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jesús maría rivas
El Astillero
Domingo, 14 de marzo 2021, 11:26
El mismo día que comenzaba la primavera, en marzo de 1934, a las cinco de la tarde, algunos ciudadanos debieron pensar que, en Astillero, se estaba rodando una película del oeste, las de gánsteres todavía no estaban en boga. Nueve individuos armados con pistolas se ... apearon de dos vehículos en la calle San José, en Astillero; cuatro de ellos se dirigieron hacia la sucursal del Banco de Santander y, simultáneamente, otro grupo se dirigió a la sucursal del Banco Mercantil, situada 50 metros más arriba; en ambos casos encerraron al personal en dependencias de cada banco y se llevaron conjuntamente un total de 118.000 pesetas y unas bolsas con monedas de plata.
¿Un guión bien pensado y un atraco perfecto? Podría ser. Después de la fechoría los atracadores se dieron tranquilamente a la fuga, como recogían algunos diarios de la época, en los mismos vehículos que llegaron y no se volvió a saber nada de los bandidos. Únicamente se encontraron, esa misma noche, en el barrio de Cazoña (Santander), los dos automóviles utilizados para el atraco y las bolsas de las monedas de plata.
El descaro demostrado en el golpe, la rapidez de movimientos y la agilidad en la ejecución del plan apuntaban a individuos avezados en este tipo de delitos; así lo registraba el diario cántabro La Región que, además, acusaba a las autoridades de pasividad conociéndose recientemente hechos similares en la provincia de Vizcaya. Lo que parece claro es que, como escribiremos a continuación, los atracadores tenían un plan-guión perfectamente diseñado y conocían algunos pormenores del lugar del crimen.
En las investigaciones periodísticas que se fueron desarrollando con posterioridad, se conocieron algunos detalles de la organización del doble atraco. Los empleados del tranvía que hacía el trayecto entre Santander y Astillero declararon que dos “sujetos desconocidos” habían realizado varios viajes a Astillero y, después de dos horas merodeando por el centro del pueblo, regresaban a la capital. La connivencia entre ambos sujetos, que les convertía en sospechosos, la establecían porque los billetes los abonaba uno de ellos, aunque luego se sentaban separados y no se dirigían la palabra. Además, en el diario la Región, se especulaba con que algunos vecinos detectaron individuos, con las mismas señas que las de los pistoleros, en la romería de San José, unos días antes, circunstancia que al parecer aprovecharon para examinar los edificios de los bancos. Parece claro, con estas pesquisas, que el golpe de mano dual a las entidades bancarias se inició también como en los mejores films: unos señores que vigilan los alrededores de la zona, observan el escenario del atraco, elaboran un plano detallado y, todo ello, haciéndose los despistados.
Los automóviles utilizados en el audaz atraco de Astillero eran dos taxis. Ahora podemos volver a tirar de nuevo de filmoteca y visualizar, a través una película de gánsteres, toda la secuencia que contaba la prensa escrita de entonces: Dos individuos, ambos apellidados Fernández, propietarios de dos taxis, alquilan a las tres de la tarde sus coches en Santander con destino a Santoña pero, al alejarse de la ciudad los ocupantes se convierten en secuestradores y, cerca de Beranga, en Jesús del Monte, detienen los vehículos, se llevan a los dos conductores y los conducen a un pinar a pie del monte. Aquí, parece que los secuestradores especularon sobre cómo deshacerse de ellos; decidiendo finalmente dejarlos maniatados y abandonados a su suerte al pie de los pinos.
Fernández y Fernández se quedan sin sus taxis y los secuestradores se vuelven con los vehículos hacia Astillero. No sabemos a ciencia cierta si los compinches estaban esperando en Beranga y se incorporaron al secuestro de los taxistas, o fueron recogidos en los alrededores de Astillero, el caso es que, la banda, articulada a bordo de los dos automóviles, se presentó frente a la sucursal del Banco de Santander, en San José, Nº 2, la primera entidad que van a tomar por asalto.
Uno de los diarios que recogía la noticia titulaba en un apartado “desde luego, son individuos de estremada serenidad" y destacaba la “sangre fría demostrada” en los pormenores del atraco. Un individuo “elegantemente trajeado” se dirige al cajero del Santander, al tiempo que, los demás socios de la banda, bloquean las ventanillas de los empleados. El individuo trajeado grita dirigiéndose al director: ¡Manos arriba! ¡Al menor movimiento le levanto la tapa de los sesos! –así lo relataba el director de la sucursal al diario El Cantábrico, y, pregunta ¿dónde está “el retrete”?. No traían ninguna urgencia biológica del viaje, si no que, utilizaron el local de los urinarios para encerrar a los empleados y los clientes que se fueron acercando mientras llenaban las alforjas con el dinero robado. En total unas 48.000 pesetas.
Simultáneamente, el otro automóvil ha aparcado junto a la sucursal del Banco Mercantil y, en esta ocasión, el jefe de la segunda cuadrilla de atracadores, a cara descubierta, realiza movimientos similares al grupo anterior y de nuevo: ¡Manos arriba! ¡Pero enseguida! En palabras del director. En esta ocasión, sin embargo, no recurren al retrete, encierran a director y empleados junto a los clientes en el cuarto del archivo. Recogen el dinero y, como les debió parecer escaso, solicitaron cortésmente, con las pistolas en la mano, que les enseñaran el libro de cuentas –parece que había entre los forajidos algún experto contable- y repasaron el interior de la caja fuerte donde encontraron unas bolas con monedas de plata; pues nada, también estas entraron en el botín que ascendió a 78.000 pesetas.
Justo al lado del Mercantil estaba la fábrica de alpargatas de Enrique Diego, que se sorprendió por la presencia de los dos vehículos situados a la espera en la calle San José, mientras charlaba en la calle con Antonio Velasco pero, cuando pudo comprender la situación, los atracadores partían a toda velocidad con el resultado del saqueo bancario y solo pudo ayudar a los empleados del banco y avisar a la Guardia Civil.
Uno de los clientes que entró en la sucursal del Santander durante el atraco, según escribía el diario La Vanguardia, fue Rafael Arnaiz, empleado de la empresa Orconera que iba a depositar 60 pesetas que los atracadores añadieron a su botín pero, “al saber que eran sus ahorros, se las devolvieron”. Parece que unos de ellos, que podía ser cuñado de Robín Hood, dijo que “nosotros no queremos dinero de pobres” pero, eso sí, “pase Ud. también con el grupo del retrete”.
Partieron raudos y veloces en dirección a la salida de Astillero cargados con las 118.000 pesetas, poco peso, al parecer solo llevaron billetes, y las bolsitas de monedas de plata. Pero hete aquí que, como las carreteras no tienen las anchuras de ahora, se encontraron con una carreta y su mulo que no les permitía adelantar y ralentizaba mucho la huída. Armados de pistolas y paciencia los atracadores aguantaron unos minutos hasta que decidieron actuar y “sugerir” al carretero que se apartara; así lo hizo el carretero y parece que esto le pudo salvar la vida. Volviendo con nuestros recuerdos de los filmes, todos sabemos el peligro que se corre cuando alguien tapona la salida de un forajido que huye con un arma en la mano.
La alerta se dio con rapidez y el Gobernador Civil, que se hizo cargo personalmente de las indagaciones del suceso, movilizó a la Guardia Civil y la de Asalto, se cortaron las carreteras, habían tomado la matrícula de uno de los coches y su color “chocolate” pero… el grupo de pistoleros llegó hasta Cazoña, abandonó los coches/taxi en un descubierto y nunca más se supo de ellos. Las informaciones son contradictorias y no sabemos con seguridad si, en la huída del descampado de Cazoña, dejaron alguna parte del botín robado en Astillero.
La comidilla sobre lo acontecido y los comentarios entre el vecindario fue en aumento a lo largo de varios días. La espectacularidad del atraco fue recogida por toda la prensa española, no hubo periódico escrito que no recogiera de forma destacada el suceso, y, en mayor o menor medida, se relataba lo que hemos contado en estas páginas. Donde no parece que llegó suficiente información fue a Hollywood. Así que, los astillerenses de la época se quedaron con la sensación de haber participado en una película sin poder ver la repetición.
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