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jesús maría rivas
El Astillero
Domingo, 19 de septiembre 2021, 14:13
Antes de relatar el singular 'atracón' que tuvo lugar en el bar de 'Vasio el tonto' vamos a situarnos en el escenario del crimen. Al que su dueño denominaba 'Bar Lago', situado en la actual calle Díaz Pimienta, a la izquierda de la ... Farmacia de Asenjo, no serán muchos los que lo recuerden por este nombre, puesto que, para la mayoría de ciudadanos de la época, el tiempo en que estuvo abierto, se le conoció como el bar de 'Vasio el Tonto'. El 'Bar Lago' tenía el mismo nombre que una de las cafeterías de moda entre la gente bien de Santander, sin embargo, nuestro 'Bar Lago' de Astillero distaba mucho de la elegancia de la cafetería santanderina, añadiendo algunas peculiaridades que hoy consideraríamos insalubres y poco estéticas.
Además de servir vinos 'al chiquiteo' directamente desde las canillas de la barricas, vendía carbón para calentar los hogares de los años 50 y 60. La pila de carbón situada al fondo del local servía a la vez como urinario ocasional para la clientela. Si, tal como lo han leído, se orinaba sobre la pila de carbón y, no sabemos si sería por esta circunstancia pero, la hulla que vendía Vasio tenía fama de arder muy bien y, por ello, era muy demanda para activar la lumbre de aquellos hogares de leña y carbón. Tu mismo cargabas el caldero con una pala habilitada al uso, el tabernero calculaba el peso a ojo, de 'buen cubero' supongo, y si no estabas de acuerdo con el cálculo, a regañadientes y lanzando algún improperio, activaba una báscula vieja y destartalada en la que solo se podían ver los números de la barra de contrapesos con el mechero de Vasio, así que, el peso calculado y el de la báscula coincidían, siempre ganaba la banca.
El 'Bar Lago' era alargado con la barra de servicio a la izquierda, detrás de la barra había un almacén con las barricas de solera y al frente la carbonera separada por un leve muro. Al entrar en el local, en la pared que quedaba a la espalda, bajo el nombre de Bar Lago, había un dibujo de dos pasiegos mirando el campanario de una iglesia y le decía uno al otro «¿Vasio, oyes campanas?». De los dibujos y la pregunta tan sibilina al propietario, Gervasio, ideada por el pintor Oporto, que tantos bares decoró con su arte en Astillero, le venía el nombre popular del local 'Bar de Vasio', el siguiente adjetivo añadido de 'el tonto' no sabemos el origen, puesto que, como hemos contado más arriba, de tonto no pecaba, puede que tacaño fuera un rato largo.
Había otra inscripción, un poco más criptica, que decía «Tolín canta», al parecer referida a su amigo Tolín, y el permiso del dueño para cantar en el bar. En el resto de las paredes de aquel tugurio, siempre muy poco iluminado, estaban repletas de carteles envejecidos con el anuncio de los partidos del Real Madrid. Para completar el ornamento, encima de la barra del bar, estaba suspendido un raíl metálico del que colgaban algunos chorizos y salchichones, con bastante curación y solera, que Vasio cuidaba con inusitado celo. Esta entorno se convertía, con frecuencia, en la broma socorrida de mucha de la clientela cuando entraba al almacén a llenar los vasos de vino y le decían «¡Vasio, que te cogen los chorizos!». Salía corriendo del almacén «¡Me cagüen la…!».
En este escenario que hemos relatado convenientemente se produjo uno de los 'atracos' más pintorescos de la historia de Astillero. El objetivo del 'atraco' no era otro que conseguir una cata gratuita de los embutidos tan celosamente cuidados de Vasio y, a la vez, hacer chanza de la tacañería del tabernero tan peculiar. Los autores fueron jóvenes del pueblo con ganas sobradas de divertirse aprovechando las condiciones higiénicas del 'Bar Lago' y buscando la humillación del celoso guardián de los chorizos y salchichones.
Para el montaje y organización del asalto a los chorizos de Vasio fue necesaria la colaboración de algún miembro de la Farmacia de Arce. Para ello, vamos a aclarar que el farmacéutico titular responsable de la sanidad municipal era Antonio Arce y, por tanto, quien atendía los asuntos sobre el estado de establecimientos de ventas, mercados, etc.. En este contexto que señalamos, Toño, el mayor de los hijos del farmacéutico, se hizo con los documentos necesarios para realizar una inspección en cualquier local del municipio y proporcionó unas batas blancas a otros jóvenes que iban a organizar una inspección en el 'Bar de Vasio'.
La planificación del 'atraco' pudo haberse llevado a cabo en el local de guateques que, los Arce y amigos, tenían en los bajos de su edificio en la calle San José. El local club/guateque se llamaba Bristol. Los promotores de la inspección al valorar a conciencia los pormenores del plan que llevaría al 'atracón', deciden que, de los tres inspectores, uno sea un veraneante francés, que pudiera hacer de portavoz -nos consta que se defendía muy bien en castellano- para evitar las sospechas iniciales de Vasio.
Así las cosas, un día de verano de 1968, se presentan los tres inspectores con su bata blanca y su documentación en regla para hacer una inspección sanitaria en el 'Bar Lago', popularmente 'Bar de Vasio'. El propietario, sorprendido y asustado, les cede el paso y les acompaña dando todo tipo de explicaciones sobre las mejoras que tiene previstas realizar en el local. Los inspectores escuchan, se acercan al mostrador y centran su atención en la fila de embutidos que cuelgan del raíl metálico situado sobre la barra del bar. «Los alimentos expuestos al público requieren un control específico. No se vaya a perjudicar la salud de los clientes» le hacen saber a Vasio. Se verán obligados a probarlos para conocer mejor su estado.
Bajan un chorizo de Salamanca, «Muy bueno, Vasio. ¿A ver aquel otro de Cantimpalo?» Los tres inspectores ponen mucho interés en la inspección de los productos, van cortando rodajas de los embutidos y le piden acompañarlos con pan y vino, para valorar mejor el estado sanitario de los mismos. Pues nada, pan y vino también. «El salchichón, un poco flojo Vasio. Pon un poco más de ese otro chorizo de Salamanca, no vayan a estar unos peor que otros». Cortan las rodajas del centro de los chorizos y, cata tras cata, el tabernero refleja el sufrimiento en la cara comprobando como merman sus viandas, los inspectores se sienten satisfechos con la inspección y Vasio mira las cuerdas de los chorizos y salchichones, mientras piensa «Parece que no me van a multar porque les ha gustado el material que vendo».
La primera consecuencia del 'atracón' fue la eliminación de la cartelería futbolística y el encalado de las paredes y, la segunda, pasadas las risas del asalto a los embutidos disfrazado de inspección, y conocidos públicamente los resultados, Toño Arce, quien les suministró los papeles, tuvo que sufrir una bronca y castigo colosales de su padre, el farmacéutico titular, por haber facilitado las herramientas de la desmedida gamberrada al bar de Vasio.
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