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jesús maría rivas
El Astillero
Domingo, 4 de julio 2021, 13:25
Para algunos de nosotros que vivíamos en el entorno del muelle y La Playuca, era algo habitual, durante los meses de julio a septiembre, acercarnos a los aledaños de ría, entre el muelle y la rampa, con el único equipaje de la calzoneta de ... baño, siendo aun muy niños; posteriormente, en la adolescencia, estrenamos los 'trajebaños de nailon' o, siendo ya jóvenes, las novedosas bermudas hasta medio muslo. Entre las 9 y las 10 de la mañana ya estábamos en el muelle de Astillero, dispuestos a descubrir un mundo inmenso que se abría ante nosotros entre las estrechas márgenes de la ría. Así comenzábamos los días de verano que iban a transcurrir, casi en su totalidad, entre los coles del muelle; la natación entre las barcas, las boyas y Pontejos o navegando a vela en alguna barquía de amigos y conocidos.
Como en aquellos años las barcas estaban fondeadas en la ría, en torno al embarcadero, mientras echábamos la mañana de ocio en las piedras del muelle, los propietarios de las barcas nos acercaban las llaves del amarre para que hiciéramos las veces de intermediarios, y, con ellas en la boca, fuéramos nadando a buscar las barcas, soltar la gaza y acercárselas a su dueño hasta las escaleras. Eran numerosas las ocasiones, particularmente cuando iban a navegar solos, en las que nos invitaban a unirnos a su bote de pesca y pasábamos la mañana engañando a los peces en la Canal de San Bartolomé, los playotes de Elechas o el pantalán de Calatrava. Si el viaje era de recreo, recuerdo singularmente a Ernesto Gancedo, con su bonito de barco de vela cangreja llamado 'Marimar', que solía llevarme de proel a una magnífica navegación hasta el Barrio Pesquero o frente a las machinas de Santander.
Al regreso de la jornada de pesca había algún premio para el grumete y quedaba la ayuda compensada con algún jargo, unos panchitos, a veces lubina o magano (esto era más difícil), etc. Como en otras circunstancias de la vida, entre los pescadores aficionados, los había más generosos y otros más tacaños, asunto que la mayoría conocíamos a la perfección y, por ello, cuando se acercaba al muelle alguno afamado por su tacañería, los nadadores nos hacíamos los despistados en el agua y tenía que apañárselas solo para alcanzar su bote. De los generosos, recuerdo a Miguel Bolado, a quien solía acercar su barquía 'San Francisco', y que, en una ocasión, de me regaló dos corvinas hermosas que hicieron la delicia en la cocina de mi casa.
No importaba si hacía sol, si llovía o soplaba fuerte el viento del nordeste, la vida la hacíamos en los malecones de Astillero, buscando los entretenimientos más increíbles entre la rampa, junto a las maderas de Cabarga, y el Puente de los Ingleses o los pantalanes de la Campsa. Con la marea baja pescábamos algunas almejas o buscábamos cámbaros entre las piedras. En esto de los cámbaros recuerdo en cuantas ocasiones preparábamos una pequeña fogata y les cocíamos sobre la marcha en un bote viejo de latón. Cuando subía marea, algunos, no era mi caso, pescaban con aparejo en la punta del muelle; allí, el peligro lo corrían los chaparrudos y los panchos, la pesca habitual del entorno.
Un elemento original de estas temporadas veraniegas eran las chalupas de los hermanos Cavada, de factura artesana, auténticos cajones de manera afilados en la proa que, en las hábiles manos de sus remeros, navegaban por los rincones más insospechados y, en ocasiones, hacían las veces de transbordo hasta los botes fondeados en la ría.
En los años 60 del siglo pasado, época de la que escribo estos recuerdos, ya no eran demasiados las barquías que utilizaban la vela. Vamos a recuperar de la memoria la barquía 'San José', capitaneada por Tano (Cayetano Fernández), con su singular vela latina, de la se decía que tenía un diseño especial para puntear de maravilla contra el viento, subiendo contra el nordeste hasta la boya 14, o hasta la Tornada, y regresando a Astillero de popada. En ocasiones cuando navegaba en el 'Tory', con Carlos Mier, le adelantábamos en el fuerte popada que cogíamos de Pedrosa hasta Astillero y, antes nuestros gestos de euforia, el veterano Tano nos gritaba «para abajo la calabaza rueda». Estas pequeñas rivalidades hacían la delicia de nuestros devaneos con la vela. Todos sabíamos lo hábil que era Tano a la caña de su barquía y lo bien que navegaba contra 'viento y marea'; aunque podríamos decir lo mismo de C. Mier, brillante patrón que me enseñó lo poco que pude aprender sobre la navegación a vela. Fueron días inolvidables realizando largas bordadas para doblegar el nordeste, pasar a sotavento de Parayas y rebasar la isla de Pedrosa para poder acercarnos a la Bahía de Santander.
Hubo alguna temporada durante esos años que, a la barca de mi amigo Pacho Nárdiz, el 'Karpa', en la que tantas vueltas a remo dimos por la ría, también la utilizamos para hacernos a la vela, pero los tiempos de encontrarse en la ría diversas embarcaciones a vela estaban llegando a su fin. Me quedó en la memoria infantil algunas de ellas que me parecieron evolucionar elegantemente en las aguas ría arriba buscando la capital, como el 'FAVI' o el 'San Francisco', pero la navegación a vela fue dando paso a los motores a bordo de las embarcaciones y algunos de estas barquías pasaron a llevar un ruidoso motor encastrado en las costillas centrales de su casco. De las motoras destacaba la 'MAMI', ¡cómo lucía entonces con su madera barnizada!, que desde hace años pasea su nuevo propietario, Tanito.
Solo quedó Tamayo para cerrar la época de la vela tradicional, el veterano y sabio pescador que, con su bote 'Ricardo', subía a remo en la madrugada a las zonas de pesca, él las conocía mejor que nadie, y regresaba al medio día utilizando como vela su propia chaqueta o gabán, un remo hacía de palo mayor y el otro de timón, echado sobre la popa con un remo-timón se deslizaba sin prisas, cogiendo los vientos que entran por la bocana del puerto, hasta arribar al muelle de Astillero. Con la llegada de Tamayo la expectación era máxima, puesto que, tenía fama de ser un gran pescador y nunca traía la cesta vacía. Con las capturas de este hombre, que es parte de lo historia local, valoraban los expertos del muelle como se iban a dar las jornadas de pesca.
Al mediodía, la afluencia de bañistas, lo mismo chicos que chicas, en las zonas de la rampa y el muelle nos llevaba a hacer nuestros primeros pinitos amorosos y no era extraño invitar a las chicas a dar un paseo romántico por nuestra mar privada, nuestra ría. Algunos atardeceres de julio o agosto han quedado grabados también en nuestra memoria, remando suavemente con la caída del sol hacia la isla de Pedrosa o hacia San Salvador, mientras cruzábamos miradas cargadas de intención con nuestras paseantes. De esta manera, terminábamos el día, colmados de emociones y sentimientos, que habíamos comenzado con las primeras brisas de la mañana acercándonos a las aguas de la Ría de Astillero.
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