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Como un regalo de Navidad envuelto que estás deseando abrir. Así miraba ayer el artesano de la forja Antonio Sobrino las puertas recién restauradas ... del antiguo cementerio de Comillas. La verja modernista del arquitecto catalán Domènech i Montaner ha vuelto a casa tras dieciocho meses de intervenciones en el taller de Sobrino, en Llanes (Asturias). Aunque ya se ha llevado a cabo la parte más complicada del trabajo, colocar cada pieza en el lugar que ocupaba en la entrada del camposanto será como realizar otra cirugía. Solo que esta vez en casa, bajo la mirada del Ángel Exterminador de Josep Llimona. La operación, calcula el artesano, «se alargará varios días, de manera que esperamos terminar de instalarla esta semana». No se trata de llegar, desembalar y colocar. Digamos que, para que las piezas del puzle encajen, antes hay que preparar el terreno a conciencia, con minuciosidad -la misma que han empleado a la hora de restaurar la pieza- y sin apenas margen de error. O más concretamente, con un margen de veinte milímetros por cada lado. Si se pasa o no llega, no hay solución.
En total, el asturiano cargó ayer desde Llanes a Comillas con 1.600 kilos de arte, que es el peso total de los dos pilares -300 kilos- y las cuatro hojas -otros 1.300 kilos- que componen el enrejado. Con un camión especial en el que las puertas pudieran colocarse de pie -miden casi tres metros de alto- y a 70 kilómetros por hora. «Vísteme despacio que tengo prisa», decía Napoleón.
A las once y media de la mañana, Sobrino y sus cinco ayudantes ya habían colocado los dos pilares. Una vez estén soldados, queda la obra civil, «la parte más complicada del trabajo». En primer lugar, «realizaremos la estructura de la parrilla metálica, después echaremos el hormigón para que fragüe y colocaremos las piedras». Las viejas losas de piedra estaban rotas y la previsión es emplear piedra antigua de la misma textura y color. El proceso no es sencillo. «Hay que incrustarlas de una en una entre los pilares y dentro del arco», explica. A posteriori, se lavará la piedra y se acondicionará el terreno para que todo esté listo.
Al final, y solo después de haber realizado todas estas fases «con la máxima delicadeza», se desembalarán las puertas. Será como la salida de la protagonista al escenario. El acto principal de la obra. La culminación que, por supuesto, tampoco será sencilla. «Las dos rejas centrales han de tener la distancia justa para que se abran y se cierren mediante un sistema que permite sujetarlas a través de un pasador que se fijará al suelo». Una tarea que el artesano define como «comprometida». «Hay que ser muy exactos para que quede bien». A Sobrino no le agobian los plazos. Sería absurdo después de la cantidad de tiempo y esfuerzo empleado en la escrupulosa restauración de la verja de Domènech.
El asturiano ha logrado reproducir la estructura con el máximo rigor, fabricando sus propias plantillas en base a la escueta documentación sobre la pieza original de la que disponía. «Forjando el material, uniendo una pieza con otra mediante remaches, con el hierro de la mejor calidad». Y aplicando tratamientos que garantizan una mayor conservación y durabilidad de los materiales.
En términos académicos, la labor de Sobrino obtendría un 'cum laude'. «Estamos haciéndolo con mucho cariño para que quede bien, pero hay que ir despacio y tener paciencia», explicaba ayer, contento y «deseando ver la pieza en su lugar de nuevo». Aunque no se ha hablado de cifras, la restauración puede haber costado en torno a 40.000 euros. Corren a cargo de la parroquia de Comillas.
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