel, que fue sustituido por una bomba que captaba el agua de la ría, llevó a garantizar la independencia de las mareas para tener agua permanentemente pero, tanto chiquillo chapoteando en el agua, lo convirtió en una zona un poco insalubre y con dudosas condiciones higiénicas. Sobre lo que ya comenzaron a alertar algunas autoridades sanitarias.
A partir de marzo del año 1980, durante cuatro años consecutivos por las fiestas de San José, se utilizó La Playuca como ruedo improvisado para montar un espectáculo festivo con la suelta de vaquillas. Este fue el último uso público que tuvo nuestro arenal más popular, puesto que, hubo que prescindir de su uso ante la insistencia de la autoridad competente por las condiciones sanitarias insalubres. Las aguas del mar quedaban estancadas durante demasiado tiempo y había filtraciones de aguas fecales, así que, en el año 1984, comenzó su relleno con los materiales sobrantes de las obras de adaptación de la vieja Fondona como biblioteca municipal. No se renunció a la popular suelta de vaquillas que pasó a realizarse en una plaza portátil que se instaló en la finca La Cantábrica.
Este fue el final de La Playuca pero ¿Donde estaba su origen? Tenemos que volver la mirada a la década de los 50, del siglo pasado, cuando se construye la carretera entre San Salvador y Santander por la costa. Esta nueva carretera, a su paso por el frente marítimo de Astillero, dejo aislado una zona del litoral habitualmente utilizada como varadero de las barquías de pesca o recreo y, así, pasar el invierno fuera de la mar. Este tramo de arenal era el situado justo enfrente del edificio de La Fondona, partiendo del muro del muelle de Astillero hasta el final de la pequeña zona ajardinada de La Fuentuca por el sur.
El proyecto para la ejecución de la carretera tuvo la precaución de dejar un túnel amplio, podría tener unos dos metros de radio, que comunicaba con las aguas de la ría y permitía la entrada y salida de las aguas con cada marea. Esta solución adoptada permitió a los astillerenses de disfrutar de una piscina llena de agua con las mareas altas y recrearse jugando en la arena con las mareas bajas. La situación protegida, tranquila y fuera de peligros hizo que, poco a poco, se vaya convirtiendo en un poderoso atractivo para el baño de los niños más pequeños acompañados de sus madres, como comentábamos al principio.
Se quedó una parte de la ría confinada como consecuencia de una carretera y el Ayuntamiento se encargó de conservarla, echando cada año unos cuantos camiones de arena, para continuar con la ilusión que nos había generado nuestra playa particular. Son muchas las personas que me comentan la historia de La Playuca, por ello, siempre tengo la sensación de que existe una añoranza generalizada de aquella playa artificial tan particular.
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