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JESÚS MARÍA RIVAS
EL ASTILLERO
Domingo, 2 de mayo 2021, 15:06
Actualmente, a través de distintos plataformas de Internet se puede intercambiar, adquirir o acceder a obras o novelas diferentes sin demasiada dificultad ¿Pero cómo funcionaba nuestro mundo literario popular en los años 50 ó 60 en establecimientos dedicados al cambio de novelas?.
Novedades Doyle, ... situado en el mercado de abastos, era una especie de pequeño bazar donde se encontraban entre otras cosas: productos de droguería, juguetes o colonias al por mayor; además, se vendían comics (nosotros los llamábamos “chistes”) y se cambiaban novelas populares. Seguramente me dejo en el tintero un variado racimo de productos a la venta porque quiero referirme a una actividad que tenía mucha clientela: el cambio de novelas. Cuando hablo de novelas, me refiero a las viejas novelas de Marcial Lafuente Estefanía, Keith Luger o Silver Kane, con los relatos situados en el Salvaje Oeste americano y, con una demanda notablemente menor, las novelas románticas.
Antes de seguir hablando de las novelas les contaré dónde se encontraba situado. Componía una de las esquinas del Mercado de Abastos, la situada al sureste. El discreto bazar de Doyle, estaba flanqueado a la izquierda por otro bazar, Meneses, especializado en distintos suministros como los gorros y utensilios de paja, anzuelos para pescar, botijos, etc. y, a la derecha, estaba el taller de Fredo, el Relojero, con un pollo de piedra bajo la ventana que nos permitía a los críos poder escudriñar como destripaba los relojes con aquel llamativo monóculo, con lentes de aumento, sobre su ojo. El atractivo de pegarse al cristal para ver trabajar a Fredo, hacia que, en ocasiones, golpeáramos el cristal del ventanal y... ¡Se acabó la diversión! Salía el relojero y nos mandaba a paseo. Estos tres locales comerciales, en la actualidad unidos, forman la floristería Sara.
Había otra característica que convirtió este establecimiento en atractivo para la chavalería. Tenía unas cuerdas amarradas de lado a lado, en ocasiones en las propias puertas del establecimiento, donde se colgaban abiertos al medio sobre la cuerda las últimas publicaciones de El Capitán Trueno, El Jabato, el Guerrero del Antifaz o Hazañas Bélicas (con el sargento Gorila haciendo de las suyas en la guerra de Corea). Esta posición nos permitía, retorciéndonos como culebras y agachados, ir leyendo las ultimas batallitas de los héroes mencionadas y, aunque el propietario era un hombre tolerante, a veces, nos daba una espantada para animarnos a comprarlos.
El cambio de novelas era un importante negocio en los años 60, aquí Doyle, tenía una gran oferta, pero la competencia que ejercía el Kiosko de Pura, en la Plza. de la Constitución, era durísima, con centenares de títulos divididos en tres categorías según la situación de deterioro de cada novela: nueva, seminueva o desguazada. El propietario del establecimiento decidía cuando una novela pasaba de nueva a seminueva, o, de un poco usada, a desguazada. Cuando pasábamos por el mostrador al cambio de novelas, con encargos generalmente de padres o abuelos aficionadas a este tipo de literatura popular, nos ofrecían los montones de novelas, sacadas de una caja de cartón, manoseadas, oscurecidas y con las esquinas dobladas y arrugas por el uso. Con la agilidad que daba le experiencia, los cambiadores de novelas íbamos pasando rápidamente los lotes con la mirada puesta en las portadas y los títulos. Había que hacer valer una buena memoria para que, según se iban pasando, se detectaran las ya leídas de las otras: esta sí, esta no, y esta otra, en un montón aparte para repasar, que no recuerdo bien el título o la portada.
Un ejercicio de memoria exigente para todos nosotros, puesto que, Marcial Lafuente Estefanía, por ejemplo, el preferido de mi padre, llegó a firmar más de 2.500 títulos. El error en la elección de la novela suponía la perdida de los dos reales del coste y un cachete para espabilarse.
El éxito de las populares novelas del oeste o de amor no tuvo parangón en aquellos 60. Mucho de los muchachos de entonces nos iniciábamos, o complementábamos nuestras primeras lecturas, con las novelas del oeste. Recuerdo las veces que la concejala de cultura Mª Ángeles Eguiguren, gran lectora, me contaba, con indisimulado regocijo, como había leído todas las novelas de M. L. Estefanía y K. Luger, de su abuelo. Muchos adolescentes y jóvenes de mi generación hicieron sus primeros pinitos con las novelas populares de Estefanía, aunque no hayan continuado posteriormente como lectores. La diferencia de género, impuesta desde el régimen, hacía que las chicas se interesaran por la novelas de Corín Tellado; aquellas que llamábamos “novelas de amor”, de contenido romántico y protagonistas asexuados, que tan lejos quedaban de la realidad cotidiana.
Con la lectura de aquellas novelas y los films de la misma temática, nuestra aproximación al oeste americano fue maniquea y violenta. Como muestra un pequeño texto de M.L. Estefanía “Las manos de Gregory volaron hacia las fundas y en menos de un segundo en la frente de Michel aparecía un punto rojo del tamaño de un penique. No llegó a desenfundar. El hombre de la placa empujaba con decisión las puertas batientes del salón mientras el piano callaba y las coristas del escenario interrumpían su baile.” Aunque esta parte reproducida es una narración, en general, solían contener abundantes diálogos.
Coincidiendo con aquellos años, el grupo de rock Creedence Clearwater Revival triunfaba con su canción “Proud Mary”. Nosotros utilizábamos el estribillo de la misma, que se nos asemejaba fonéticamente al nombre nuestra tienda de chistes de referencia, Doyle, para lanzar al aire nuestra versión particular. Vamos a recordar aquel estribillo que decía: “Rolling, rolling, rolling in the river” que los chavales de la época interpretábamos, como “Doyle, Doyle, cambio de novelas Doyle”. Esto lo hacíamos pegados a la Sinfonola de los futbolines de Paco, aquella máquina diabólica que por una peseta reproducía discos sin parar. Propongo, para finalizar, hacer un ejercicio divertido: buscar la canción de C. C. Revival en Youtube y probar con el estribillo adaptado para Doyle. Seguramente esbozarán una sonrisa recordando con que pocos elementos adornábamos el mundo particular de nuestras diversiones.
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