Secciones
Servicios
Destacamos
jesús maría rivas
Domingo, 28 de julio 2019, 15:45
Dos minutos tardaba la barca en atravesar la ría desde Astillero a Pontejos, cuando se utilizaba una lancha motorizada, durante los últimos años de servicio. Nos lo contaba el último barquero, el pedreñero Gonzalo Tricio, en una entrevista que le hicimos en octubre de 1982 ... y añadía, también, que cerró el negocio de pasajeros entre Pontejos y Astillero, «ocho días después de inaugurar el Puente... lo que tardé en recoger los bártulos». Se refería Tricio, a los primeros días de agosto de 1966, justo después de la inauguración del puente José Solana del Río entre ambas localidades.
Hacia 1850, Pascual Madoz, en su diccionario enciclopédico, comentaba como, para ir de Santander a la zona este de Cantabria, habría que pasar en lancha entre Astillero y Pontejos, si se quería evitar dar la vuelta por el puente de Solía, siendo la única comunicación existente en la época. Madoz lo relataba de la siguiente manera «Sin embargo de no haber camino público, es preciso pasar por la población para ir por tierra desde Santander á Laredo, Castro y Bilbao, teniendo que embarcarse los viajeros para cruzar la ría llamada de Tijero, y llegar en lancha hasta la venta de Pontejos».
Si continuamos retrocediendo en el tiempo unos 100 años más, hasta la presencia en el ministerio de marina del Marqués de la Ensenada, en enero de 1748, encontramos otra referencia a la barca de Pontejos, mencionada por Nemesio Mercapide, en su 'Crónica de Astillero y Guarnizo', donde comenta una orden que el ministro envío a Jacinto Navarrete, por aquel entonces Comisario Ordenador de la Marina en Santander y superintendente del Real Astillero de Guarnizo. En esta orden le dice Ensenada al intendente del astillero que, «...la utilidad que produjese la barca de Pontejos, se distribuyese entre Pontejos y el Astillero de Guarnizo... y también quiere Su Majestad que el lucro que corresponda al Astillero, se aplique a los gastos de la iglesia de aquel pueblo...».
Esto quiere decir que, a mediados del siglo XVIII, se estableció, por orden real, el destino de los impuestos que generaba el servicio de lanchas entre Astillero y Pontejos, para evitar el conflicto que, al parecer, suscitaba el destino de los tributos. A partir de este año, se destinó a contribuir a la financiación de la capilla que, primero construyó Gaztañeta en el nuevo astillero de la Planchada y, después, amplió, en 1747, Juan Fernández de Isla.
Antes de que Gaztañeta decidiera instalar los Reales Astilleros en el Monte Marítimo de Guarnizo, posteriormente lugar de La Planchada, en este lugar no había más que un monte de robles, castaños, hayas, etc... Así pues, parece lógico deducir que fue, a partir de la ubicación de los astilleros en el nuevo sitio de La Planchada, cuando dio comienzo el servicio de lanchas con la vecina Pontejos, en la primera mitad del siglo XVIII.
Si aceptamos esta consideración estaríamos cerca de cumplirse los 300 años de que las barcas, entre Astillero y Pontejos, rompieran con el aislamiento que la ría imponía a ambas poblaciones y de que la lámina de agua, que separaba ambos litorales, se convirtiera en un elemento de unión. Gracias a este medio de comunicación, sobre todo a lo largo del siglo XX, los vecinos fueron generando muchas relaciones comerciales, personales, deportivas, sociales y matrimoniales. Así lo entendía, el pontejano Jesús Avio Ruiz, en El Diario Montañés, cuando se celebró el 50 aniversario de la inauguración del puente y contaba que «con la gente de Astillero, aunque estábamos separados por la ría, estábamos muy unidos».
Durante muchos años la lancha de Pontejos facilitó el servicio con el Sanatorio de Pedrosa, ofreciendo un servicio directo los jueves y domingos entre Astillero y sanatorio marítimo, evitando con ello la necesidad de ir caminando desde el muelle próximo a través de Pontejos.
Las curiosidades, sobre este sistema de transporte marítimo que estuvo funcionando hasta hace relativamente poco tiempo, se multiplican todavía en la mente de muchos astillerenses y pontejanos. Desde el paso del ganado nadando junto a la barca, amarrado a la borda de esta por los cuernos, para que no se desviaran las reses del destino final al otro lado de la ría, hasta las derivas de la lancha con el viento sur que, en ocasiones, llevaba a los viajeros a dar un largo recorrido hasta poder enfilar el embarcadero, con no poco miedo en el cuerpo. Muchos días de viento sur se suspendía el servicio marítimo por el peligro que entrañaba navegar en esas condiciones.
Un recuerdo especial para muchos de los que tenemos cierta edad era la vieja lancha de remo 'La Vikinga' que, los últimos años, hacía un servicio especial a los trabajadores que venían a Astillero muy de madrugada, remando ellos mismos y, luego, esperaba el regreso atracada en el muelle. Esto nos daba ocasión a los chavales del muelle a desamarrarla y salir a remar con ella, generando emocionantes aventuras marineras, que solían terminar con una huida precipitada de la barquía si no querías recibir el cachete del barquero y la amenaza de denuncia.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.