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Ya pocos se acuerdan de las barcas de alquiler que se podían coger en la ría de El Astillero, de la Playuca o del olor a caramelo que salía de las fábricas La Sara o Chicles May cuando el viento soplaba del oeste. Tampoco del ... otro 'aroma' que el viento del nordeste se encargaba de traer de más allá de la ría: ese olor a soja procesada y pienso que venía de Simsa. Todo eso ha desaparecido. Pero los adolescentes de hoy en día, los que se tiran al agua cuando el calor aprieta desde un extremo del paseo marítimo, siguen haciendo lo que hacían los de hace sesenta años: coger carrerilla para hacer 'curumbetas'; compartir baño con las 'mulatas' y 'ostrones'; montar jaleo; y referirse cariñosamente a los amigos de la cuadrilla con improperios del tipo 'hijo de mil padres' (lo dejamos así). Y en realidad, lo que quizá no sepan es que con ellos, el legado de los raqueros de El Astillero sigue vivo y es de lo poco que queda de un pasado que siempre parece fue mejor. Todo ha cambiado. Incluso ellos. Ahora, en versión 2.0, esto es, altavoz bluetooth y la música a todo volumen de Bad Bunny o Nicky Jam incorporados. Toca tragar.
«No queda ya nada de aquellos veranos en El Astillero. Como mucho, La Fondona y la casa de Víctor Sáinz de la Maza». Lo dice con nostalgia Víctor González, más conocido como Pantaleón. Panta. A sus casi 74 años, mantiene tan en forma su memoria que prácticamente cada paso que damos a orillas de la ría se convierte en una parada técnica para hablar de esto o de lo otro. «¿Ve aquella casa en aquel alto? Era la casa de Pablo Tarrero. Del señor Tarrero». Panta se refiere a uno de los vecinos más ilustres que ha dado el municipio, que llegó a ser el mayor representante del Banco Santander, por debajo de Emilio Botín. «Su posición hacía que muchos quisieran codearse con él», comenta para explicar que por aquellas oficinas de El Astillero pasaron del orden de 35 personas del municipio, entre ellas, el padre del expresidente del Gobierno Ignacio Diego. «También el propio Emilio Botín empezó aquí», en un despacho de madera de castaño, al parecer impresionante, que se ha conservado bajo su orden expresa. «Y ese monumento de ahí, en homenaje a Tarrero», añade parando el paso, para señalar el busto flanqueado por columnas del Parque de La Planchada.
El recorrido por el frente marítimo y su entorno permite asomarse al orgullo del sentir general de un pueblo y a los vestigios de su historia. A un lado, presidiendo la escena, el Cargadero de Mineral, el de Orconera, «por donde de niños nos tirábamos cuando la marea lo permitía». Al otro, junto a La Fondona, la Fuentuca, con sus todavía legibles ABDP (Agua, Beber y Después Pasear), todo un reclamo turístico de la época -de tintes místicos-, que también aportaba tardes de diversión a los más jóvenes gracias a sus 'resbaladicios', como se refieren los que se tiraban entonces por esa especie de toboganes de piedra, ya desgastados por el uso. Y la representación del Real Astillero de Guarnizo: el cañón de Marina que apunta directamente -mera casualidad-, al Hotel Real. «Este lo hice yo. Es un modelo de 1765, que usaba el sistema métrico docenal de España y que encontré en un libro de artillería».
Panta no es historiador, pero sabe lo suyo. Gracias, solo en parte, a su paso por Talleres de 1961 hasta 1998. Lo cierto es que, en un municipio que creció mirando a su ría, si uno no encontraba salida profesional en la banca, tenía opciones en los astilleros. «Desde los ocho años, yo creo que todos teníamos la idea en la cabeza y nos preparábamos para ello con el diseño industrial, dibujo lineal...».
El recuerdo le llega cuando, de vuelta al muelle, los jóvenes siguen con la música a todo trapo y sus zambullidas. «En mi época había una letra muy bonita: 'Árboles de la Planchada, plantados de siete en siete, no tienen tanta firmeza, como yo para quererte'», añade Panta poniéndole tono. «Qué decir de las romerías por Nuestra Señora o San José, con la orquesta Tella, Los Blancos...».
Era otra época. Hasta para la política. «A mí me pilló el estado de excepción haciendo la mili en San Sebastián y el 23F como secretario general del PSOE», dice confesando -ahora puede- que aquella noche un amigo suyo de la UCD le dejó una pistola. «Eran otros tiempos». Pero cuánta vida.
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