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La Casa de la Curva o la Torre del Palomar. Estos dos nombres recibe indistintamente el edificio más esotérico de San Vicente de la Barquera, que según la leyenda está habitado por unos cuantos espíritus. El más conocido es el de una niña bastante ... revoltosa que miedo, lo que se dice miedo, no da demasiado. Responde al nombre de Gloria la del Palomar, para más señas. Aunque también hay otro más bromista o parrandero.
Con Gloria vivirían al menos su madre, su abuelo, un sacerdote y otro espectro anónimo que a saber si es un okupa o por el contrario es un amigo de la familia que no sabe cuándo es el momento de irse a su casa; todo en una historia reciente cuyo origen se puede datar sin dificultades en la primera década del siglo XXI cuando se anunció una supuesta captación de psicofonías e incluso un matrimonio que vivió en el edificio, después reformado como bloque de apartamentos turísticos, declaró que allí ocurrían cosas.
La casa es bien conocida en el pueblo, puesto que está al lado del Castillo de Rey. La fachada delantera da a la Avenida de los Soportales y la trasera, a la calle padre Antonio, ya en la puebla vieja. Justo en lo que se llama el rincón de Pornichet, pueblo francés con el que San Vicente está hermanado.
Todo comenzó con la visita de Stefanie Anita Lauda, la misma que acuñó la leyenda del espíritu del parador de Limpias. Pero no solo ella aseguró haber registrado psicofonías, sino que ese matrimonio que vivió unas tres décadas en el edificio, sugestionado o no, comentó a las cámaras de Euskal Telebista, interesada por la historia, que, efectivamente, allí sucedían cosas extrañas. Se encontraron además con la sorpresa de que no les hablaron de la niña, sino de otro espectro, con nombre masculino y algo burlón que al principio les asustaba, pero con el que al final se acostumbraron a convivir, según sus propias palabras. Hasta se atrevieron a bautizarle.
La historia no dio después para demasiado más, porque si se buscan más fuentes la historia se complica y se vuelve algo confusa, atropellada y a veces incluso contradictoria, pero el runrún se extendió por el pueblo.
Tan pronto se cuchichea que unos vecinos que oían llorar a una niña durante la noche como se habla de otros fenómenos más paranormales. O de portazos inexplicables y de farolas que se apagan a un hectómetro de distancia cuando uno se acerca a la casa con intenciones de hablar con ectoplasmas como en una visita a puerta fría.
La historia más extendida es que al parecer la casa estuvo –y puede que incluso aún lo esté– habitada por el espíritu de una niña llamada Gloria que murió al caerse por las escaleras y se quedó allí junto a su familia, decidida a acompañarla para siempre. O al menos por una buena temporada, porque en los últimos años no ha tenido a bien manifestarse en la dimensión de los vivos, al menos de acuerdo con los testimonios de quienes se refirieron a ellos por primera vez, lo que en absoluto ha provocado que la villa se olvidara de la historia.
También circulan narraciones más truculentas sobre el caserón, que tras su reforma luce una imagen mucho más amable, custodia la curva por la que se accede al puente de La Maza, ese que comunica los dos núcleos urbanos de San Vicente y que hoy en día sigue siendo una gran arteria del pueblo. Une su casco viejo con el ensanche, pero durante décadas fue algo más. Hasta que en 1995 se concluyó la Autovía del Cantábrico era uno de los puentes que enlazaban por la costa Asturias y Cantabria, una vía a menudo congestionada por la que los barquereños observaban estoicos el paso de interminables caravanas de vehículos. Durante esas décadas la zona vio unos cuantos accidentes, siempre con El Palomar como testigo, por lo que incluso se dice que durante la reforma de la casa se produjeron más accidentes en esa curva presuntamente trágica. Para esto la explicación es muchísimo más prosaica: demasiado tráfico.
Aun así la leyenda persistió. Y claro, lo cierto es que el edificio se prestaba a la perfección, y en cierto modo todavía lo hace, a la leyenda: una vieja casa de piedra con un gran portón de madera, techumbre antigua y vigas que crujen, rumores y leyendas urbanas en torno a sus habitantes y su encantamiento.
Los vecinos relatan entretenidos la historia pese a ver el edificio como uno más, porque algo está ya claro: parece difícil que El Palomar se quite ya de encima el apellido de casa encantada. Los barquereños lo tienen claro: allí no pasa nada extraño, pero de lo que no cabe duda todos han oído hablar de los fantasmas de la casa de la curva.
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