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Los alumnos, durante las sesiones de equinoterapia en el Centro de Cría Caballar de Mazcuerras. Javier Rosendo

Las burras de los militares de Ibio, un arma contra la discapacidad

Equinoterapia ·

El Centro de Cría Caballar lleva a cabo desde hace cuatro años terapias para niños con diversas enfermedades

Candela Gordovil

Mazcuerras

Lunes, 4 de abril 2022, 07:13

En un espacio castrense del Ministerio de Defensa esperas encontrarte disciplina, jerarquía y los inconfundibles uniformes de camuflaje que usan los militares. El de Mazcuerras tiene todo lo anterior, pero una media anual de 160 equinos de distintas razas y edades hace que este centro de cría caballar, donde 31 profesionales entrenan caballos para cubrir las necesidades del Ejército y de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, tenga algo especial. La experiencia acumulada durante décadas lo ha convertido en referencia nacional y le ha proporcionado un potencial que sus responsables no quieren que se quede únicamente en el Ejército.

Con esa idea, la Yeguada de Ibio recibe todos los miércoles a las 11.00 horas a unos invitados muy especiales. No son cabos ni van uniformados, pero tras cuatro años de actividad también son muy disciplinados. Se trata de los usuarios del Centro de Educación Especial Fernando Arce, dependiente de la Fundación Asilo de Torrelavega. Desde que empezó la colaboración entre ambas instituciones, no fallan a su sesión semanal de equinoterapia. El tratamiento gira en torno al caballo, que se utiliza como soporte terapéutico de enfermedades físicas y psíquicas. Una actividad que está coordinada por un fisioterapeuta y que, según el teniente coronel Eugenio Heredia, jefe del Centro Militar de Cría Caballar de Mazcuerras, «lleva siendo un éxito cuatro años y es que los niños están encantados con la actividad a pesar de sus patologías».

Iván Peña tiene 14 años y es uno de los pacientes habituales de Ibio. Cuando ve aparecer al teniente coronel Heredia se le ilumina la cara. Y como si de un militar se tratase, se lleva la mano derecha a la sien en forma de saludo. «Los alumnos están deseando venir. Y nosotros que vengan. Puede que solo dure una hora, pero ese rato a ellos les sirve durante toda la semana», cuenta Heredia.

«Cedemos, domamos y entrenamos a los animales más apropiados para la actividad»

Eugenio Heredia Canalejo | Teniente coronel del Centro

«La equinoterapia complementa, pero no es milagrosa. Se trata de una lámina que facilita la maduración de los niños»

Juan Gómez | Fisioterapeuta

De hecho, durante los 60 minutos que dura la sesión, se producen relevos para que todos los niños puedan subirse a las burras. «Muchos están tan contentos que no se quieren bajar para ceder el turno a sus compañeros», explica Juan Gómez, fisioterapeuta del Fernando Arce.

«Es una actividad muy atractiva tanto para niños como para familias. Y, sobre todo, muy positiva para su maduración». Prueba de ello es que cuando se acerca el miércoles «los fisioterapeutas somos los más populares del centro ya que todos nos hacen la pelota para ir a las sesiones». Ahí está el problema. Que no todos pueden acudir al centro de Mazcuerras siempre que quieren. Lo que implica un proceso de selección, que según Gómez, es bastante complejo.

Elección de alumnos

«Intentamos seleccionar a los alumnos que deban esforzarse más durante la actividad para mantener la atención y la postura. Básicamente que se vean obligados a alcanzar un tipo de exigencia que no están acostumbrados a desarrollar y que además lo disfruten».

Y añade: «Son niños con capacidad de adaptación restringida, ya sea porque tienen movilidad reducida, por dificultades de interacción con el entorno o porque su discapacidad intelectual no les permite aprovechar otro tipo de actividades».

Las burras de la yeguada de Ibio son las herramientas clave para estas sesiones. «Desde el centro de Mazcuerras cedemos, domamos y entrenamos a los animales que creemos más útiles para la actividad y los ponemos a disposición de los niños. Siempre supervisado por el fisioterapeuta». En este caso, Gómez explica que se trata de burras porque «tienen un tipo de movimiento que igual es menos rico que el de los caballos pero que es también muy intenso. Cada paso del animal genera un movimiento o una reacción en el jinete».

Esto favorece especialmente a los alumnos en silla de ruedas que «están acostumbrados a ir siempre al mismo nivel sin que haya un desequilibrio ni un cambio de posición en su espalda». Aunque Gómez advierte de que la equinoterapia «es una actividad que complementa pero no es milagrosa». «No hay un antes y un después categórico. Estas terapias son una lámina que utilizamos para facilitar la maduración de los alumnos», apunta.

«Estamos seguros de que estos cuatro años han sido un éxito», reconoce el teniente coronel. «Yo les veo felices, y eso es crucial para el desarrollo de la actividad». Por eso, han ampliado el convenio con el Fernando Arce otros cuatro años y también quieren aumentar el número de sesiones semanales. «Si podemos ampliar ese rato de felicidad a más alumnos hasta el límite de nuestras posibilidades en cuanto a caballos, lo haremos».

Con «mucha pena y resignación», los jinetes se despiden de las burras y de sus monitores. A Iván le cuesta más irse. Tiene que abrazar a todo el mundo antes de subir al autobús. «¡Tranquilo, Iván. Que nos vemos la semana que viene!», se despiden los militares, conscientes de que ellos tienen las mismas ganas de que se produzca ese reencuentro.

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