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irene bajo
Sábado, 30 de diciembre 2017, 08:44
Pasear frente a la iglesia de Colindres no volverá a ser lo mismo. Se hará raro y triste no ir comprar el periódico a la salida del templo, al hacer los recados o después de tomar primer café del día en uno de los bares ... del pueblo y que Mari te reciba detrás del mostrador con su calurosa sonrisa, dibujada de manera perenne en su rostro. Los niños echarán de menos ese chupa chups o ese regaliz que ella y su madre siempre les regalaban cuando pasaban por el quiosco.
Ahora los vecinos la verán paseando por el pueblo, disfrutando del tiempo de ocio con su cuadrilla de amigos y participando activamente en las fiestas y eventos que se organizan en Colindres con su peña San Juan.
Regalos Ana Mari echa el cierre. Tres generaciones de las mujeres de la familia han regentado el negocio, que ha sido el primer quiosco de Colindres «de cuando empezó el periódico, llevamos vendiendo la prensa cien años». Sagrario, abuela de Mari y decana en el reparto de la prensa en el municipio, se subía al carro tirado por su burra –de nombre Paula– con esa tenacidad que imprime en el carácter saber de verdad lo que pasar hambre o una guerra. Subía y se apeaba del carro para repartir la prensa, «teniendo una pata de palo», apunta Mari, que alguna vez acompañó a su abuela para aprender el negocio.
Allí se encontraba con Paco Bárcena -de la librería Bárcena- «que también llevaba toda la vida y que ya quitó la tienda en Laredo», recuerda Mari. «Íbamos a coger los periódicos a la estación, era yo una niña, y allí nos tropezábamos». Los dos muchachos esperaban puntuales la llegada del tren con los periódicos, charlando hasta que aparecía el convoy con los diarios.
Aún conserva una foto antigua de su abuela en el carro entregando un periódico a un vecino, tomada en la estación de tren de Treto, donde recogían los periódicos para después repartirlos. «La prensa de Madrid llegaba con un día de retraso», recuerda nostálgica. Desde la estación hasta lo que es ahora Mercadona, «todo eso lo repartía mi abuela con el carro, la Paula y una pata de palo», cuenta Mari divertida haciendo reír a algunos clientes que entran en el quiosco preguntado por el Candelario.
Más le valió aprender, y no solo porque iba a ser su sustento, sino porque con once años, antes de ir a la escuela, cogía su bicicleta «y a Femsa a repartir los periódicos». En ésta época ya era su madre, Ana Mari, la que llevaba las riendas del negocio familiar. Como curiosidad, Mari se llama en realidad María Sagrario –como su abuela–, pero como le puso al quiosco el nombre de su madre, todo el pueblo piensa que se llama Ana María «y algunos me felicitan en Santa Ana». Ella es ‘Mari, la de los periódicos’ y a sus 66 primaveras se jubila con una sensación agridulce en el alma por cerrar el negocio de las mujeres de la familia, pero con el cariño que le demuestra todo un pueblo. A finales de septiembre, bajo la complicidad de sus amigos y su familia, que guardaron el secreto para sorprenderla, el Ayuntamiento le entregó la Medalla de la Policía Local en reconocimiento a su colaboración con este cuerpo. Reconoce que pasó vergüenza pero se queda con el aprecio que le dan los vecinos y también los foráneos que pasan las vacaciones o puentes en la zona.
Ha vivido el desarrollo de la prensa regional y nacional. «Al principio se vendían cuatro periódicos, y eso que ya es distinto, que ha bajado». Antes «se vendían 140 Marcas porque la juventud los compraba, pero ahora ya no, ahora 40 y yo soy de las que vendo 200 periódicos diarios». Desde su pequeño local ha visto construir la iglesia del Carmen y ha auxiliado en algún accidente –el negocio se encuentra en la carretera nacional N-634–. Y es que se trata de un negocio «muy esclavo» y Mari está allí «todos los días del año», pero «lo bueno que tengo es que vengo muy contenta, nunca he venido de mala uva», y como ella, su madre y su abuela.
El quiosco de Ana Mari es uno de esos negocios de siempre que han formado parte de la vida de los vecinos y de la historia del municipio. Uno de sus clientes recuerda que hace años al salir de la iglesia, la ruta oficial era «el quiosco de Ana Mari y al Cuqui a tomar el blanco», que era un bar que había junto a al tienda. «son cosas que se pierden porque cambian los tiempos y te reconcome las entrañas», recuerda este vecino. Queda, eso sí, en la memoria y en el corazón de muchos, y aunque los colindreses echarán de menos el saludo alegre de Mari al ir a comprar el periódico, siempre podrán recibirlo cuando les reparta, sonriente como siempre, una ración de cocido montañés en las fiestas de San Juan.
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