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Puede decir –y con la barbilla bien alta– que formó parte del movimiento vecinal más reivindicativo de El Astillero. A bordo de aquella Coordinadora de ... Vecinos, que empezó a funcionar allá por 1983 con el fin de evitar actuaciones que amenazaban el sentir general, José Manuel Carpintero y un grupo de vecinos bien organizados evitaron el paso de la autovía por el casco urbano o la desaparición de las marismas para llevar a cabo una maniobra de especulación urbanística. Carpintero fue el portavoz de un colectivo que pidió en la calle lo que no se lograba en los despachos. Y lo hizo «por las bravas», de una manera que sería prácticamente «imposible» hoy en día. Recientemente, el Ayuntamiento rindió un homenaje a aquel movimiento vecinal que convirtió al municipio en lo que hoy es, con la inauguración del recuperado cañón de La Playuca, que se ubica ya en el parque de La Planchada, junto a una placa conmemorativa.
–¿Después de tantos años, qué ha supuesto para aquellos integrantes de la Coordinadora este homenaje?
–La verdad es que nos ha gustado mucho el gesto del Ayuntamiento porque ha tenido en cuenta algo que pretendimos desde el minuto uno: que no haya nombres y que lo que figure sea la labor de los vecinos. Evidentemente, el mérito de la Coordinadora es de todos los vecinos, pues fueron ellos los que supieron ver cómo aprovecharse de la situación y cómo atajar los problemas que iban surgiendo.
–Como el paso de la autovía por el centro del municipio...
–Como eso. Lo que pretendían con la autovía suponía toda una aberración. Había una carretera que pasaba por el muelle y un ferrocarril. Nosotros dijimos: 'señores, ¿si van a hacer una autovía, cómo van a partir el pueblo por la mitad?'. Este lugar donde estamos, La Fondona, hubiera dejado de existir. Y las casas. Finalmente, la solución lógica que se adoptó fue sacar la autovía de aquí. Fueron tiempos de mucha tensión porque había vecinos muy preocupados, que pensaban que se iban a caer los pisos donde vivían. Por ellos, por todos nosotros, llegamos hasta a cortar carreteras...
–Y hubo problemas...
–Los hubo. Aquello al final resultó ser el tramo más caro de España. No sé si llegó a costar 4.000 millones de pesetas. Y habrá quien piense que no recibimos presiones. Pues sí que las hubo. Todas las del mundo. Recibimos muchas presiones también por aquellas 900 viviendas que querían construir en las marismas. Imagínese. ¡Nosotros, que éramos un puñado de vecinos contra personas mucho más poderosas! También habrá quien a día de hoy piense que alguien aquí puso el cazo. Pues nosotros, no. Eso se lo aseguro. Pero supongo que sí hubo quien terminara perdiendo mucho dinero...
–Aquella lucha en la calle y su labor de fuerte oposición les ha sido homenajeada con un cañón. ¡Nada más y nada menos! ¿Eran tan bélicos ustedes?
–(Risas) En realidad, la historia de ese cañón tiene su por qué. La pieza estaba en un pedestal en un sitio anterior, con las diecisiete banderas de las comunidades. Hubo que retirar ese cañón por las obras en la carretera que reivindicábamos. No me parece mal que hayan usado un cañón para homenajear a los vecinos. Prefiero eso que no un misil. Eso sí que sería bélico. No matamos a nadie, pero sí dimos mucha goma.
–¿Cuánta?
–Mucha. Pero también teníamos corazón. Recuerdo que estábamos en plenas conversaciones con el consejero de entonces para mejorar una carretera peligrosa y hubo un accidente de coche en el que murió una señora. Me llamó Alejandro Martín, miembro de la Coordinadora, y hablamos de ello. Nos sentíamos culpables. Llegué a pensar que, quizá, si hubiera apretado un poco más al consejero, aquella señora no habría muerto. Esa sensación de pensar que no estás haciendo lo suficiente y que habría sido mejor haber cogido al consejero por la solapa para que lo solucionara de una vez.
–Sin belicismos, pero por la fuerza...
–Sí. Es que nuestra posición no era fácil. Con el proyecto de las 900 viviendas en las marismas, recuerdo que la promotora nos decía que aquella obra iba a generar muchos puestos de trabajo. Todo muy bonito. Pero les dijimos que si seguían adelante, abriríamos las compuertas. Y las abrimos. Todos a una: políticos, ecologistas, mariscadores, vecinos... Si le soy sincero, aquello no me lo termino de explicar.
–¿Nunca les ofrecieron dinero?
–Jamás. Éramos gente que tenía al menos un par de carnés en el bolsillo. Pertenecíamos a formaciones, sindicatos... Éramos gente comprometida. Con las cosas claras. Nunca entenderé que un diputado nacional defienda una ley que promulgue su partido que no apoye a Cantabria.
–¿Toda aquella lucha a pie de calle sería posible ahora?
–No. Imposible. Para esas cosas, hay que tener ideología. Siempre se ha dicho que para encender la hoguera hay que prender por debajo. O enciende o quema. Nosotros hacíamos eso. Pero hoy, ni los tiempos son los mismos, ni las personas, ni las comunicaciones son iguales. Ya no hay tantas carencias como antes. Se vive más o menos bien. Entonces, como no había de nada, las cosas se solucionaban a las bravas. Si te decían que no había presupuesto les contestabas y a mí qué me cuenta. Lo busca y punto.
–Hoy en día la clase política también dice lo mismo. Que no hay presupuesto....
–Claro, pero hay más servicios y menos quejas. La Coordinadora cortaba una carretera y avisaba antes a la Guardia Civil. Aquello a veces era como la guerra de Gila.
–Pero con o sin humor de por medio, llegaron a entrar por la fuerza al Ayuntamiento...
–Hicimos muchas ilegalidades, pero entonces la situación lo permitía. O se hacía así o no se hacía. También dimos con un alcalde absolutamente tolerante.
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