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Vista parcial del pueblo de Sebrango, donde sus habitantes tuvieron que dejar olvidados sus proyectos de vida tras el argayo.

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Vista parcial del pueblo de Sebrango, donde sus habitantes tuvieron que dejar olvidados sus proyectos de vida tras el argayo. Pedro Álvarez

Sebrango, el pueblo fantasma

Camaleño ·

El argayo que cambió para siempre la vida de los habitantes de la localidad lebaniega sigue latente cinco años después, un tiempo que ha transformado la fisonomía del paisaje local

Pedro Álvarez

Sebrango

Domingo, 2 de diciembre 2018, 12:27

En junio de 2013 un gran desprendimiento de tierra, lodo y piedras cambió la vida de Marcos González, de Maite Llago y del resto de vecinos que vivían apaciblemente en la pequeña localidad de Sebrango, en el municipio de Camaleño. Un argayo de gigantescas dimensiones resquebrajó para siempre el suelo y la vida del pueblo, y continúa siendo una amenaza latente. Sebrango es hoy un pueblo fantasma que visitan los curiosos y sus antiguos pobladores, además de algún joven okupa que desconoce o prefiere ignorar el peligro que le acecha. La montaña está tranquila, pero sigue teniendo hambre, dicen, por lo que «no hay que bajar la guardia», se comenta en la zona.

Marcos González vivía en el pueblo en compañía de su madre, imposibilitada, y de una de sus hermanas. Cerca de su casa se encontraba la vivienda de su vecina Maite Llago, quien después de muchos sacrificios había rehabilitado el inmueble para transformarlo en una bonita posada rural. El resto de casas de Sebrango eran segundas viviendas que se utilizaban de forma temporal por los distintos propietarios.

La noche del 14 de junio de 2013 la vida se paralizó en Sebrango y ya nada ha vuelto a ser igual. La tierra tembló y en su deslizamiento el argayo dejó a su paso casas destruidas, calles destrozadas, columnas eléctricas inclinadas por efecto de la fuerza del agua... Muchos de los caminos del pueblo quedaron inutilizados. La ermita fue desplazada más de 40 metros y hoy se reduce a un montón de piedras y maleza.

Marcos González, vecino de Sebrango, posa junto al cartel del pueblo abandonado. Pedro Álvarez

Llegamos al pueblo por la carretera de acceso desde Mogrovejo, entre fincas y arbolado. Un poco antes de alcanzar las viviendas encontramos a Marcos trabajando en una finca con una pequeña excavadora. Era uno de los tres vecinos que habitaban Sebrango el día del desastre; hoy ya no vive ahí, pero vuelve siempre que puede para trabajar la tierra. Marcos lucha hoy contra Goliat, está excavando zanjas con el propósito de retrasar la aparición de grietas en el terreno dañado por el argayo.

Tras la catástrofe, el Gobierno regional estableció sistemas para desecar el terreno, contener o desviar el agua que movía el engranaje del argayo. Sin embargo, Marcos ha observado que hay varias zonas donde se ve que el agua «no discurre bien» por los tubos del drenaje que se instalaron y hace lo que puede con sus manos.

Dejar todo atrás

El que fuera vecino del pueblo considera que «los drenajes que realizaron los especialistas están tapados con tierra compacta y el tubo no puede recoger bien el agua», aunque absorben la humedad. Por eso explica que hace zanjas con el fin de que el agua no salga a la superficie del terreno que trabaja. Tras ello, Marcos las rellena con piedras, para intentar que el agua salga en dirección a la arqueta que está junto al camino de acceso a Sebrango.

Marcos recuerda emocionado la noche que, debido a la fuerza de empuje del argayo hacia las viviendas, recibieron la orden de desalojar. «Cuando tuvimos que evacuar el pueblo tenía 18 vacas y vivía de la ganadería. Era mi trabajo y la forma de ganarme el sustento», explica. En su casa vivía junto a su madre y con una de sus hermanas. «El día que nos mandaron salir fue muy triste, porque dejábamos atrás no sólo la casa familiar, sino también, como en mi caso, la actividad profesional».

Interior de una de las casas del pueblo afectadas. Pedro Álvarez

El argayo le costó a Marcos la oscuridad vital durante una larga temporada. «Tenía una gran tristeza y me daba cuenta de que yo no era la misma persona. Bajé a vivir a Potes, a casa de mi hermana, y pasaba la mayor parte del tiempo paseando y me era difícil conciliar el sueño». Marcos dejó atrás su vida y la actividad ganadera. Tras apuntarse al paro comenzó a trabajar en contratas para el Ayuntamiento de Camaleño y, con posterioridad, para las cuadrillas de Montes. Hoy ha vuelto a su labor en el Consistorio, pero sigue amando la tierra que le dio de comer.

Ese fue el coste emocional que nadie les pagará nunca; el material tampoco fue mucho mejor. Debido a que tuvieron que abandonar sus hogares el Gobierno de Cantabria les concedió, después de un tiempo, una ayuda a los damnificados. «Fueron 200.000 euros a repartir para todos los vecinos y los que tenían casa en el pueblo», explica. En su caso recibió 56.000 euros por las propiedades que tenía junto a su familia.

Marcos González ha renunciado a regresar a su hogar, pero no lo olvida del todo pues sigue habiendo un lazo emocional que nunca se rompe. «Veo imposible ya volver a la vivienda familiar de Sebrango, porque aquí enfermas al ver cómo se está deteriorando todo y de ver cómo las zarzas y la maleza están apareciendo alrededor de las viviendas y cuadras del pueblo. No disponemos de luz ni de agua desde que nos mandaron evacuar», explica. En sus ratos libres se entretiene por allí porque mantiene algunas colmenas y también atiende la huerta o acude a desbrozar las zonas «donde está entrando la maleza».

Una «pesadilla» y un okupa

Maite Llago, otra de las vecinas que se vio gravemente afectada por el movimiento del argayo al perder la casa que iba a ser destinada a alojamiento rural, vive en la actualidad en Laredo. Durante varios años, desde que ocurrió el desprendimiento que cambió definitivamente su vida, se dedicó a luchar y defender su propiedad, así como a ayudar a otros de sus vecinos que también se veían en iguales circunstancias, como ocurrió con Marcos. Todo ello también le pasó factura a Maite y tuvo que tomar distancia. «Ahora tengo 51 años y he decidido iniciar en Laredo una vida nueva en compañía de mi familia, y olvidarme definitivamente de aquello», señala triste.

Finca donde Marcos cava las zanjas y las rellena. Pedro Álvarez

Llago ha regresado varias veces a Sebrango pero sus visitas no le sientan nada bien. «Después tengo una semana de pesadillas, ya que lo paso muy mal», reconoce.

Años después de pasar todo Maite se enteró de que «un chaval» había ocupado lo que quedaba de su vivienda rural. «Cuando he ido mi pretensión era hablar con él, porque está destrozando lo poco que queda en pie de la casa», explica. Sin embargo, en ninguna de las ocasiones en las que ha acudido ha podido encontrarlo, por lo que acabó dando parte a la Guardia Civil, «que han subido a echarle, pero en el momento que se van vuelve a la vivienda, que también presenta mayores grietas que las que tenía cuando el argayo la afectó de lleno», añade.

Respecto a las indemnizaciones que recibieron, en el caso de Maite tampoco sirvieron para cerrar las heridas abiertas. «El Gobierno de Cantabria nos dio una pequeña ayuda, pero mi vida cambió totalmente de rumbo cuando la tierra se movió en Sebrango», resume.

Sin bajar la guardia

El alcalde de Camaleño, Óscar Casares, asegura que «no se ha observado ningún movimiento más» en la zona afectada por el argayo. No obstante, desde el Ayuntamiento se llevan a cabo de forma periódica labores de mantenimiento bajo la supervisión del responsable del personal. Se limpian las zanjas y se revisa el estado de los drenajes. Casares es consciente de que el argayo de Sebrango sigue activo, «porque es un desplazamiento periódico, lo que hace que se produzcan pequeñas grietas de posicionamiento del terreno», añade.

No obstante, explica que continúan funcionando las monitorizaciones que se hacen desde el observatorio de la Peña La Cotera, situado enfrente del argayo. Por ello, en el caso de que se diese un movimiento brusco del terreno «se avisaría» con tiempo. «La carretera de acceso a Mogrovejo fue un testigo importante del movimiento del argayo en su fase más fuerte por la presencia de grietas, pero no se ha vuelto a observar nada que nos preocupe», zanjó el regidor.

En la misma línea que el alcalde de Camaleño se pronunciaba también el presidente de la Junta Vecinal de Mogrovejo –a la que pertenece la localidad de Sebrango–, Juan José Torre. «No hemos observado ningún movimiento que nos haga pensar en que el argayo se está desplazando. Desde las obras que se realizaron para recoger las fuentes internas y se encauzaron parece que se contuvo, pero como no hay que bajar la guardia seguimos contemplando periódicamente la zona afectada para ver si se produce algún cambio», señala.

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