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«¡Si lo vemos, lo cogemos!», asegura el capataz mientras sujeta con sus pinzas los restos de una colilla y un papel minúsculo y apenas perceptible. Santos Gutiérrez dirige la cuadrilla de operarios que se encarga del mantenimiento del bosque de las secuoyas de Cabezón ... de la Sal. Limpian el monumento natural, el aparcamiento disuasorio y las rutas aledañas todos los lunes y los viernes de la temporada estival. Después continúan durante todo el año, pero con menor frecuencia. En general, hacen lo propio en todos los espacios de uso público del Parque Natural de Oyambre. Forman parte de Naturea, que depende de la Red Cántabra de Desarrollo Rural y está subvencionada por la Consejería de Medio Ambiente del Gobierno de Cantabria. «En total, cinco cuadrillas -formadas por un capataz y tres operarios cada una- se ocupan del mantenimiento y la limpieza de la Red de Espacios Protegidos de Cantabria», explica Ángel Pombo, coordinador del programa Naturea.
Es viernes y toca limpieza. Santos y sus dos compañeros, Rubén González y David Rodríguez, esperan la llegada de la prensa en la entrada principal al recinto de las secuoyas. Les acompaña Noemí Campo, guía de la naturaleza. Llevan pinzas para recoger los residuos, bolsas de plástico amarillas y chalecos con el logo de Naturea. «Las pinzas son las mismas que se emplean para colocar los botes de mermelada en las estanterías altas del supermercado», informa Santos. El ambiente es húmedo y el suelo resbala un poco por la lluvia de la noche anterior. No dejan de caer gotas de las hojas de los árboles. El sol se filtra a ratos y el color es tan bello que resulta inefable. Aún así lo más sorprendente es que son casi las diez de la mañana de un día de septiembre y ya hay personas visitando el bosque de las secuoyas. «Es impresionante», comentan los operarios, que intentan hacer cábalas sobre el número de visitantes que pueden pasar por este espacio natural durante los meses de verano. «Yo creo que cien mil», dice Santos sin miedo a exagerar. «Hace unos años ya se habló de que venían miles y miles de personas», recuerda Noemí, pero en los últimos tres años la afluencia se ha incrementado «una barbaridad». Ellos lo han visto. No existe un conteo oficial de los usuarios, pero saben que «la cifra aproximada de gente que viene llamaría mucho la atención».
Y, sin embargo, el bosque está limpio. Puede que algunos visitantes se lleven trozos de corteza de los árboles como recuerdo, pero «no suelen arrojar residuos al suelo». «El tiempo medio que se emplea en recorrer las secuoyas es de cuarenta minutos y la gente no viene a comer», explica. «Entran, lo ven y se van», recalca Noemí. Apenas hay que recorrer unos metros para estar en el centro del arbolado y en una especie de dimensión paralela de paz y sosiego. Además, «es un lugar cómodo y accesible, ideal para venir con niños, con mayores o con perros y la estética dentro del bosque es preciosa, por lo que salen unas fotos espectaculares».
Donde sí hay más basura es en la zona de aparcamiento. «Cuando llueve la gente se mancha los zapatos y cuando vuelve al coche se limpian los pies con pañuelos que no siempre recogen», relata Santos. Al final, «se trata de cinco kilómetros de recorrido que realizan miles de personas, por lo que siempre hay algo de suciedad», como papeles que se caen de los bolsillos o -ahora- mascarillas. Los operarios llevan realizando labores de limpieza desde 2011 y han sido testigos de la fama que ha ido adquiriendo el monumento natural en los últimos tiempos. «Antes pasábamos cada diez días y echábamos un vistazo. Ahora en pleno verano es necesario limpiar dos veces a la semana». En octubre la periodicidad se vuelve quincenal y luego mensual, porque disminuyen los visitantes. Las labores de mantenimiento consisten, por un lado, «en realizar la siega de la zona de uso público y del aparcamiento y, por otro, en recorrer la totalidad del bosque y eliminar aquellos residuos que se vayan encontrando».
Trabajar en las secuoyas es «un lujo y además la gente nos da las gracias por mantenerlo limpio». Además, tanto en esta zona como en el Parque Natural de Oyambre, los operarios realizan el mantenimiento de las áreas recreativas, así como la eliminación y control de especies invasoras. En invierno, «nos dedicamos más a realizar pequeñas mejoras, como reparar vallados, construir escaleras o crear accesos a determinados enclaves».
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