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Pedro Álvarez
Potes
Sábado, 12 de junio 2021, 19:23
«Sentí ladrar mucho a los perros y, acto seguido, el ruido de la portilla de entrada a la corralada que da acceso a mi casa. Me levanté rápidamente de la cama y, por un agujero grande de la puerta de la vivienda, junto a ... la manilla que lleva una llave de herrero antigua, pude ver que un oso había saltado la portilla y entrado en mi corralada». Así narra Jesús Cicero, de 67 años y vecino de la localidad de Avellanedo (Pesaguero), su encuentro con un oso dentro del recinto de su propiedad.
Los hechos ocurrieron el pasado sábado, alrededor de las tres y media de la madrugada. Entre los aperos de labranza y otros utensilios, Jesús Cicero tenía junto a la puerta de su casa una garrafa con gasolina para la motosierra. «El oso, con las garras que dejó marcadas en la garrafa, abrió unos agujeros por donde se desprendió la gasolina y al caer esta sobre el suelo, se tumbó. Yo desde el agujero de la puerta le veía revolcarse por el suelo. Le voceé desde el interior de mi casa para ver si abandonaba la corralada, pero no lo conseguí», narra este vecino de Avellanedo.
Pero cuando realmente Jesús pasó miedo fue cuando el oso se acercó hasta la puerta de la vivienda en cuyo interior se encontraba observando todos los movimientos del animal. «En ese momento comenzó a rascarse haciendo fuerza contra la puerta y yo desde el interior empujaba para evitar que con su fuerza la puerta, que es antigua, pudiese ceder y pudiera abrirse». «Menos mal que ese día había echado el cerrojo, porque generalmente no lo hago. Si no lo hubiera echado, seguro que hubiese entrado al interior de la casa al apoyarse contra la puerta y poder abrirla con facilidad», cuenta Jesús recordando lo ocurrido.
Cicero vio como durante un buen rato el oso continuaba rascándose contra la puerta de entrada a la vivienda, para poco después abandonar el lugar. «Se dirigió de nuevo hacia la portilla de entrada a la corralada de casa, se subió a un banco de madera que tengo junto a la pared y, al subir a la portilla, no sé lo que hizo pero falló, y cayó al camino de forma aparatosa. Después se levantó y abandonó la casa, dirigiéndose a la calle del pueblo», recuerda con detalle. El vecino de Avellanedo, aún con el susto en el cuerpo, fue a la habitación para vestirse. «Me puse los pantalones y las playeras y al salir a la portilla ví como el oso se volvió a acercar de nuevo hasta la entrada. Regresé a casa y cogí dos petardos que me había dado Loreto, una vecina de Potes, y se los tiré. Fue entonces cuando huyó en dirección al camino que desde aquí lleva al pueblo vecino de La Parte. Y no ha vuelto».
Una 'visita' anterior
Dos días antes de ese encuentro con el oso, Jesús afirma que el animal había entrado por primera vez en la corralada de su casa. «Era de madrugada cuando oí que los perros ladraban mucho por encima de mi casa, pero entonces no lo di mucha importancia», relata el hombre, quien recuerda que «fue a las diez y cuarto de la mañana, cuando me levanté, y al salir al portal pude comprobar que en el saco de pienso que tenía para dar de comer a los pollos se veía con claridad la marca de las uñas de la zarpa que había dejado un oso». «Había tirado el saco al suelo desde el banco de madera donde yo lo había dejado. Ví que había comido algo porque estaba algo granilloso el pienso».
No es la primera vez que Jesús Cicero ve a un oso en el pueblo en que reside. «Lo he visto dos o tres veces más. Hace cuatro o cinco años, aún no me había acostado. Me asomé a la ventana de la cocina y debajo de ella tengo un grifo y un caldero con agua. Allí estaba el oso bebiendo. Hace dos años un vecino que tiene un avellanal junto a su casa también le vio comiendo avellanas, y en muchas ocasiones hemos visto sus huellas».
Después del encuentro con el animal en su propia casa, Jesús Cicero recibió la visita de los agentes del Medio Natural y de miembros de la Fundación Oso Pardo quienes comprobaron sobre el terreno los daños que había causado el animal. «Les enseñé por dónde había saltado. Recogieron muestras de pelo y vieron como efectivamente las marcas de las garras permanecían en el saco del pienso, así como en la garrafa. Después, fuimos hasta el camino que sale del pueblo y contemplamos sus huellas. Realizaron una serie de mediciones y me dijeron que era un oso que tenía una pisada de trece centímetros de anchura».
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