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Mientras media Cantabria zarandea a la otra mitad tratando de arrebatarse votos que desdigan a los encuestadores, hay un enclave en esta tierra infinita donde ... la democracia es perfecta. Es lo que tienen los paraísos, que la belleza hace la vida más amable. Tresviso es como la aldea gala de Uderzo, pero sin enemigos dentro o fuera. Allí vive Santa López Sánchez, concejala del PRC. Lo bueno de tener una densidad de cuatro habitantes por kilómetro cuadrado es que ni queriendo se discute. Y Santa no riñe con los hermanos Campo Campo, que tienen la mayoría absoluta. ¡Ah! Se me olvida anteceder que el Pleno lo forman los tres, así que «no perdemos el tiempo. Cuando hay algo, nos llamamos y decidimos una solución sentados en una mesa tomando un café o acodados en la barra del bar. No hay mejor concejo abierto».
Quizás sería conveniente organizar un máster sobre entendimiento político en esta localidad de medio centenar de vecinos, donde la mesa electoral se cierra cuando ellos mismos lo deciden. Toque de pito, y a votar, que no hay que perder el tiempo, que hay mucho que hacer en el campo, en la cuadra y en las queserías y muchos turistas que atender. «Nos llevamos perfectamente», se apresura Santa a precisar, «porque a los tres nos interesa nuestro pueblo y en eso no hay discusión».
Esta mujer de 49 años, hecha a sí misma, perito en superar dificultades, decidió 'subir' a la casa familiar de Tresviso y arreglarla, pero «ya que, ya que...» terminaron ella y Nacho, su pareja, rehaciendo el hogar que construyó hace más de un siglo el tío Pablo -su bisabuelo- y donde los abuelos Manuel y Oliva siguieron la vida, donde Santa nació y que ahora ha convertido en una casa rural en honor al tío Pablo. Primero un fin de semana, luego otro, y al final, todos los días en este pueblo al que la tresvisana, dice, quiere con toda su alma.
Sabe, porque se lo cuentan los mayores, que cuando ella nació, en esa misma casa, corrió el anís sin precaución para celebrar en nacimiento de Santa, a la que pusieron el nombre del día. «Siempre oí contar que los hombres se juntaban alrededor de la botella de anís, esperando el alumbramiento, mientras las mujeres se encerraban en la habitación con la parturienta», así que al salir con la niña en brazos, los hombrones no estaban para mucho.
'Bajó' a vivir, con dos o tres años, a Herrera de Camargo, «el lugar que guarda los mejores recuerdos y años de mi vida». Chavaleando en los institutos de Muriedas, Revilla y Santander pasó la adolescencia de Santa, madre joven a los 19 años, que se echó la vida real a la espalda -dicen quienes la conocen bien- con la responsabilidad y seriedad de un adulto. Trabajó 14 años en Fotos Ansola, en Santander, y antes, fue cajera en el Carrefour, sin dejar los estudios, cuidando y criando a Jesús, su primer hijo -ahora con 30 años- y creando, después, su pequeña correduría de seguros. La Universidad, sus estudios de Empresas, quedaron aparcados porque no podía costearlo todo.
Ahora vive en esta particular Arcadia donde trabaja y cría a Nacho, un niño de seis años que sabe lo que es despertar por la mañana tocado casi el cielo, a 907 metros de altitud, y a quien no hay que preguntarle si le gusta la nieve porque es su compañera inseparable. Santa desdice aquello de que «pueblo pequeño, infierno grande»; eso lo deja para quienes se enzarzan «imponiendo a los demás su forma de pensar en política, religión o fútbol». En Tresviso miran por ellos mismos, que bastantes aislados están.
Contenta de que el CIS le dé a los regionalistas excelentes resultados, cree que «hay que seguir trabajando cada día sin mirar las encuestas» y piensa que el PRC «está recibiendo los réditos de no haber hecho nunca una política frentista, de no haber utilizado ni malas palabras ni malos modos, porque no se ha embarrado en luchas tremendas, ni en insultos, ni amenazas. Siempre supimos que el tiempo nos pondría en nuestro sitio. Podemos estar orgullosos de ser un referente cuando quienes dominaban en política se hunden». ¿El secreto? «Ser gente normal».
A Santa le preocupa que los tresvisanos estén 'perfectamente' situados en lo que se ha dado en llamar 'la España vacía'. «¿Cómo no lo vamos a ser si vivimos aislados durante seis meses, rodeados de nieve? Y nos hacemos mayores, y enfermamos y los chicos tienen que estudiar, como todo el mundo, así que la gente, cuando se va haciendo mayor, se va 'bajando' para tener más cerca quien les cuide».
Le encanta reconocerse y reconocer a sus vecinos como «los gladiadores de los Picos de Europa» donde las adversidades climatológicas y el aislamiento les han hecho «más luchadores que quienes todo lo tienen más fácil», pero sabe que la recompensa está en vivir en la única población clavada en un hoyo al abrigo de paredes de piedra caliza, tan cerca de los asturianos que si alargan la mano se tocan, pero más cántabros que el rabel.
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Ana del Castillo
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