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Nunca había cogido un avión. Ni se había alojado en un hotel de cuatro estrellas. Ni conocía Palma de Mallorca. Las tres metas las cumplió ... el pasado viernes Adán Vizarraga. Pero no como un sueño. Sino como una pesadilla. Porque este joven cántabro de 29 años, que se gana la vida recogiendo chatarra, acudió a la capital balear para sentarse en el banquillo de los acusados. Sobre él pesaba una petición de cuatro años de cárcel y una multa de 103.000 euros. Esta es la cantidad que le reclamaba la Empresa Municipal de Aguas (Emaya) por figurar como titular de una cuenta a la que supuestamente se desviaron dos pagos a un proveedor. Las transacciones resultaron ser un fraude. Y Adán tenía todos los boletos para ser declarado culpable ya que la cuenta bancaria se registró con su DNI.
«Me veía en la cárcel para toda la vida y se me venía el mundo encima», explica al recordar el calvario vivido durante el último año y medio. Su odisea empezó antes, en febrero de 2020, cuando le sustrajeron la documentación en Laredo. Allí vivía de okupa con su mujer, Yaiza, y su hijo, Adolfo, de ocho años, en una vivienda situada en la calle Emperador. Ambos, y el retoño que está en camino, fueron la razón para no rendirse.
«Yo estoy bien enseñado. Y asumo las responsabilidades de lo que haya hecho. Pero nunca voy a admitir que me castiguen por algo que no he cometido», se explica con vehemencia. Porque una cosa es que Adán dejase prematuramente los estudios para ayudar en el oficio de chatarrero a su padre. Y otra es que no atesore títulos suficientes en la universidad de la vida; donde tiene claro que «el que la hace la paga», pero también que nadie tiene que pasar por la tortura de cargar con una condena si es inocente.
Adan Vizarraga
Chatarrero
Hace año y medio le notificaron en su actual domicilio en Entrambasaguas la denuncia interpuesta en su contra en Palma de Mallorca. Su cabeza se volvió un torbellino cuando le explicaron los hechos y la cuantía reclamada. «Como no tengo dinero, tendría que pagar la deuda con cárcel. Ni en tres vidas me da para devolver en días de prisión esos 103.000 euros», reconoce.
Los abogados que le asignaron de oficio fueron como una maldición. «Me decían que los cuatro años de cárcel estaban asegurados, que de esta no me libraba». Una sentencia prematura contra la que se rebeló a su manera, buscando referencias de buenos abogados. Hasta que dio con Joan Capó. «Un ángel», refiere Adán, que no se cansa de darle las gracias. «A él y al Señor», porque, como buen creyente, este gitano evangelista se puso en manos de su fe. Incluso promovió una cadena de oraciones en un foro especializado, al que se sumaron más de quinientos fieles. Con una única petición. «Que la verdad saliera a la luz».
Los rezos se prolongaron hasta en la sede judicial. Antes hubo de superar los recelos a viajar a la isla. «No me dejaron declarar por videoconferencia y yo me temía que me quisieran apresar». Su abogado le convenció de que, incluso aunque la sentencia fuese condenatoria, aún podría regresar a Cantabria antes de entrar en prisión.
Eso sí. Entre viaje y estancia en el hotel de cuatro estrellas, único disponible en aquellas fechas, se dejó otros mil euros a sumar a los honorarios de su letrado, «que se ha portado de maravilla conmigo, es un hombre de gran corazón», insiste mientras se deshace en elogios.
Lo que sucedió en el juicio nunca lo olvidará. «Allí estaban las juezas, una fiscal, otro fiscal y mi abogado». También había representantes de la empresa pública estafada. Y un Adán que tuvo que controlar ese duende que le culebrea y le hace ser un manojo de nervios cuando se explica.
Pese a que pruebas de última hora apuntaban a otros autores, la inocencia de Adán aún estaba en entredicho. Le dieron un último turno. «Les dije que tenía un niño de ocho años en casa y una mujer embarazada de seis meses y medio. Que me iban a hacer mucho daño. Que había estado orando a Dios para que les iluminase, les crease una duda y saliese la verdad a la luz». Y entonces les escuchó deliberar. Todas las partes se mostraron favorables a retirar los cargos. «¿Has entendido esto?», le preguntaron. «¿Me habéis absuelto? ¿Todavía existe de verdad la Justicia?», respondió. Y rompió a llorar. De vuelta a casa su intención es dar a conocer los hechos, para que las personas sean vigilantes de a quién entregan sus datos. «No quiero que nadie viva esto que he vivido yo. He sufrido mucho».
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Ana del Castillo
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