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«Nació en la pala del anzuelo». De esta forma tan gráfica resume un compañero de profesión y amigo de la infancia a Juan Carlos Lirón Talledo, Calo, laredano de 51 años de edad, que falleció el jueves tras sufrir un accidente mientras participaba en ... la costera del bocarte como tripulante del Nuevo Panelo Villa.
Su muerte ha causado una gran conmoción en la villa pejina, donde todo el mundo es capaz de trazar algún tipo de vínculo con él o, en su defecto, con su familia, capitaneada en la actualidad por su madre Chelito, y con sus otros pilares asentados en sus dos hermanos mayores: Bruno -también pescador como Calo, enrolado en el Madre Lucía- y Jose -al frente desde hace décadas de las planchas del mítico Piculín de la Puebla Vieja laredana-.
La noticia del accidente sobresaltó desde primera hora del jueves a un pueblo que regresó a las aciagas jornadas en las que una desgracia acaecida en la mar pone contra las cuerdas el carácter tradicionalmente vital y alegre de las gentes pejinas.
Ninguno de ellos tenía agendado asistir ayer viernes a un funeral en la iglesia parroquial de Santa María de la Asunción. Pero quienes pudieron sortear tareas y compromisos ineludibles, allí acudieron para dar su último adiós a una persona a la que el término 'lobo de mar' le encajaba a la perfección. En el caso de los tripulantes de los barcos laredanos, lo hicieron sin haber podido dar una pequeña cabezada para recuperarse del cansancio acumulado. Tras faenar desde la medianoche y durante toda la madrugada, sólo tuvieron tiempo de llegar a puerto, descargar las capturas y rematar las labores de preparación de los pertrechos para la semana venidera. Tocaba decir adiós a uno de los suyos.
Entre los asistentes, el propio consejero de Pesca, Guillermo Blanco, el Patrón Mayor de la Cofradía San Martín, César Nates, y una nutrida representación de armadores, patrones y tripulantes pejinos. En los corrillos previos se palpaba la tristeza de quienes lamentaban una racha siniestra entre las gentes de la mar.
«Ha nacido en el puerto, se ha criado en el puerto y ha muerto en la mar», describe una de las muchas personas que se precian de haber disfrutado de su amistad. «Era un nadador de pulmón, de apnea, aguantaba una barbaridad bajo el agua, un buzo excepcional», apunta como otra de sus cualidades. Una destreza que adquirió desde muy joven, en inmersiones que compartía con los miembros de su cuadrilla.
Una de las estampas más recurrentes en el recuerdo de sus amigos le sitúan saltando desde la punta del viejo muro, la de la Cruz Roja. Zambullidas que muchas veces se saldaban con la captura de algún pulpo a modo de trofeo. «Siempre estaba en el puerto. Le encantaba nadar y bucear», insisten aún incrédulos ante lo acontecido, como si acabaran de verle escabullirse bajo la mar y estuviera a punto de emerger en cualquier momento.
Al igual que muchos laredanos nacidos entre los 60 y los 80, pasó por el club de remo en una práctica deportiva que extendió a casi todos los deportes náuticos, por los que sentía gran devoción.
Calo también formó parte de la tripulación original con la que echó andar el Taller Moowan allá por 1985. Una iniciativa pionera, adelantada a su tiempo, en la que los jóvenes adquirieron destrezas para desarrollar su creatividad y potencial artístico, canalizando de una manera productiva la inherente rebeldía de la adolescencia. Aquella etapa le sirvió para estrechar los lazos con pejinos de su generación.
A nivel profesional, se enroló en sus años mozos en el Madre Juanita, de los de madera, arraigando un vínculo con los Toninos, antes de pasar por otras tripulaciones y recalar en el Nuevo Panelo Villa, junto a su inseparable amigo Félix.
Pocos secretos guardaba para él un oficio, el de pescador, que ejerció pasando tanto por los barcos de cerco como por los pesqueros artesanales, con una habilidad innata para desenvolverse en cubierta como si el medio marino fuese la prolongación natural de su hábitat.
Por si tuviera poco con la temporada de pesca, cuando le tocaba estar en tierra era un entusiasta de la pesca a caña a pie de muelle. Como dice alguno de los asiduos a esta 'costera del asfalto', «Calo pescaba donde el resto éramos incapaces. Y encima no tenía ningún problema en contarte con pelos y señales la zona y la forma con la que lo había pescado. Pero luego ibas tú y no había manera», cuenta uno de los que trabó amistad con él entre largada y largada de anzuelos, que vio pasar ante sus ojos lubinas, jibiones, mojarras o lo que terciara.
En los periodos donde no estuvo embarcado, mantuvo intacto ese estrecho vínculo con el mar. Durante un tiempo fue contratado por mayoristas para ayudar con la carga de la pesca recién subastada en los camiones de fresco que acudían a la lonja. También trabajó durante las obras de construcción del actual nuevo puerto pejino, en la primera década del presente siglo.
Todo ello antes de volver a embarcarse y surcar una mar en la que se sentía como pez en el agua. Una persona bromista y risueña, que envolvía ese carácter en maneras algo rudas, que podrían resultar chocantes a quien no le conociera. Su característica forma de saludar a grito limpio a quienes identificaba como los de su clan, los de su cuerda, los de su sangre, era su particular marca de la casa. Una voz que desde ayer se echa de menos en un Laredo que aún trata de digerir este nuevo zarpazo asestado a sus gentes de la mar.
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