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«Tres, dos, uno... ¡salta!»
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Jóvenes y adultos siguen tirándose al agua desde el muelle de El Astillero cuando el calor aprietaTres, dos, uno... ¡Ya!». Se sincronizan para lanzarse a la vez, pero con la intención de que cada uno sea más fuerte, más alto y más rápido que el resto. La misión es lograr el salto más espectacular; quizá, lograr el aplauso. Y ante un reto así, el 'pique' está asegurado. «¡Pero con carrerilla!», les dicen los chicos a las chicas. Ellas prefieren hacer caso omiso. Ir a lo suyo. Saben que, esto de tirarse al agua, como quien saborea un buen helado, sabe mejor sin presiones, ni prisas. Porque siempre es mejor ir a tu aire.
La costumbre de saltar al agua desde la punta del muelle de El Astillero, sobre todo en los días en que el calor aprieta y campa a sus anchas, como en esta reciente ola, ha trascendido de generación en generación. «A mí esto me gusta más que ir a las piscinas de La Cantábrica... Es que no tiene comparación», asegura Esther González, que ya dejó la adolescencia bien atrás pero mantiene intacta sus ganas de bañarse en ese mismo punto del muelle. En él guarda buenos recuerdos y sigue almacenando algunos más.
El espectáculo que rodea a estos baños en este punto del municipio -en el que hoy en día lucen las letras de El Astillero- ha estado mayoritariamente protagonizado por adolescentes. Por esas ansias en ebullición de disfrutar el riesgo. Y lejos de estar sujeto a modas, siempre ha marcado la impronta juvenil en el municipio y ha ido pasando de padres a hijos.
Durante las décadas de los 60, 70 y 80 ya era costumbre lo de tirarse al agua en días de calor desde este punto del muelle, aunque, entonces, eran las proas de los buques atracados en el Cargadero de Orconera o incluso el propio Cargadero -también conocido como Puente de los Ingleses- los que servían de trampolín. Como han contado ya en alguna ocasión veteranos de la zona, eran los muchachos los que presumían de piruetas y saltos de cabeza, mientras las acompañantes miraban. Pero ese no era precisamente el caso de Esther.
«Yo me tiraba de cabeza, de bomba o lo que hiciera falta». Quizá por eso, o porque ya de niña era muy asidua a pasar los veranos en el muelle, un amiguete de la época la apodó cariñosamente 'La guardiana del muelle'.
Precisamente esto de los apodos es muy de El Astillero. Y la 'guardiana' tenía otro bastante más popular: 'La Bartola'. «Por ese nombre me conoce todo el mundo», asegura Esther, que explica que el mote se le debe a su padre Bartolo. «Aquí todo son motes; todo funciona así», explica recordando que cuando de chica le preguntaban el típico «¿y tú de quién eres?» era porque así identificaban los adultos a los más jóvenes sin margen de error.
Lo cuenta precisamente antes de que suba la marea, que es el momento en el que el muelle se llena de jóvenes y no tan jóvenes porque es el momento en el que el nivel del agua permite tirarse con más seguridad.
Esther recuerda que antaño, la costumbre era cruzar a nado hasta Pontejos. «En una ocasión, no me dejaban salir y me escapé de mi casa para bañarme con mis amigas. Acabamos nadando hasta Pontejos. Ir era más fácil que volver, por el tema de las corrientes; pero aquella vez, no quería volver a tierra porque mi madre me esperaba con la zapatilla».
También rememora que, entonces, era bastante habitual que tras bañarse, la ropa de baño acabara tiñéndose de color marrón, por la presencia de mineral en las aguas. Ese pasado industrial que compartieron los astillerenses en sus aguas también forma parte de sus mejores recuerdos de juventud, en los que quizá lo de menos era cómo acababa la ropa y lo de más era ser libre y feliz con poca cosa.
Hoy en día, los barcos de recreo, la actividad deportiva y los baños en el muelle son los únicos que coinciden en la ría de El Astillero y, cuando el termómetro rebasa los treinta grados de temperatura como estos últimos días, cualquiera de estas opciones apetece más. Siempre con el Puente de Los Ingleses como testigo y Pontejos, de imagen de fondo.
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