![«Este monasterio es un lugar para sentir»](https://s1.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202007/18/media/cortadas/1234-kCy--1248x770@Diario%20Montanes.jpg)
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Pedro Álvarez
Santo Toribio
Jueves, 23 de julio 2020, 16:15
Patxi Vergara (Vitoria), Mikel Santiago (Vitoria) e Israel Bonilla (Madrid) son tres franciscanos que se han incorporado al monasterio de Santo Toribio para ayudar en la acogida de peregrinos durante estos meses de verano, que es cuando la afluencia día a día ... se incrementa. En el caso de Patxi, lleva en el monasterio desde inicios del confinamiento, supliendo a un franciscano enfermo.
Patxi Vergara (58 años) es sacerdote franciscano y llegó al monasterio en el mes de marzo, «cuando se inició el confinamiento, ya que uno de los tres frailes que viven en el monasterio se operaba y vine a sustituirle. Otros años suelo venir al monasterio durante el mes de julio. Aquí, tenemos asignada la función de la acogida a los peregrinos, que es lo que hacen habitualmente los frailes que viven en Santo Toribio».
En cuanto a cómo se desarrolla una jornada normal en el monasterio, Patxi, manifiesta que «la vida en el monasterio, el día a día, es muy sencillo. Tenemos a primera hora de la mañana, a las 08.00 horas, la oración comunitaria y nos juntamos para las laudes, y media hora después vamos a desayunar, y concluido éste desayuno, cada uno de nosotros realiza sus labores, hasta las 11.45 horas, que nos preparamos para la Misa del Peregrino de las 12.00 horas. Concluida la misa, hacemos el acto de explicación de la historia del monasterio y del Lignum Crucis, y la bendición con la Cruz. Antes de la comida, en un rato libre solemos dar un paseo hasta la ermita de San Miguel y a las 13.30 horas nos sentamos a comer. Por la tarde, a las 16.00 horas, volvemos de nuevo a abrir la iglesia a los peregrinos y hasta las 19.00 horas estamos atendiendo a la gente que llega al monasterio, incluyendo esa explicación y bendición con la Cruz a las 17.30 horas. A las 17.45 horas, tenemos la oración, hasta las 20.30 horas, que es cuando cenamos. Un nuevo paseo hasta San Miguel, es la última actividad antes de concluir el día. Además, durante la semana, atendemos parroquias, principalmente, en el valle de Bedoya y en el municipio de Camaleño».
Con motivo de la pandemia, recuerda que «ahora se hace el acto de veneración de la Cruz, y se recorre en procesión la iglesia con la Reliquia, pero no se da a besar a los peregrinos que llegan. Luego, la colocamos en el Camarín sobre el altar, en la peana, para que la gente la pueda contemplar más de cerca, guardando la distancia de seguridad».
Durante el confinamiento, reconoce que «la soledad de este lugar la alteraba la lluvia y el discurrir del agua. Era como una contradicción con lo que estaba ocurriendo. Estábamos todos confinados y sin embargo la naturaleza del exterior se mostraba exultante. Todos los días el Padre Juan Manuel, superior del monasterio, salía después del desayuno con la Reliquia del Lignum Crucis a la plaza de la iglesia, a bendecir con ella al pueblo, deseando acabase pronto la pandemia».
Patxi es consciente de que «al monasterio llega todo tipo de gente, pero, como creyentes, creo que a la gente la presencia de la Reliquia le estremece, se recoge, porque se encuentran ante el signo de la Cruz y saben que ha habido un Dios que se ha entregado por mí. La fuerza que tiene la Cruz es impresionante». Cree que «este monasterio encerrado entre montañas es como un 'joyerito', porque es un lugar muy especial y hay una carga de 1200 años que lleva aquí la Reliquia, y de ser uno de los lugares más antiguos de vida religiosa de la Península. Hay una fuerza natural de los Picos de Europa muy especial, y aquí el entorno transmite mucho, por la importancia que ha tenido y sigue teniendo, a través de los siglos de historia que le contemplan. No cabe duda de que «el motivo central de esta casa es la Cruz y todo gira en torno a ella. Yo no creo en las casualidades, sino en las diosicidades y que esté todo tan arropado, tan conjuntado no es casualidad. La Cruz, la piedra, los montes de alrededor, transmiten esa fuerza especial y única. Es un lugar para estar y a la vez para sentir. La tarde aquí es especial si te sientas a reflexionar, por la frescura de la iglesia, la música gregoriana de fondo, la penumbra de la luz, la Cruz enfrente, y se convierte en uno de los mejores momentos del día».
El franciscano agrega que «al vernos vestidos la gente con el hábito de franciscanos se sorprenden y creo que se les han caído muchos mitos. Es una oportunidad de acercamiento enorme hacia la gente, que te cuenta en muchas ocasiones sus problemas, y les recordamos que la vida, además de las ocho horas de trabajo, tiene muchas cosas también muy importantes y a tener en cuenta, porque tenemos que tener claro que la Cruz y el monasterio de Santo Toribio es un lugar de encuentro con el Señor de la Cruz y con nosotros, que aquí representamos a la iglesia».
Finalmente, recuerda con respecto a cómo se inició su vocación sacerdotal, que «a los 24 años después de hacer la mili, había una insatisfacción en mi vida. Nada de lo que hacía me llenaba. Tuve un director espiritual para vivir mi vida cristiana, y apareció la opción de Jesús como una opción personal, y me enganché por mi insatisfacción con todo lo que me rodeaba, y por mi necesidad de pertenecer a alguien incondicionalmente. Entré en el convento de La Aguilera, en Burgos y luego estuve dos años en Bilbao. Acabé Teología en Vitoria y he estado 18 años en la República Dominicana. Regresé de allí hace 10 años y ahora estoy en Vitoria, porque tengo a mi madre muy mayor en Pamplona, y así la tengo más cerca para poder visitarla».
Israel Bonilla (39 años) realizó el año pasado el noviciado en Italia «y el curso pasado me incorporé a la fraternidad del estudiantado, a la carrera de Teología. Yo había hecho la carrera de Historia. Ahora, somos franciscanos de votos temporales y cada año renovamos la profesión perpetua, y debemos hacer unos estudios de Teología y de Filosofía, que es lo que estamos haciendo».
Respecto a su vocación sacerdotal, reconoce que «soy originario de Madrid y he estado vinculado a una parroquia diocesana del barrio. Siempre he sentido un algo especial, ya que me comprometí con la parroquia, fui catequista, monitor, ayudé en Cáritas, pero por otro lado quería seguir estudiando, tener mi novia, mi trabajo, y fue a raíz de la Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid, en el año 2011, cuando tuve ya un encuentro fuerte con el Señor, y sentí que debía de poner un poco de orden en mi vida. Empecé un acompañamiento espiritual con un sacerdote diocesano durante dos años, pero no con un interés vocacional, pero aquí surgió la pregunta de por qué no entregar más mi vida a mi Señor. Fue cuando leí un libro de San Francisco de Asís, que fue 'Sabiduría de un pobre'. Me puse en contacto con los frailes de la pastoral juvenil, con convivencias vocacionales; luego en Ávila con frailes, y vi que ese era mi camino».
Es la primera vez que está en el monasterio de Santo Toribio y reconoce que «quedé impactado al contemplar la Reliquia. El lugar, ya de por sí te invita a estar en una actitud de recogimiento. Esta vivencia personal para mí es como hacer unos ejercicios espirituales de un mes, porque todos los días tienes la posibilidad de venerar, de contemplar la Reliquia y de poder revivir la Pasión y Resurrección de Cristo. Pienso que hay que ver la Reliquia como un medio, no como algo mágico, sino que me lleva a algo más importante, que es esa relación personal que uno debe de cuidar con el Señor, como cualquier otra vocación. Para mí está siendo una experiencia bastante gratificante a nivel de fe y de experiencia personal, ya que, al poder acoger a los peregrinos, las personas nos hablan de sus experiencias de vida y de fe y la gente».
Por su parte, Mikel Santiago (46 años) destaca que «el monasterio es un lugar muy especial, donde se siente la presencia de Dios de una forma más profunda, más directa, que en otros muchos sitios. La propia iglesia y el paisaje que la rodea te lleva a ello, y el hecho de que el Lignum Crucis sea la Cruz donde estuvo crucificado Cristo, te lleva a esa relación especial que los cristianos tenemos con Jesús».
Mikel había sido seminarista franciscano de niño. «Entre los 12 y 14 años estuve en Arantzazu, que es donde se encuentran los franciscanos en Guipúzcoa, y luego en Vizcaya otros 4 años cerca de Guernica, en Forua, hasta los 18 años. Inicié la carrera de Derecho. Tenía dificultades en el trabajo y regresé de nuevo a asistir a misa a Arantzazu y comencé en Vitoria a buscar donde podía haber algún tema franciscano, y el nexo de unión fue un taller sobre el Antiguo Testamento que se hacía en el convento de los franciscanos de Vitoria. Cada día tenía una mayor relación con los frailes del convento. Entonces, tenía 40 años y me planteé si tenía sentido ir hacia delante con esa vocación tardía y di el paso».
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