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jesús maría rivas
El Astillero
Domingo, 20 de diciembre 2020, 13:23
Para el conjunto de jóvenes astillerenses de la pasada centuria, habituales de los baños veraniegos en la Ría de El Astillero, uno de los desafíos consistía en aguardar el momento de cruzar a nado desde el muelle de El Astillero al de Pontejos. Esta hazaña ... juvenil suponía un esfuerzo notable, la confirmación del buen trabajo de aprendizaje de la natación en la popular escuela de los muelles y dar un salto cualitativo que te acercaba a la mayoría de edad. Habías demostrado valentía al enfrentarte a las corrientes de las mareas y superado con esfuerzo los 200 metros que separan ambos muelles (otros 200 para volver), de manera que, sentías haber realizado una de las pruebas que te abrían la puerta a la madurez necesaria para afrontar nuevos retos.
La ría de El Astillero ha jugado durante muchos años este papel de ser a la vez frontera divisoria y lugar de encuentro entre El Astillero y Pontejos. Durante muchos años la misma ría que nos separaba nos permitía acercarnos a través de barcas o lanchas de distinto porte según los años de los que hablemos. Los últimos tiempos podemos recordar con facilidad a Tricio, el último barquero que acompañó nuestros viajes en barca para cruzar la ría de El Astillero hasta la inauguración del Puente que unió las dos orillas, en el verano de 1966. «En la memoria de los más viejos de estos pueblos ribereños se han perdido nombres y fechas; muchos de ellos aseguran que el servicio de barcas entre El Astillero y Pontejos es tan viejo como la ría misma y su estampa.» afirma en su blog Ricardo Vega Uslé.
La enorme masa de agua que cada día arrastra la marea, que sube y baja dos veces cada jornada, con una desfase aproximado de media hora en cada marea y con un incremento en altura que supera los cinco metros en las mareas equinocciales, ha sido a partir del siglo XIX también un lugar de ocio y recreo y, tal como nosotros lo recordamos, continuó en el siglo XX y comprobamos cada verano que lo sigue siendo hasta la actualidad.
El atractivo por el agua y los baños viene de finales del siglo XIX cuando se instalaron las primeras casetas de baños en las riberas de La Planchada pero, pocas décadas antes, cuando El Astillero ya se había convertido en lugar de reposo y veraneo, aparecen los primeros «botes» de recreo surcando las aguas de la ría y las mujeres preferían desplazarse hasta el muelle de Pontejos para realizar su sesión de baños «tienen que tomarse el trabajo de embarcarse en un bote y cruzar hasta el extremo de la orilla opuesta, sitio retirado, …» y «a cubierto de las miradas imprudentes», como recogía el cronista del diario madrileño La Época en el verano del 1862.
Esta idea de alejarse del tumulto del muelle de El Astillero y huir de las miradas inconvenientes se siguió cultivando muchos años, por ello, era frecuente que las chicas de familias pudientes que disponían de un «bote» de recreo continuaron años después desplazándose a bañarse hacia Pontejos o Pedrosa y, el resto, cruzaban nadando tranquilamente hasta el muelle pontejano donde, como apuntábamos, se realizaban los baños con más tranquilidad y sosiego.
La travesía a nado hacia el muelle de Pontejos tenía sus dificultades y sus peligros, puesto que, en aquella época era frecuente el movimiento de barcas de recreo, veleros o naves de gran tonelaje que se acercaban a atracar en al Cargadero de Orconera e imponían su enorme silueta sobre las aguas tranquilas de la ría. La fuerza del agua empujada por la acción de las mareas era otro inconveniente a tener en cuenta, porque te arrastraban hacia Santander o San Salvador dependiendo de si subía o bajaba el agua de la ría. Los días de viento sur levantaban el oleaje suficiente para dificultar la natación e incrementar los riesgos de la travesía. El continuo salpicar de las olas rompientes nos facilitaba también tomar unos tragos de agua salada, bastante desagradables, sin tener ninguna voluntad de ello.
Esta trayecto de ida y vuelta a Pontejos se convirtió, conforme fueron pasando los años, en una competición entre jóvenes nadadores, la mayoría de las veces la competición era espontánea, fruto de los disputas sobre quien era más rápido nadando y otros desafíos mantenidos entre los chapuzones que nos íbamos dando en ambos muelles. Aprovechando estas rivalidades juveniles, el avispado conserje municipal Angulo, organizador de las fiestas durante muchos años, tomó nota de estas circunstancias, y enseguida, el propio Ayuntamiento incorporó esta actividad a sus fiestas de Nuestra Señora, que se vienen celebrando, tanto ayer como hoy, en agosto. Entonces, el estímulo era mucho mayor y, con premio en metálico incluido, formaba parte de las actividades festivas de la ría junto con «el palo ensebado», «la suelta de patos salvajes» o las regatas de barquías a remo o vela.
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