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'Cruce de Caminos', una de las actividades de convivencia que se organizan. J.G
El albergue para peregrinos de las monjas de clausura pejinas

El albergue para peregrinos de las monjas de clausura pejinas

Las Trinitarias ofrecen hospedaje en el Convento de San Francisco a quienes hacen el Camino de Santiago

Lunes, 5 de septiembre 2022, 07:13

Nunca han culminado una etapa. Pero según muchos peregrinos el suyo es uno de los surcos más profundos que les deja el Camino de Santiago. El boca a oreja ha convertido en parada obligatoria el albergue que gestionan en el interior del Convento de San Francisco de Laredo. Muchos de los que llegan se sorprenden cuando descubren que sus anfitrionas son monjas de clausura. El malentendido viene de lejos. Lo deshacen sor Cristina y sor Lin, la madre superiora desde el pasado mes de octubre. «Se interpreta erróneamente la clausura como el hecho de que nosotras no podamos salir. Y no es tanto eso, sino el hecho de que no todo el mundo puede pasar a nuestro espacio privado. Esa es la clausura», aclaran.

La clave reside en las estancias. Hay una parte del convento que blinda la intimidad de liturgia, oración y relaciones fraternas de las hermanas. Y hay otra zona, donde se vive la apertura hacia el mundo exterior. Ambas religiosas llegaron hace dos décadas desde Perú, e integran junto a otras cuatro compatriotas y cinco españolas la congregación actual. La llegada de la orden a Laredo en 1883 ya navegó en esa dualidad entre la vida contemplativa y la dedicación activa a los demás. En aquel entonces, su misión principal fue educativa. Una labor en la que perseveraron hasta 1974. Una década después, la hospedería jugó un papel esencial en el arranque de los Cursos de Verano de la Universidad de Cantabria. El convento sirvió de alojamiento para los alumnos internacionales que asistían a los cursos de español para extranjeros. Casi una premonición sobre el nuevo rumbo que tomó la congregación cuando en 1990, decidió habilitar las dependencias como albergue de peregrinos.

Religiosas y peregrinos posan en el interior del convento. J.C

Al principio, la afluencia fue testimonial y no hubo apenas contacto con los caminantes. Todo dio un giro en el 2006 y, sobre todo, a partir del año 2014. Fue entonces cuando las hermanas decidieron caminar al lado de los peregrinos. Y se llevaron una sorpresa. «Nosotras pensábamos que el peregrino era un turista más. Estábamos equivocadas. Es alguien que busca algo. Que no sabe a veces ni lo que es, pero que busca darle sentido a su vida, recuperar la paz, tranquilidad. El contacto con la naturaleza les ayuda a unificarse». Su esfuerzo es posible gracias a un valioso voluntariado que se turna para ayudarlos.

«El peregrino nos enseña la capacidad de renuncia y de fortalecer la mente y el cuerpo»

El albergue abre sus puertas a las tres de la tarde. Detalles como la limonada de bienvenida que ofrecen a los recién llegados comienzan a marcar la impronta de cariño que imprimen. Luego les llevan a los aposentos. «Humildes, pero donde nos esmeramos por una puesta a punto en el que la limpieza es esencial», resaltan ambas. En esta acogida les informan de los diferentes actos a los que pueden sumarse de forma voluntaria. Como la oración de las seis de la tarde. O la eucaristía y posterior bendición de los peregrinos, otro momento mágico. A las ocho de la tarde, el imponente claustro renacentista acoge el encuentro, bautizado por ellas como 'crossway' (cruce de caminos). «Consiste en un encuentro animado por música motivadora, no necesariamente religiosa, para compartir las experiencias del camino. Se viven experiencias muy profundas, con peregrinos a los que, más que la mochila, le pesan muchas realidades de la vida».

Es en torno a esta torre de babel, con gentes llegadas de los cinco continentes, cada cual con sus creencias, incluso ateos, donde se vive uno de los momentos más enriquecedores. El momento de la cena también está lleno de encanto. Las hermanas preparan un primer plato muy sencillo, con verduras de su propia huerta, apto para veganos. «A los peregrinos les invitamos a que traigan algo para compartir como segundo plato. Hay gente que es muy generosa y trae mucho, otros traen poquito, pero entre lo poquito de cada uno hacen mucho. Es como la multiplicación de los panes».

Continúa el viaje

A las diez y media de la noche llega el momento de cerrar las puertas y el silencio se adueña del convento. La calma dura apenas ocho horas. Los más madrugadores se ponen en marcha a las seis y media de la mañana, para evitar la caminata durante las horas de más sol. De siete a siete y media es la hora punta. Las hermanas ofrecen un café y una pieza de repostería casera a los peregrinos en una bandeja individual, herencia de la etapa de la pandemia. Luego llega el momento del adiós, en el que notan la gratitud en los ojos de sus huéspedes. El sentimiento es mutuo. «El peregrino nos enseña la capacidad de renuncia, de fortalecer la mente y el cuerpo, la fuerza de voluntad», destacan.

Entre miles de historias, aún les estremece la del amor de un joven que llegó con su novia paralizada por un accidente. «Ver cómo la cogía en brazos. Le llevaba muchísimo tiempo asearla, vestirla, preparar la silla. Todo con muchísimo cariño. Ella tenía una mirada triste. Él era puro amor, gratitud», detallan. «Esos testimonios nos ayudan a tener más fe, a saber que lo que nosotras damos es poco, porque hay gente que da más. Aprendes muchísimo». «Somos en la medida que nos relacionamos con el otro, nos aceptamos y nos queremos. Por eso lo hacemos convencidas. Como conocemos cuáles son sus motivaciones y sus aprendizajes, nos motiva a seguir haciéndolo, desarrollando la fe con valores humanos y religiosos».

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