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Las presencias de La Hermida
Leyendas de aquí ·
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Leyendas de aquí ·
Reabierto en 2006, el balneario tiene otro atractivo al margen de sus aguas: desde hace algún tiempo ocurren cosasEn el Balneario de La Hermida pasan cosas raras. O al menos eso dicen. Lo ha llegado a contar incluso algún empleado y entre los visitantes es ya es la comidilla. Un aliciente más para visitarlo, como si las aguas termales, las instalaciones y, por supuesto, Liébana no fueran por sí solas reclamos más que suficientes.
Muchas veces estas historias se cuentan como algo que le ocurrió a otro; casi nunca en primera persona, pero sin dudar ni por un momento sobre lo fidedigno del testimonio. Pero en este caso con personas que aseguraban haberlos visto en primera persona e incluso, en algunas casos, dispuestas a dar su nombre y a mostrar su cara. Más allá de la historias de fantasmas tan propias de la zona y de la antigüedad de un edificio de vida azarosa, aunque sin ningún crimen en su interior, para que a nadie se le ericen los vellos, la leyenda urbana de que en La Hermida hay presencias y ocurren cosas raras está muy extendida en la zona. Y entre los trabajadores.
Historia le sobra al balneario, aunque se pasara más de la mitad del siglo XX inactivo, lastrado, como ocurrió por tantos proyectos, por la Guerra Civil, que interrumpió al principio y cercenó después el proyecto de ampliación y desarrollo que ya se había puesto en marcha.
Tradicionalmente se conocía y manantial y se recomendaban baños medicinales en el angosto espacio en el que era posible, y el primer edificio destinado a su explotación y a facilitar los baños data de 1842. Poco a poco el complejo se fue consolidando y pasó de unas manos privadas a otras mientras se ampliaban las instalaciones e infraestructuras. Incluso llegó a ponerse en marcha un negocio de embotellamiento y venta de agua mineral.
Así se llegó a 1934, cuando en plena República comenzó una nueva ampliación cuya finalización estaba prevista para 1936, pero el estallido de la Guerra Civil, durante la que el edificio tuvo un uso militar, interrumpió su historia. Una vez terminada la guerra, el balneario sirvió como hospital y en 1941 alojó temporalmente a víctimas del incendio de Santander que habían perdido sus casas, pero la mayo parte del tiempo el edificio permaneció sin uso y condenado a un paulatino deterioro que se extendió hasta finales del sigloXX, cuando al fin se volvió a mostrar interés por él, aunque no fue hasta el XXI cuando se recuperó la actividad.
A finales de los ochenta, un grupo de empresarios compró el edificio pero no fue hasta que en 1995 salió a concurso la explotación del balneario cuando de verdad se pudo revitalizar la zona al desaparecer el último escollo legal. En 2003, tras un nuevo cambio de propiedad, comenzaron las obras de restauración y ampliación que permitieron reabrir el balneario en 2006. Desde entonces ha vuelto a funcionan de modo ininterrumpido.
El caso es que dicen que se advierten presencias. Ni una, ni dos ni tres; unas cuantas. Y que no tienen nada que ver entre ellas. Presencias de antiguos huéspedes del balneario, como parece atestiguar su anacrónica forma de vestir. Anacrónicas en esta dimensión, claro. Pruebas ninguna, pero la historia corrió en pocos años como pólvora prendida. Unas presencias que por otra parte no se describen como amenazadoras o inquietantes, más allá de lo que lo sea por naturaleza cualquier fenómeno de este tipo.
El caso es que unos cuantos empleados aseguraron en diferentes momentos haber visto pasar sombras, siluetas o personas que no deberían estar. Figuras que aparecen y desaparecen.Personas vestidas de época y que de pronto desaparecían. Incluso se lo llegaron a contar a las cámaras de Cuarto Milenio, a un equipo coordinado por el también cántabro Diego Marañón. Incluso un médium hablaba de diferentes presencias péndulo en mano, pero eso es ya harina de otro costal. De lo esotérico a la leyenda urbana hay una difusa líneas que en ocasiones se atraviesa con mucha facilidad.
El caso es que empleados y empleadas hablaron, en algunos casos a cara descubierta, de una leyenda que ya había nacido algo antes, como lo siguieron haciendo después a cualquier huésped curioso o curiosa que busque algo de charleta y tenga un poco más de curiosidad.
Como no hay edificio que se precie sin su fantasma, la historia ha servido de paso para hacer algo más de publicidad a un balneario que tiene así otra historia que contar un otra excusa para que se hable de él; una invitación a la visita para conocer de primera mano la historia; quién sabe si incluso vivirla, aunque eso parecen ya aguas mucho más pantanosas, y no tan cristalinas como las que han dado fama al balneario. Mucha más que sus fantasmas, al menos por el momento.
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Martin Ruiz Egaña y Javier Bienzobas (gráficos)
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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