![El centenar de vidrieras de la iglesia de El Astillero pasa por el quirófano del vitralista Tomás Saiz](https://s1.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/2024/08/19/97333904.jpg)
![El centenar de vidrieras de la iglesia de El Astillero pasa por el quirófano del vitralista Tomás Saiz](https://s1.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/2024/08/19/97333904.jpg)
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Ver trabajar al vitralista Tomás Saiz en su taller de Torrelavega es como hacer un receso de la atomicidad con la que habitamos el planeta. El único artesano de este sector que queda en Cantabria y que está en peligro de extinción, se está ... encargando de la restauración del centenar de vidrieras que conforman el techo de la iglesia de San José, en El Astillero, cerrada al culto desde que en febrero pasado se detectaron problemas en la estructura. Las piezas están en la mesa de luz del artista, que es como estar en la mesa de un quirófano, y el cristal se derrite y se transforma a voluntad del cirujano, que hasta ahora ya ha restaurado más del 60% de las vidrieras que representan la imagen de la Inmaculada en el templo astillerense.
Antes, hubo que desmontar las piezas, que estaban a unos veinte metros de altura, bajo del cimborrio. A esa distancia y desde el suelo, no se apreciaba el daño que habían sufrido algunas de las vidrieras como consecuencia de la caída de la parte de arriba de la cúpula. «Nos dimos cuenta cuando realizamos el desmontaje y vimos que varias piezas habían sido cubiertas con vidrios de cualquier manera». El estado en el que se encontraban los cristales geométricos bajo la cúpula de la iglesia dificultó las labores de desmontaje. Una vez lograron reunir las 106 vidrieras, las trasladaron al taller de Saiz en Torrelavega, donde cada pieza es tratada con esmero y meticulosidad.
La sala de trabajo del vitralista es el espejo en el que Sáiz se reconoce cada día. Entre esas cuatro paredes residen todos sus pasados y el inmediato presente. Desde las vidrieras del Monasterio de Santo Toribio de Liébana hasta las del Palacio de la Magdalena o las del Paraninfo de la Universidad Pontificia de Comillas. Creaciones grandes junto a otras más pequeñas, como lámparas, espejos biselados y cristales de formas variadas. Las últimas en incorporarse han sido las vidrieras de El Astillero. Para recomponer las piezas dañadas, más de cuarenta, Sáiz dibuja la imagen a escala, realiza el plantillaje y corta el vidrio. Una vez montadas, las pinta sobre una mesa de luz; las pinta sin una sola gota de pintura, porque tan solo utiliza dos productos: nitrato de plata y óxido de hierro (compuesto químico formado por hierro y oxígeno). «En la Edad Media, se dieron cuenta de que la plata teñía el vidrio de amarillo y fue una especie de descubrimiento que marcó una manera de hacer las cosas, por eso las vidrieras antiguas llevan tanto amarillo».
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El maestro intenta que el tratamiento resulte lo menos agresivo posible y sombrea las piezas con óxido de hierro, luego les da una veladura y por último, al horno, pero no a un horno cualquiera. El artesano introduce los vidrios en un aparato que llega a alcanzar más de 500 grados de temperatura y ahí permanecen 'cociéndose' durante horas. «La temperatura se ha de ir bajando de forma paulatina porque las moléculas del vidrio se tienen que deshacer y recolocar de nuevo, de otro modo se rompería el cristal». «Seguimos el mismo proceso que en el medievo, solo que en vez de utilizar hornos de piedra, son mecánicos. Por lo demás -dice el artista- es igual».
Una técnica reposada, laboriosa y lenta que cuesta encajar en la sociedad actual, donde prima la producción en cadena. Un ejemplo: el vitralista muestra el proceso de creación de un abalorio que puede formar parte de cualquier pulsera. Apunta con el soplete al cristal hasta que se funde y toma la forma que le da el vitralista con tino y paciencia. A continuación, multipliquen el tiempo que emplea con cada abalorio por los cincuenta o cien que puede llevar una pulsera y luego piensen si el trabajo del artesano está bien pagado.
Para que nada de esto te importe tienes que ser Tomás Sáiz y disfrutar enormemente del proceso. «Me preguntan que si me voy a jubilar, y no, yo me quedaré trabajando en el taller hasta que pueda». Y de momento puede, prueba de ello son las sesenta y pico vidrieras que almacena ya recién restauradas. Calcula que en dos meses haya terminado el resto. Otra historia será volver a montarlas.
En cualquier caso, aunque quizá es la parte más importante a la hora de abordar el acondicionamiento de la iglesia de El Astillero, no es la única. El Obispado continúa pendiente de los resultados de un estudio topográfico del suelo donde se levanta el templo, que determine qué falla y dónde y cómo se debe actuar. De momento, la iglesia permanece cerrada y dentro no se detecta mucha actividad. Desde febrero, los actos litúrgicos se celebran en la iglesia Nuestra Señora de Muslera, en Guarnizo, y en la Residencia San Pedro. Hasta que no se resuelvan los problemas estructurales en el templo, las vidrieras permanecerán almacenadas, probablemente en el taller del artista. En el exterior de la iglesia de El Astillero hay un cartel que indica que el templo está en obras. Aún así, los vehículos pueden acceder al recinto y no parece que haya problemas para aparcar. Así están las cosas hasta que haya novedades.
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Ana del Castillo
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