Radiografía al último siglo de la iglesia de Santa María de la Asunción de Laredo

Un cuarto de siglo lleva el guía de patrimonio Fernando Baylet recopilando antiguas imágenes de la iglesia Santa María de la Asunción de Laredo. Gracias a su perseverancia ha conseguido documentar gráficamente la transformación radical del templo desde los años 20 del siglo pasado hasta la actualidad. Cada fotografía arroja luz sobre unas décadas caracterizadas por la oscuridad y el tenebrismo que el concilio Vaticano puso en jaque. Una cita con el ayer más inmediato y casi sepultado en el olvido que desde esta tarde y hasta el próximo día 30 convoca a todos los amantes de la historia y la tradición en la planta baja del antiguo Ayuntamiento.

Sesenta instantáneas le han bastado a Baylet para conformar una colección que impacta en el espectador por el profundo contraste de los cambios acontecidos en los últimos cien años. Todo partió de esa insaciable curiosidad que arrastra consigo desde que en 1999 recaló por primera vez en el templo laredano para ponerse al servicio de los visitantes. Dicen quienes mejor le conocen que allí surgió un idilio entre el divulgador y unas piedras ávidas de gritar a los cuatro vientos su historia.

Quiso el azar que en pleno flechazo alguien mentase a Fernando la antigua disposición del coro. Aquella revelación desencadenó una interminable secuencia de preguntas que sólo hallaron respuesta a base de mucha investigación. La imprescindible colaboración de quienes disponían entre sus pertenencias de estos pequeños tesoros inmortalizados en cloruro de plata sirvió para descifrar los enigmas.

El itinerario sugerido arranca en el exterior del edificio, para admirar los cambios en sus cerramientos, en el adorno de su portalada principal, o en la propia configuración de los accesos. Los vetustos enrejados, las antiguas puertas o el adorno del tímpano del pórtico principal, donde se adivinan inscripciones ilegibles, servían de antesala a un templo en el que la luz natural estaba proscrita. Por si fuera poco, el ya mencionado coro barroco contribuía a agudizar la sensación de claustrofobia. Lo mismo que las distintas capillas que, en aquella primera mitad del siglo XX, remarcaban el carácter privado de las estancias.

El desconcierto asoma por doquier. El paso interior hacia el cementerio estaba taponado por el altar de La Milagrosa. La puerta actual a la sacristía estaba condenada tras la capilla de los Dolores. Y la nave central, hoy de La Asunción, tenía un imponente retablo barroco presidido por Santiago Apóstol al galope.

La muestra está salpicada de otros detalles no menos deliciosos. Como los relativos al valioso retablo flamenco de la Virgen de Belén, sembrados de hallazgos inéditos. O la serie dedicada a La Soledad. Sobre ella versa la única fotografía que lleva el sello de Baylet y que la inmortaliza con esa expresión doliente que sirve de nexo entre el presente y ese ayer acechado por tinieblas.

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